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Opinión

Un mundo feliz

Columna destacada

A los antiguos griegos les costaba comprender cómo la autoridad en el reino persa se concentraba en una sola voluntad. Para los griegos, la autoridad estaba depositada sobre el conjunto de la sociedad que administraba por medio de instituciones sus asuntos públicos. Entendían que la potestad no se concentraba en una sola persona, por lo que la autoridad no era atributo exclusivo de alguien en particular. Esa concepción diferente, opuesta a la anterior, se expresaba en la confección de leyes que preexistieran a las decisiones o penas, o lo que fuera, que tenía que ver con la convivencia social de los ciudadanos. Las leyes son la institución que regula la convivencia en sociedad; cuando la autoridad es ejercida absolutamente por una sola persona, las leyes dejan de ser necesarias o convenientes para el ejercicio de esa autoridad; tal vez resulten incómodas o molestas para el ejercicio concentrado del poder. Los riesgos se muestran nítidos: la concentración de poder promueve el ejercicio discrecional de la autoridad. Resulta más propenso al juego caprichoso de una voluntad sin límites ni condicionamientos. El griego debatía públicamente, conciliaba posiciones, estaba obligado a la discusión de los asuntos comunes; no existía la figura de la autoridad absoluta, amo del destino de los demás seres humanos.

En los tiempos actuales, en sociedades medianamente desarrolladas, en esta parte del mundo a la que llamamos occidente, no existen países que puedan arbitrar caprichosamente los destinos de todo un pueblo sin pagar alguna consecuencia por esa situación. Los ejemplos de Venezuela, Cuba, Nicaragua son elocuentes; allí gobiernan autocráticamente figuras que padecen un enorme desprestigio en gran parte del mundo, o están excluidos de reconocimiento, o aislados del resto de los países. Los autócratas tienen un registro más parecido a la administración persa de lo público que el que tenían los griegos. Propio de la imposición de sus verdades, entre comillas verdades, es la mentira -oxímoron recurrente- como recurso regular de argumentación; o la difusión distorsionada de datos, o la denuncia falsa o la construcción de relatos como mensaje de carga simbólica. En los gobiernos absolutistas se busca la adecuación de la ley, en el caso de que ésta existiera realmente, como un instrumento que hay que modificar para adecuarla a las conveniencias del autócrata. En una sociedad con leyes fuertes y respetadas, se toman como los criterios de acción que impiden el ejercicio arbitrario de la autoridad.

Cuando una sociedad transita el camino de la arbitrariedad en la administración de la vida en conjunto, es porque las instituciones dejaron de ser instrumentos de justicia y comenzaron a serlo de concentración de poder. Y es un camino de consecuencias imprevisibles porque no sabemos hacia dónde se marcha, a donde conduce. La parte de esa sociedad a la que se identifica como oposición comienza a ser referida como enemigo o impedimento para la concreción del proyecto en el ejercicio de poder. Se comienza la lucha por la destrucción de argumentos, se continúa por la de los valores de las personas hasta llegar a persecuciones que incluyen exilios, cárcel y también muerte.

En el mundo griego se polemizaba al aire libre, concurrían todos los que así lo deseaban; más aún, estaba mal visto quien se desinteresaba de lo público; así se tomaban decisiones, se declaraba la guerra, se producían las leyes necesarias.  Ciertamente tuvo algunos tiranos, pero se fueron organizando para crear una sociedad libre. En el mundo de los autócratas, la oposición, el que piensa distinto, no tiene una mirada complementaria, tiene una mirada enemiga, distorsionadora, a la que hay que someter.

Hace muchos años, leí una novela que fue muy popular hasta los años sesenta o setenta: “Un mundo feliz”(1932), en español, de Aldous Huxley, novelista y filósofo británico-americano. En esa novela plantea la tesis del futuro de la humanidad, desvirtuada por la necesidad de las castas dominantes. El autor procede de una familia de científicos y su connaturalidad con esa visión complementaria de la vida se plasma en esta interesantísima novela. La tesis básica plantea un mundo dirigido por una clase dominante que arbitra los recursos para modelar un mundo conforme a sus necesidades. Ese grupo menor de amos del mundo, los Alfa, diseñan un proyecto en el que cada ser humano desea lo que puede hacer. Lo interesante, lo novedoso, es que los resultados no se procuran por la vía de la formación intelectual, mucho menos del respeto por la vocación de las personas; el proyecto se ejecuta por el diseño genético que produce seres humanos en función de la demanda de la sociedad. Las personas no nacen, se decantan. No hay un llamado a la vida, hay producción al servicio de los que mandan. Y cuando se necesitan mecánicos para repara tal o cual cosa, y la posición más cómoda para la ejecución de ese trabajo es que el humano producido tenga tal altura, camine inclinado o lo que convenga, se produce un ser con esas condiciones; y ese hombre será feliz porque su diseño no lo capacitó para otra tarea o fin. Impactante novela. La leí mucho antes de que la tecnología fuera masiva, de la preocupación generalizada por la salud del planeta, la leí hace mucho; y la razoné como un mundo fantástico, como un mundo irreal, que planteaba una tesis teórica para la discusión filosófica. Hoy la pienso de otro modo. No creo, al menos por ahora no lo veo como una posibilidad, la del diseño genético -para un fin como éste- del ser humano; pero ya existía entonces, aunque las comunicaciones fueran lentas y no nos posibilitara ver la guerra en tiempo real, como ahora, las limitaciones, las imposiciones a sociedades enteras como en China, o en la URSS; las noticias de esas sociedades eran lejanas, pasaban en algún lugar que nos resultaba extraño. Pero el cercenamiento de la libertad del hombre produce condicionamientos que impiden la explosión creativa que todos tenemos. Seguramente no llegaremos a los estándares que nos propone Huxley, pero las imposiciones que nos llegan de quienes ejercen el poder, nos obligan a llevar una vida reñida con las posibilidades de una sociedad libre. Van algunos ejemplos: nos vacunaron, durante mucho tiempo como única posibilidad, con una vacuna que aún hoy tiene alguna resistencia en gran parte del mundo (y no por la guerra); la decisión fue de una persona por razones ideológicas; nunca pidió perdón, nunca habló del tema, continua con la soberbia de los diseñados para enunciar solo verdades. Nos mantuvieron encerrados con consecuencias tremendas para quienes tenían niños, encerrados meses entre cuatro paredes; o ancianos; recordamos todos a la señora que fue interpelada porque tomaba sol en los bosques de Palermo. Por un capricho perverso, no emiten billetes de más de mil pesos para no exponer la inflación que nos demuele día a día. Comprar cualquier cosa de cierto valor, nos hace ir con los bolsillos inflados por empecinamientos infantiles.

Insisto: no veo un futuro de diseño humano; pero nos obligan a vivir con prohibiciones por incapacidad de administrar racionalmente el bien común. Como no saben cómo gobernar, prohíben. Cada vez que no saben qué hacer con algo, prohíben sus posibles efectos. No saben cómo corregir los desmadres inflacionarios entonces qué hacen: prohíben. Precios máximos es prohibir, es limitar la circulación de bienes y cuando los que producen no ganan, desaparecen los productos del mercado. Veremos lo que sucederá con el gas durante el invierno. O tampoco saben que cada nueve meses vuelve el invierno y hace frío. Cuanto mayor es la incapacidad para resolver un problema, el que tiene autoridad regula consecuencias. No soluciona el problema. Ahora comenzó a circular el proyecto para el uso correcto de las redes…los argumentos referidos, como el de los diferentes países que lo propusieron para sus sociedades, la mayoría está lejos, muy lejos de vivir amenazados por el hábito de prohibir.

Mientras tanto los Alfa, lo que ejercen el poder, no se prohíben ni las fiestas en cuarentena, ni las vacunas, ni los viáticos abultados para viajes, ni sueldos muy por encima de la media de los argentinos. Disponen de lo público como propio en beneficio propio. Los millones de Florencia son solo un emergente de cuánta miseria son capaces de producir.

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

 

 

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