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Opinión

La amenaza que sacude al Gobierno en su momento más difícil

“Es el momento más delicado del Gobierno desde que asumió. Ella amenaza con romper y él dice que ya no le importa. Las diferencias ya no son solo políticas, son de desconfianza personal. Hay una espiral de pelea desatada que nadie puede controlar. Durante marzo, esto se arregla o se pudre del todo”. Cuando cerraba la semana, uno de los principales referentes del oficialismo no podía ocultar su pesimismo sobre el futuro de la coalición gobernante. Todos dicen que no habrá ruptura oficial en lo inmediato, pero nadie puede ofrecer una mínima señal de cómo saldrán de la disputa de trincheras. Alberto Fernández y Cristina Kirchner ya no se hablan, pero en los últimos días se mandaron a decir cosas irreproducibles. No hay puentes de diálogo y ninguno quiere ofrecerse de mediador entre dos figuras hoy irreductibles.

Es en este punto de extrema fragilidad cuando vuelve a emerger una pregunta germinal: ¿qué fue lo que pactó originalmente Cristina con Alberto cuando lo eligió como candidato? ¿Cómo era la base de esa alianza política, cuáles los mecanismos de interacción? La sospecha general es que esas premisas básicas nunca estuvieron definidas y eso es lo que hoy hace imposible reconstruir el vínculo. No hay un punto de partida a donde volver. No existe un acta constitutiva conceptual. El Frente de Todos es una entelequia política registrada en la Justicia Electoral con la vocación de unir al peronismo y vencer al macrismo. No se trata solo de la anomalía de que haya sido la vice quien haya designado al Presidente.

El Gobierno se apresta a encarar el momento más delicado de su mandato en una situación de debilidad preocupante. El día después de la aprobación del acuerdo con el FMI, punto de inflexión que debería haber marcado el relanzamiento de la gestión, amanece en un estado de confusión superior. El secretario de Energía, Darío Martínez, intima a Martín Guzmán y lo hace responsable de la futura falta de gas. El ministro de Agricultura, Julián Domínguez, pulsea, gana y pierde con el secretario Roberto Feletti por las retenciones. Alberto Fernández, pese a la recomendación de sus asesores, habla de “guerra” contra la inflación y hasta le pone día de inicio, pero termina con un chaski boom discursivo porque su equipo no llega a improvisar (“improvice”, diría Santiago Cafiero) un paquete de medidas. “Así es imposible gobernar. Estamos muy complicados”, se queja un ministro que supo ser de los más positivos del grupo.

Cristina dejó trascender que considera terminada su relación personal con el Presidente. En reuniones inusualmente amplias no solo criticó su gestión, sino que le cuestionó su ingratitud y su falta de coraje. Lo calificó con términos muy duros, que ni el canciller utilizaría. La incomodidad por el acuerdo con el FMI se sumó a la irritación por el “silencio” presidencial sobre los piedrazos a su despacho. En su entorno aseguran que no busca romper el Frente, pero también admiten que no visualizan una salida de la crisis interna. “El Presidente debería convocar a todos los integrantes del Frente para tomar decisiones y atacar en forma efectiva los problemas de la gente. La unidad está bien, pero tiene que servir para lograr una capacidad de gestión que no tenemos”, remarcan. Y ponen como ejemplo que ellos no estaban enterados de las medidas que anunciaría Fernández contra la inflación. “Eso lo resuelve sin consultar el equipo económico, del cual obviamente participa el Presidente. Nosotros no estamos al tanto”, afirman. 

El laberinto de Cristina

Cristina también quedó atrapada en su propio laberinto. Criticó amargamente el acuerdo con el FMI, pero dijo que no quería el default. Como nunca ofreció una alternativa, se limitó a reclamar condiciones imposibles, que Guzmán prometió en vano para sumar respaldos. En el kirchnerismo relatan un supuesto cambio en la dinámica de negociación en los últimos 15 días, donde el Fondo apretó las clavijas y terminó generando lo que ellos definen como “un golpe de Estado”. También desconfían de que Guzmán escondió las cartas y consideran un traidor a Sergio Chodos, el representante argentino ante el FMI, quien según ellos aceptó términos a espaldas de todos. Por eso en el tramo final Cristina bajó la orden de pagar el vencimiento de esta semana para seguir negociando hasta lograr condiciones aceptables. Pero Alberto no aceptó.

Pese a este trasfondo, la vicepresidenta no boicoteó el acuerdo en el Congreso. A los gobernadores les prometió que no caerían en default y que “si era necesario sumar manos a la hora de votar, las manos aparecerían”. En el Senado la partida ya estaba definida desde que en Diputados se llegó a un acuerdo con la oposición (que ella tampoco detonó, esperando hasta el día siguiente de la votación para difundir el video de los piedrazos). Entonces Cristina se limitó a sondear a su bloque para ver hasta dónde calaría la derrota. No se repitieron los aprietes que hubo en la otra cámara, donde Máximo sí se dedicó al trabajo sucio, sabiendo que igual la ley sería aprobada. Llamó de a uno a su despacho a los diputados dubitativos para instarlos a votar en contra. Hoy cerca suyo pasan en limpio los datos finos: “Sacamos el 35% de los votos del bloque en Diputados y el 43% en el Senado”. Casi una división de bienes. Contribuyó en esa tarea disuasiva Tato Giles, subsecretario de Relaciones Municipales, que trabaja con Wado de Pedro. Se entiende su intervención. Dos fuentes influyentes del oficialismo (como pide Cerruti) coinciden en que el ministro del Interior no coordinó con su jefa la declaración de apoyo al acuerdo que hizo en una entrevista con El País de España y que cuando volvió a Buenos Aires recibió una dura recriminación. En el entorno del ministro lo niegan y aseguran que a la vicepresidenta “le encantó” la nota.

Si Cristina todavía mantiene gestos de sostenimiento institucional, su hijo ya trabaja en la larga marcha de la resistencia. Su vínculo con Alberto está totalmente quebrado después de la última charla y hoy no hay posibilidades de recomposición. Máximo empezó a realizar movimientos claros de repliegue, que algunos interpretan como preparativos para una ruptura definitiva. Como ejemplo, en el Gobierno señalan que en el PAMI prorrogaron contrataciones con laboratorios por los próximos dos años, por si en algún momento pierden el control de esa caja. Un funcionario albertista explica la lógica que motiva al kirchnerismo duro: “Los pibes juegan a perder en 2023, a que Larreta u otro tenga que ajustar, ellos hacen la resistencia replegándose en la provincia de Buenos Aires (mala noticia para Axel Kicillof) con el discurso de que se opusieron al Fondo, y se preparan para volver”. Así La Cámpora se convertiría definitivamente en una agrupación opositora en su concepción militante, aunque profundamente oficialista en su noción del Estado. Incompatibilidades juveniles. Pero Máximo paga un precio por la jugada que hizo. Hoy genera menos adhesiones fuera de los incondicionales. Cuentan que debieron llamarlo para ofrecerle sacarse una foto en una reunión con las mujeres del PJ bonaerense a la que no lo habían invitado. Un poco de afecto entre tantas desconfianzas.

El Presidente aún se queja amargamente de que fue un golpe artero el voto en contra de Máximo y los suyos, a pesar de que en el camporismo aseguran que había recibido varias señales en ese sentido. “El límite era la abstención; el voto en contra es otra cosa”, traduce un exégeta de las gestualidades kirchneristas, una especialidad para epigrafistas. El propio Fernández comentó esta semana durante su paso por Salta su desilusión con Máximo: “No puedo hablar con él porque cuando lo llamé para preguntarle por qué estaba en contra, me dijo que era una cuestión de piel. Es algo irracional, no puedo dialogar así”. El concepto de “irracionalidad” lo usa también para referirse a Cristina, a quien además califica como “mezquina”. En su recorrido norteño transmitió la idea de que él hizo todo lo posible por la unidad, pero que ya le resulta imposible articular. Es la gran novedad respecto de la crisis post-PASO: el Presidente ya no siente que debe hacer gestos de recomposición. Un ministro cercano retrata su pensamiento: “Él dice que lo dejaron solo en la decisión más difícil, que la sacó adelante sin ellos y con el apoyo de dos tercios del Congreso, y que eso redundó en una mayor centralidad. Entonces no ve por qué ahora debe asumir una posición de obediencia política. Las condiciones relativas cambiaron”.

En la noche del jueves hubo una cena relajada en la residencia del gobernador de Tucumán, donde Juan Manzur y su equipo agasajaron a Alberto Fernández. También estaban Aníbal Fernández y Julio Vitobello, entre unos pocos leales. Se percibía un aire emancipador, que algunos gobernadores peronistas habían abonado durante la semana de debate en el Senado. Sobre el final se sumó Sergio Massa, quien al percibir el clima imperante lanzó mensajes de advertencia: “Ojo que una explosión del Frente no le conviene a nadie, y lo que está en juego es el pellejo de Alberto. La situación está muy finita”. Siempre hay un aguafiestas. Massa quedó en un incómodo “no man’s land” (como diría Cafiero), donde muchos creen que es el único que podría mediar una tregua entre Alberto y Cristina, pero él rehúye esa tarea porque entiende que lleva las de perder. Admite la gravedad de la situación, pero no puede ofrecer vías de escape. Ahora espera sentado que sus socios se reconcilien. Claramente se trata de un trío disfuncional.

Nubes en el horizonte

Pero al dilema de la fractura interna se suma otro problema, y es que el Presidente no parece dispuesto a reconfigurar su Gobierno a partir de la nueva realidad. Algunos leales le hablaron de la importancia de un relanzamiento de la gestión tras el acuerdo con el FMI, pero hoy admiten con amargura: “Lo vemos sin reacción, sin la decisión necesaria en este momento”. También le plantearon la necesidad de un cambio de actores, pero la pelea Alberto-Cristina paraliza cualquier resolución. Si no se define primero la continuidad de la cúpula, cualquier movimiento en el gabinete será en vano porque significaría la inmediata ruptura del FDT. Una auténtica “espada de Dómacle”. Por las dudas, el Presidente salió a blindar de nuevo a Guzmán y buscó mostrar un equipo económico antes de su mensaje grabado de anteanoche, en el que no había ningún kirchnerista. Pero fue solo una postal. Adentro reinan la confusión y las directivas cruzadas. Como admite un albertista errante, “a veces no sé si es mejor que Cristina saque una carta y encolumne a todos”.

El Gobierno entra así en una fase distinta, en la que Cristina pasó a ser viceprescindente. Justo en el momento de aplicación de las medidas más difíciles. Desde el año pasado Cecilia Todesca advierte sobre la fuerte puja distributiva que emergería tras la pandemia, producto de las demandas acumuladas durante la última década de estancamiento económico. Hoy ese pronóstico aparece en toda su dimensión: inflación del 4,7% en febrero con proyección superior a 5 para este mes; subas en las tarifas energéticas; tensión con frigoríficos por la carne y con los productores por la harina; protestas diarias por el congelamiento de los planes sociales. Estas fotos del presente reflejan un estado de ebullición social riesgoso. Según una encuesta de Grupo de Opinión Pública y Trespuntozero, el 75,5% de los consultados no cree que el Gobierno va a poder bajar la inflación, con un 52,7% en contra de los controles de precios (30% entre los votantes del FDT). El Gobierno tampoco cree poder bajar los precios porque el acuerdo con el FMI es necesariamente inflacionario, pero debe exhibir reacción ante el problema. Según el último informe de la consultora Abeceb, la inflación “erosionará con intensidad el poder adquisitivo de gran parte de la población, cuando el Gobierno se apresta a aplicar un programa de ajuste acordado con el FMI”. Y después agrega: “Una aceleración de la inflación liderada por alimentos y energía es difícil de procesar políticamente”. Un dirigente de los movimientos sociales vinculado al Gobierno dice que comparado con el año pasado “hay menos gente en los comedores y más changas, pero la plata no alcanza”.

Gabriel Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, explica que la pobreza decreció en el último semestre de 2021 gracias al “plan platita”, que generó una primavera de consumo y empleo, pero que, en el primer trimestre de este año, va a haber “un salto” hacia arriba. “Venimos escalando cada 5 años 5 puntos de pobreza estructural. Si Cristina la dejó en 29 %, Macri en 35 %, estamos ahora rondando un piso del 40% con un techo del 45%”, expone Salvia la tremenda curva de deterioro, y remata con una imagen de la decadencia: “Hoy la familia de Mafalda de los años 60 sería pobre”.

Jorge Liotti

frente de todos Gobierno Nacional La Cámpora opinión politica

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