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Opinión

Conflicto de bases: más allá de la pelea entre Grabois y los intendentes

El Frente de Todos es una coalición heterogénea: una asociación de fuerzas con visiones distintas (y en ocasiones antagónicas) acerca de la realidad y con dirigentes de naturaleza muy diversa. En un gobierno de estas características, es esperable que haya discusiones y desencuentros. Sin embargo, de ninguna manera la conflictividad interna es una excepcionalidad del Frente de Todos o representa una novedad histórica. En todos los gobiernos, militares y civiles, hubo enfrentamientos internos, por lo que nadie debería sorprenderse demasiado.

Durante los gobiernos de facto, las distintas ramas de las fuerzas armadas conspiraban entre sí permanentemente. Sin ir demasiado atrás en el tiempo, bajo la administración de Cambiemos la pugna entre el Radicalismo y el Pro era manifiesta. A su vez, al interior de ellos también había fuertes discusiones, alguna de las cuales aún persisten entre los dirigentes de la oposición. Algo similar ocurría durante el kirchnerismo, el propio Alberto Fernández siendo jefe de gabinete mantenía una recordada rivalidad con Julio De Vido, uno de los ministros más emblemáticos de Néstor y Cristina. En síntesis, la homogeneidad en cualquier gobierno es una utopía.

No obstante, los conflictos más recientes dentro del Frente de Todos sí están mostrando elementos novedosos, incluso en términos históricos, que deberían llamarnos la atención. Lo que hasta ahora sobresalió fue la contraposición “Albertismo” versus “Cristinismo” (los moderados contra los radicalizados), lo cual representa una manera un tanto simplista y reduccionista de considerar las diferencias que existen al interior de la coalición.

La discusión, cargada de fuertes acusaciones, entre Juan Grabois, por un lado, y Martín Insaurralde y Nicolas Mantegazza, por el otro, pone de manifiesto que hay fuertes tensiones también en otras dimensiones, que no han recibido la atención adecuada y ahora afloran con fuerza. Estos conflictos son significativos porque impactan de lleno en uno de los elementos más estables que tiene el liderazgo peronista: los intendentes del conurbano bonaerense.

En sus trabajos sobre el peronismo, el politólogo norteamericano Steven Levitsky destaca que sus máximos líderes pueden mutar ideológicamente y la agenda de política pública que despliegan durante el ejercicio de la presidencia variar a lo largo del tiempo, sin embargo, sus bases se mantienen estables. Es decir, a pesar los posibles vaivenes en la cúpula dirigencial, los cimientos sobre los cuales se asienta el peronismo no cambian: se trata de los sindicatos y el territorio del conurbano bonaerense, personificado políticamente a través de los intendentes. 

Contexto, presente y futuro 

Los conflictos recientes del oficialismo precisamente afectan a este segundo pilar que hasta ahora había dotado de estabilidad al peronismo. El puntapié inicial fue una ley promovida por María Eugenia Vidal en 2016, la cual puso fin a las reelecciones indefinidas de intendentes, concejales, legisladores y consejeros escolares. La Cámpora podría valerse de esta norma (aprobada en su momento con el apoyo de Sergio Massa) para forzar la salida de los caudillos bonaerenses y precipitar modificaciones en los equilibrios de poder local. Esta situación, que ya venía provocando tensión, se agravó con el proyecto de Máximo Kirchner de controlar el aparato del PJ bonaerense, haciendo a un costado a los jefes comunales. La pelea de Grabois con Insaurralde y Mantegazza, que se desencadenó luego de los incidentes entre la policía de San Vicente y grupos piqueteros, se inserta dentro de este contexto en el que los intendentes, como sostén del poder político bonaerense, ya venían siendo cuestionados.

La particularidad de estos grupos piqueteros (como el Movimiento de Trabajadores Excluidos que lidera Grabois, entre tantos otros) es que perturba también al otro pilar tradicional del peronismo, los sindicatos. Los miles de personas que integran estos grupos piqueteros, que deben sufrir la realidad de una Argentina que no genera empleo ni crea oportunidades para la movilidad social ascendente, quedaron excluidos de las organizaciones que representan al trabajo formal de la economía.

En un contexto de tal decadencia, los movimientos sociales se masificaron y se convirtieron en un importante factor de poder con influencia sobre la política pública. Aquellos que utilizaron esta oportunidad, asumiendo el liderazgo de los grupos piqueteros, no se benefician con crecimiento económico y creación de empleo formal (ya que, a partir de ese momento, el otrora piquetero pasaría a estar bajo la órbita del liderazgo sindical), sino que aprovechan la expansión del gasto público y las ataduras a los planes sociales de subsistencias. La lógica de los líderes piqueteros se aleja de la búsqueda del crecimiento económico, horizonte al que necesariamente deben apuntar los líderes sindicales si aspiran a acrecentar su marco de influencia (más allá del carácter más o menos radicalizado que pueda tener cada gremio).

Discusiones internas hay permanentemente en todos los gobiernos, pero la particularidad de estos enfrentamientos es que amenazan con erosionar a las bases tradicionales del peronismo. La emergencia de los grupos piqueteros como un factor de poder relevante e influyente en la decisión de política pública no es nueva, precisamente fue el kirchnerismo el que promovió y se valió de ellos para cimentar su poder. Luego del triunfo del 2011 con el 54% de los votos, Cristina Kirchner construyó Unidos y Organizados, una iniciativa organizada desde el Estado que reunía a La Cámpora, Kolina y movimientos sociales, prescindiendo de actores históricos como sindicalistas e intendentes. Aunque Unidos y Organizados como tal se diluyó rápidamente, el acto realizado en el Estadio José Amalfitani el 27 de abril de 2012 puso de manifiesto la estrategia de construcción de poder que perseguía el cristinismo.

El Frente de Todos intenta ahora aglutinarlos a todos: piqueteros, sindicatos, La Cámpora e intendentes; todos juntos en una misma coalición. Intenta reunir a los pilares históricos del peronismo con las nuevas bases de sustentación que dan forma al kirchnerismo, en un juego de suma cero, donde uno gana cuando el otro pierde. La contraposición “Albertismo” versus “Cristinismo”, es un factor de tensión importante, pero que en definitiva siempre puede solucionarse con un pacto entre dirigentes (lo cual no implica que sea sencillo). La disputa de poder desde las bases es más profunda y compleja, ya que se trata de una pugna de intereses irreconciliables por naturaleza. Esta tensión, de escalar, tiene el potencial de agrietar toda la pirámide y poner en riesgo la nueva construcción política del Frente de Todos.

Sergio Berensztein

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