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Opinión

El desastre argentino pide hablar con seriedad de las cosas serias

No sé cuál es “la” solución al desastre social argentino. “Sé que no sé”, como Sócrates. A lo sumo, sé que no hay “una” solución, que las casas se construyen ladrillo a ladrillo, que una devastación de años requiere años de reconstrucción. Sobre cómo hacerlo, qué medidas se necesitan, tengo mis convicciones, son tema de debate. Esto es “la política”. Sin embargo, hay quienes tienen “la solución” ¡y cómo! Quienes “saben que saben”. “¡Cazá la birome!”, fue la elegante “sugerencia” de Juan Grabois a la nueva ministra de Economía, ¡implementá el “salario básico universal”! Un genio. ¿Por qué sufrir tanta miseria si se puede eliminar por decreto? Una pena no haberlo pensado antes.

A decir verdad, muchos lo han pensado. Los primeros sistemas integrales de welfare no los inventó un “gobierno popular” de la Patria Grande, ni un pontífice ilustrado, sino la madre del liberalismo: “de la cuna a la tumba” era la consigna del plan Beveridge, en el Reino Unido. Por otro lado, se sabe que los países escandinavos cuentan con el mejor “estado del bienestar”, aunque la dificultad para sostenerlo haya un poco reducido su alcance en los últimos años. El “salario básico universal” no es un problema allí. ¿Por qué entonces en Dinamarca sí y en la Argentina no? Aquí comienzan los problemas. Una vez que planteé la pregunta en una conferencia en Buenos Aires, una señora del público espetó: “Somos argentinos, no queremos ser daneses”. Correcto. Sin saberlo, había metido el dedo en la llaga: no se puede tener un estado de bienestar de país escandinavo con un sistema productivo de socialismo real y un sistema sindical de corporativismo fascista. No, no funciona. Pero es lo que pasa en la Argentina.

Un pequeño ejemplo. Hace unos años, invitado por la Santa Sede, Grabois ilustró su “humanismo revolucionario” arremetiendo contra la “productividad” y la “competitividad”. Bien, en Dinamarca le habrían dado una patada en el trasero. La demagogia barata, en esas latitudes, no gusta. Saben bien que una economía poco productiva y poco competitiva, una economía como la argentina, por poner un ejemplo al azar, no genera prosperidad ni permite buenos salarios. Mucho menos cualquier estado de bienestar; como mucho, una lluvia indiscriminada de caridad pública. De nuevo, como en la Argentina. Pero como lo peor no tiene fin, ni hay drama sin un lado cómico, el Grabois que pedía volver a los “planes quinquenales” y escupía veneno contra la “productividad”, parecía ignorar que el creador del “congreso de la productividad” más famoso de la historia argentina fue Juan Domingo Perón, su ídolo. Quien, ya que la tomamos a risa, lo convocó para remediar los nefastos efectos sobre la producción de su primer plan quinquenal. ¡No sé si en el pasado se había tocado tan bajo nivel en el Vaticano!

Pero el problema, claro, no es Juan Grabois. Al contrario, admiro su descaro. Prefiero las burradas sinceras a las ambigüedades curiales, a los que tiran piedras, pero esconden las manos. El problema son “los Grabois”. ¡El mundo está lleno! Cuanto más grande el disparate, menos le piden cuenta. Cuanto más noble el principio, más fácil caerá la lágrima. Cuanto más enfática la verborragia, mayor el consenso. ¿A quién le importa que, en concreto, estén echando agua en el mar, proponiendo cosas que no tienen ni idea de cómo hacer, ni qué consecuencias producen? Profesores de todo, conocedores de nada, de la “competencia” tienen la misma idea demoníaca que de la “competitividad”. Compran popularidad sin costo alguno, se creen “los mejores” pero son los más cínicos.

En Italia somos mucho más parecidos a los argentinos que a los daneses. De hecho, tenemos muchos Grabois. Y los nuestros también son los favoritos en el Vaticano. Por eso introdujeron el “reddito di cittadinanza”, nuestro “salario básico universal”. El más Grabois de todos, Luigi Di Maio, entonces líder del Movimiento Cinco Estrellas, salió conmovido al balcón y entre sonrisas y lágrimas, en una escenografía chavo-peroniana, proclamó: “Hemos abolido la pobreza”. Tal cual. En lugar de pedorretas, recibió aplausos. En comparación, la promesa de Mauricio Macri de eliminarla en cuatro años fue demagogia de amateur. Solo Cristina Kirchner le ganó, explicando a la FAO que había menos pobres en la Argentina que en Alemania.

¿Qué pasa, cuatro años después, con “il reddito di cittadinanza”? Salió como muchos esperaban. No porque fueran adivinos, sino porque sabían de lo que estaban hablando. Para ser generosos, el elefante dio a luz al ratón. La pobreza, ¿tenían dudas?, es la misma que antes. Para ser ecuánimes, ha sido un salto en vago. ¡Cuántas estafas! ¡Cuántos listillos que no tendrían derecho cobraron! Evasores de impuestos y mafiosos ociosos, falsos pobres y amigos de amigos. Pero lo peor es la destrucción de la “cultura del trabajo”, de la que hace algún tiempo se llenan tantas bocas en la Argentina: ¿será culpabilidad de los que alimentaron la borrachera asistencialista? ¿Por qué aceptar un trabajo, admiten muchos, si luego pierdo mi “salario básico”? Mejor no trabaje, o trabaje en negro, y cobre el cheque estatal. Dos pájaros con una pedrada. Así es que, a pesar de sus buenas intenciones, el “reddito di cittadinanza” distorsionó el mercado laboral y agudizó la ilegalidad. ¿Y el efecto en las cuentas públicas? Sobrevuelo: no dudo de que Grabois habrá pensado en cómo las prósperas finanzas públicas argentinas financiarán los salarios básicos del 44% de pobres que tiene el país. ¿Y Di Maio? Hoy dejó Cinco Estrellas, es ministro en el gobierno de Mario Draghi, exgobernador del Banco Central Europeo. No ama remover el pasado.

Cada año se publican varios rankings sobre la “libertad económica en el mundo”. Se parecen en criterios y resultados, y el más prestigioso es el de la Fundación Heritage, ¡ogro capitalista si lo hay! Las economías más libres son también las más prósperas, no es ninguna novedad. O viceversa, como prefieran. En la clasificación de 2022, la Argentina ocupa el puesto número 144 entre 177 países. Finlandia, Dinamarca, Suecia, Noruega están todas entre los puestos 9 y 14. Son países “turbocapitalistas”, según los estándares de Grabois. Pero tienen el mejor estado de bienestar del mundo. España, en la que supongo se mire el gobierno argentino, está en el puesto 41, mucho mejor que Italia, en el 57. Ambos, en relación con la Argentina, son más bien “neoliberales”. Pero a los Grabois les gustaría tener una cobertura social parecida o mejor a la de ellas, siguiendo modelos económicos parecidos a Venezuela, puesto 175, o Cuba, 176. ¿Se puede hablar de cosas serias con seriedad?

Loris Zanatta

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