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Opinión

Ser oficialismo y oposición al mismo tiempo

Y que “aquel hombre viejo y enfermo que descendió en la base militar de Morón no podía salvar ese abismo, conciliar las tendencias antagónicas que se mataban en su nombre”.

Un párrafo más recobra inesperada vigencia: “En torno de la masacre de Ezeiza y de sus consecuencias comenzó a manifestarse la alianza entre la derecha peronista y la derecha no peronista, que tan clara se hizo durante el gobierno militar 1976-1983 y en los comienzos de la restauración constitucional”.

En el escenario de las dos grandes coaliciones que ocupan hoy mayoritariamente el centro del escenario político como oficialismo (Frente de Todos) y oposición (Juntos por el Cambio) sucedió un peculiar alumbramiento inducido por el engorroso trámite y la sufrida aprobación en Diputados del manoseado acuerdo con el Fondo Monetario Internacional: una alianza tácita entre la facción albertista del Gobierno (que existe de hecho aunque el Presidente la niegue) y el grueso de la oposición. Nótese que los extremos del arco político también tuvieron una virtual alianza no consensuada al votar por la negativa, a pesar de su variopinta conformación (camporistas, libertarios, izquierdistas y Ricardo López Murphy).

El peronismo nació en el seno de una dictadura militar (la de 1943) y su creador fue uno de los artífices principales de ese pronunciamiento castrense que puso punto final a la democracia tutelada de los conservadores. Pero al buscar su legitimación a través de las urnas se vio obligado a probar formatos que sublimaran su autoritarismo de origen. Jugar a hacer oficialismo y oposición al mismo tiempo se convirtió desde entonces en una práctica recurrente del peronismo a lo largo del tiempo, inevitable y necesaria para expandirse y minimizar las voces realmente disidentes. No conformarse con ser parte del sistema, sino ser el sistema en sí.

Ya en el peronismo fundacional –el de Perón y Evita– se constatan las disidencias asordinadas entre los miembros de esa primera pareja presidencial que no terminaron creciendo por la prematura muerte de la “abanderada de los humildes”. Pero lo cierto es que tras su “paso a la inmortalidad”, en pocos meses fueron corridos los representantes del “evitismo” en el gobierno e, incluso, en la CGT y, peor, con la renuncia e inmediato ¿suicidio? de Juan Duarte, secretario privado del entonces presidente y hermano de la segunda esposa de Perón.

En el llano, también al justicialismo se le dio por la dualidad, pero en forma aún más sangrienta. El “peronismo sin Perón” por el que abogaba el sindicalista metalúrgico Augusto Timoteo Vandor (les costó la vida a él y a otros gremialistas) fue cortado de cuajo por el mismísimo general, que “movió la dama” (así pintaban las crónicas periodísticas de mediados de los años sesenta cuando envió desde Madrid a su tercera esposa, María Estela Martínez, futura presidenta de la Nación, a poner las cosas en orden).

Las “formaciones especiales” (eufemismo de terrorismo guerrillero) también se montaron al movimiento nacional con su idea de “patria socialista”. El propio general estaría “viejo y enfermo”, como bien lo describe Verbitsky en su libro, pero no exento de reflejos vengativos, y prohijó a la Triple A, que comenzó un “operativo limpieza” de aquellos elementos que completó, aún más mortíferamente, la dictadura militar, a partir de 1976.

La experiencia setentista del peronismo en el poder fue dramáticamente un contraste: primero probó con un gobierno efímero (49 días) volcado a la izquierda, a cargo del odontólogo Héctor Cámpora (que hoy reivindica la organización que lleva su apellido como rótulo vacío, experta en el boicot sistemático de la gestión de Alberto Fernández) y, a continuación, una administración volcada a la derecha, piloteada sucesivamente por Raúl Lastiri, Juan Perón y su viuda.

En el menemismo, ya en los años noventa, eran comunes los chisporroteos entre Domingo Cavallo y Eduardo Bauzá, y en 1995, José Bordón y Chacho Álvarez trataron de desbancar al riojano, sin lograrlo.

En los primeros tres gobiernos kirchneristas fueron reiterados los embates contra un enmudecido Daniel Scioli y, tras su partida como jefe de Gabinete, Alberto Fernández pronunció las peores barbaridades sobre Cristina Kirchner, que, a pesar de ello, lo nominó como candidato a presidente. Tras más de dos años de gobierno, esa frágil alianza no parece funcionar ni para atrás ni para adelante. Oficialismo y oposición al mismo tiempo, una historia que se repite, pero que alcanza ribetes dramáticos en la experiencia actual ya que produce trabas permanentes y cíclicas crisis a la hora de las decisiones trascendentales.

Cristina Kirchner rompió el silencio para desmarcarse del acuerdo con el FMI en su formato predilecto de los últimos tiempos: el clip con su declamación en off y cuidado relato visual cinematográfico. Su curiosa factura (digna de Netflix) deja flotando una pregunta incómoda: ¿estaba allí, estratégicamente ubicada, esa cámara que muestra de manera impecable el momento exacto en que la piedra rompe el vidrio del ventanal del despacho de la vicepresidenta?

[{adj:49924 alignleft}]Pablo Sirvén

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