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Opinión

Para el diálogo se requiere idéntico idioma y voluntad de encuentro

Columna destacada

Durante siglos se buscaba respuesta a todos los acontecimientos de la vida del hombre y de la naturaleza en general, en causas de origen sobrenatural; pasado el tiempo se buscó la explicación de todas las cosas en causas de orden natural. La razón fue apagando el mundo de las cosas de Dios, y aspiró a convertirse en respuesta suficiente a las preguntas de cualquier orden. El cientificismo del siglo XIX fue la expresión acabada de las respuestas racionalistas a todo el acontecer de la vida humana. Sintetizando: el hombre era explicado como una combinación química-orgánica que agotaba su sentido y razón de ser. Lo cierto es que el exceso de buscar en Dios todas las respuestas a excluirlo y buscarlas en las causas naturales, nos habla de que siempre el hombre busco respuestas. Algunos espíritus las buscaron de una manera y otros de otra, según épocas, posiciones culturales y posibilidades. También en el mundo mítico de la antigua Grecia se buscaron respuestas a situaciones, comportamientos y características de los pueblos, de los hombres y de la naturaleza. Y una de esas fue el porqué de las estaciones del año.

Zeus fue hermano de Hera con quien tuvo varios hijos; también tuvo una hija con Deméter (Ceres, para los latinos; de ahí viene cereal), llamada Perséfone (Proserpina para los latinos); fue una diosa muy bonita de quien se enamoró perdidamente Hades (alguna tradición dice que participó Cupido con su implacable venablo). Hades era hermano de Zeus, de Deméter, de Hera, de Hestia y de Poseidón. Lo cierto es que la hija de los hermanos Deméter y Zeus fue raptada por Hades, su tío por partida doble, y conducida a su reino: el ultramundo. Los hermanos varones tenían dividido los reinos: Zeus el cielo con injerencia en todo (había sido el dios liberador de sus hermanos), Poseidón el mar y la tierra, y Hades los submundos de los muertos. Pero vamos al asunto.

Hades la rapta y se la lleva al ultramundo. Su madre la busca desesperadamente y al no hallarla recurre a Zeus que, consultando a Apolo, dios del sol, que todo lo ve (otro hijo de Zeus), les indica dónde estaba. En una reunión entre los hermanos Deméter, Zeus (padres de la desafortunada Perséfone) y Hades convienen en que pasaría seis meses con el tío-marido en los infiernos, y seis con la madre. Ésta fue la explicación que se daban a los ciclos de la naturaleza: cuando Perséfone estaba con Hades, el mundo se apagaba y la vida desaparecía de las plantas (la diosa raptada era la protectora de las flores y la vida de la naturaleza); y cuando estaba junto a su madre (diosa de la agricultura) se recuperaba la vida en la naturaleza. Otoño e invierno, primavera y verano.

La respuesta que se daban a las causas de las estaciones del año puede parecernos pueriles; sin embargo, no eran menos convincentes, para aquellos hombres, que los movimientos de rotación de la tierra que nos da la ciencia.  Los argumentos de unos y de otros no pueden clasificarse como verdaderos o falsos; son argumentos diferentes con lógica diferente que responden a la misma pregunta.

 

El relato que acabo de hacer admite múltiples entradas de lecturas, seguramente; yo señalaré dos que me interesan ahora. La primera es que cualquier encuentro entre culturas o personas exige un mismo código de interpretación. Cualquier intercambio debe estar regido por la misma perspectiva de análisis. Si bien lo que se analiza es coincidente: origen de las estaciones del año, es diferente hacerlo con criterio obtenidos de la mitología que de la ciencia astronómica. Y la segunda entrada es que el diálogo es el único camino al encuentro; está implicado en él la necesidad de ceder.

Esta semana hemos tenido diferentes episodios que sugieren que no hay coincidencia en la perspectiva de análisis y no hay ninguna disposición al diálogo.

Comentaban que cada vez que viene Felipe González a la Argentina le preguntan lo mismo: ¿es posible un diálogo de la Moncloa? Y siempre responde de manera muy similar: cuando se está cerca del abismo se abren las posibilidades del encuentro y acuerdo. Esa generalización aplicada a nuestra realidad parecería estar a punto caramelo; cuánto más debe aumentar la degradación para encontrarnos en una propuesta racional y común. La situación está dada, las disposiciones humanas, no.

El fallo de la Corte de esta semana, adverso al oficialismo, sobre la división del bloque de Senadores en dos para incluir un representante más en el Consejo de la Magistratura, no le gustó al Frente de Todos. Aquí no se trata de ceder a un punto de vista de una política posible entre otras; se trata de consideraciones incluidas en la Constitución al elegir la república como forma de gobierno y de organización política. La Corte está bien con 5 miembros en 2005 y no ahora; ya hablamos hace unos meses del tema. Las PASO son buenas en 2009 y no ahora; estos son movimientos mezquinos de intereses de parte y de circunstancia. Pero no son ni constitucionales ni tan graves como desconocer un fallo de la Corte porque no es compatible con la voluntad de la líder del grupo más ruidoso, ya ni siquiera el más numeroso. Es una incapacidad a las posibilidades de intercambio entre partes: es como hablar de las estaciones según las razones de la mitología o de la ciencia. Desconocer lo que fundamenta cualquier posibilidad de convivencia es derribar los pilares que harían posible esa convivencia.

El hijo de la líder desafía al presidente cuando declara que su intención de presentarse a la reelección (Dios nos libre) es de un aventurero. En el acto en Mar del Plata, mientras se descalificaba al presidente, algún ministro de su gabinete participaba en el acto, en el mismo escenario desde el que se lo descalificaba. El mismo presidente se va de viaje al exterior más de una semana para no cruzarse con el discurso de Cristina Fernández al cumplirse 50 años del mítico 17 de noviembre de 1972 (ironías de la vida: yo fui a Ezeiza ese día). El diálogo, como lo presenta o la mitología o la ciencia, en lo señalado arriba, es hablar un mismo lenguaje, es presentar posiciones diferentes, pero con voluntad de acuerdo. Es compatibilidad. En nuestro gobierno ya no hay diálogo, hay descalificación, insultos (Vallejo sobre Alberto Fernández) e indiferencia (Cristina Fernández y Massa sobre A. Fernández). En este presente: ¿es posible el diálogo con la oposición? ¿Qué valor puede tener, y en nombre de quién se llevaría a cabo ese diálogo? Está desnaturalizado quien debería iniciar y convocar al diálogo: el presidente. Por más cercano que esté el abismo, no hay posibilidades de diálogo porque no se sabría de qué se habla, quién lo encarna y, en consecuencia, que prosperidad podría tener.

Los derechos humanos (no de todos) han sido un estandarte de este gobierno y, sin embargo, cada vez que hay un micrófono ignorado y encendido, cerca, como el de Cristina Fernández hablando del peronismo o de los jueces y sus carpetazos, o de la portavoz del gobierno, Cerutti, refiriéndose a las piedras por los muertos a causa de la pandemia, lo que se escucha es descalificación por uno u otro motivo. La portavoz atribuyó la montaña de piedras, en la pirámide de mayo, a los peregrinos de la derecha en protesta y memoria por los muertos por la pandemia. Después pidió perdón, “en caso de que alguien se hubiera sentido ofendido”. Suena a perdón calculado, lo que dijo no fue espontaneo. Qué diálogo es posible, en estas condiciones. Es, al menos, muy poco probable. A la vez, llaman a una mesa política; parece un juego de locos. En el mismo discurso en el que se maltrata a la oposición, a la justicia, a los movimientos sociales no afines, se convoca a una mesa política. Esto me recuerda a un pasaje del profeta Miqueas (3, 5): “Esto dice el Señor sobre los profetas, los que seducen a mi pueblo; mientras lo muerden con sus dientes le predican la paz; paz que no ha sido dada en la boca de ellos; al contrario: suscitaron sobre él la guerra”.

Invoquemos a Dios por su ayuda.

 

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

 

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