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Opinión

La vergüenza de Creúsa

Esta semana murió mi gata de casi 16 años. Después de llevarla al médico  un par de veces  –sábado y domingo- murió el lunes yendo nuevamente al veterinario. Pero hasta ahí es la vida en su proceso natural  de todos los seres vivos. Lo que me produjo la consideración que les propongo hoy (originalmente había pensado otra) es el comportamiento de mi gata Creúsa (en honor a la mujer de Eneas de quien todos los latinos venimos según la mitología romana) en los días previos a su muerte. Estaba distinta, perdió peso, fue dejando de comer, se iba quedando quieta contrastando con lo que había sido hasta un par de semanas antes. Pero lo que me hizo pensar fue el modo como se recluyó. Lo asocié con la idea de “como si le diera vergüenza morir”. No es propio de esta columna la consideración del concepto “pecado original”, que por otro lado difiere según la postulen reformados o católicos. Digamos de esta manera: las consecuencias que conlleva la condición de ser vivo, de ser finito, de ser  con destino de muerte.

En el libro del Génesis hay dos relatos de la creación. El narrado en primer lugar, con el que se inicia la Biblia, es  posterior en el tiempo al segundo relato. En el primero (Gn. 1, 1ss), Dios crea en seis días y descansa en el sétimo. El segundo, el que me interesa (Gn 2, 4ss), es el más antiguo. En él Dios crea al hombre del polvo y a la mujer del costado del hombre. Es interesante señalar que no tenían todavía el concepto de nada. Se tardaría mucho tiempo en incorporar ese concepto. Lo mismo sucede con  los dioses griegos. Todos vienen de alguien o de algo.

El ser humano usa todo el cuerpo para la comunicación. Ciertamente existen diversos niveles de comunicación y el más corriente y básico es por medio del habla. Pero también sabemos comunicarnos por medio de gestos de la cara, de las manos, etc. Cuanto más usamos del cuerpo para la comunicación tanto más expresivo es el lenguaje.

Veamos; siguiendo con el pasaje bíblico, pareciera ser que el hombre se comunicaba con Dios y entre sí con una enorme libertad; esa libertad se expresa en la desnudez. El varón, antes de la creación de la mujer, ensayaba la comunicación con los otros seres (los animales) poniéndoles nombres. El texto nos permite adelantar que la primera consecuencia de la desobediencia fue la percepción de la propia desnudez. La desnudez siempre lo es respecto a otro, la desnudez se relaciona con la comunicación. Vestir la desnudez es interponer algo entre los unos y los otros. Llevado al lenguaje oral  -en un sentido más amplio al lenguaje en su conjunto, incluyendo el corporal-, se puede entender que se transforma en un código (el idioma como ropaje) que impone una interpretación para su comprensión.

El idioma; hablar un idioma requiere un aprendizaje que lleva tiempo y esfuerzo; de lo contrario, si no entendemos un idioma, es un conjunto de sonidos que no nos transmiten ningún contenido. Podrá resultarnos más musical, más armonioso pero son sonidos vacíos. Un lenguaje es un ropaje, es un medio, no es la realidad. Es un significante; podríamos decir un referente y a la vez un escondite de la realidad. Bien podemos colegir, continuando con la figura que nos propone el relato de la creación, que la ruptura del mandato divino se convirtió en un impedimento para la comunicación con Dios y entre los hombres. La desnudez resulta ser molesta, porque no tenemos acceso a la realidad en su totalidad sino que ésta es mediada, por lo que es corrida o escondida y simbolizada. Ya no hay comunicación directa; la comunicación debe ser interpretada y mensurada conforme a los recursos del ser humano.  Para Borges es un tema recurrente. Amante de los idiomas buscaba dispensarse de una segunda mediación, las traducciones. Pero entiendo que no era lo que más le interesaba de la posibilidad de referirse a las cosas. Si no tuviéramos traducciones, por otro lado, no tendríamos acceso a Kawabata, porque pocos hablan japonés, ni a los rusos, gigantes de fines de siglo XIX y principios del XX. Ni a Kafka, que aunque escribió casi todo en alemán hay parte en checo, ni Ibsen y tantos otros. Lo que más le interesaba a Borges –a mi entender- fue los límites del lenguaje para denominar la realidad. Crítico férreo del realismo puro, creía, para señalar la realidad, más en las posibilidades del simbolismo. Quiero decir: lo que nosotros llamamos realidad es huidizo al lenguaje, la realidad no cabe en el lenguaje, es más, lo desborda. Sólo pensemos en las diferencias que cualquier persona tiene con otra al narrar el mismos hecho o describir el mismo paisaje. El simbolismo asume, como premisa, que nos manejamos, justamente, en el orden simbólico, que no hay contacto con la realidad de modo directo por medio de los nombres, sino que nos referimos a ella tocándola siempre desde afuera. En “Funes el memorioso” una de las lecturas posibles de hacer es precisamente la crítica al realismo como el de Zola, por ejemplo, que empleaba cuatro páginas en describir el pomo de una puerta. Entendía que la realidad es abarcable por el lenguaje.

No deja de ser curioso que el reducido mundo del lenguaje nos sirva para expresar sentimientos, describir situaciones y comunicarnos con otras personas. Una expiración de aire de nuestros pulmones  administrada por nuestras cuerdas vocales nos permite declararnos el amor y comprar verduras para hacer un puchero. Pero ni el sonido amor es el amor ni los componentes del puchero son los sonidos con los que los nombro. La realidad está ahí; existe aunque no la nombre. El nombre siempre será algo exterior a la cosa. Otra vez Borges en “Golem” nos hablará de este asunto.

Ahora bien; los nombres no son las cosas, las refieren, pero hablan de ellas, nos las identifican. Son convenciones acordadas desde mucho tiempo para permitirnos la comunicación. Son ropajes que esconden, pero son vidrieras que muestran. La vergüenza no es la mentira; la vergüenza tiende a esconder, como la mentira, pero mientras que una puede conciliarse con la virtud, la otra no. La otra es buscar  que algo sea diferente a lo que es. La mentira desnaturaliza; pretende crear una convención diferente. Y hay distintos niveles de mentiras. Existen las mentiras cuyas consecuencias son imponderables porque no conocemos sus derivaciones. O acaso no es mentira administrar recursos que no se ejecutan correspondientemente y concluyen en accidentes desastrosos. Pensemos en la explosión de Río Tercero, o en la catástrofe de la estación Once o en las obras pagadas y no realizadas como tantas en el sur del país. O el Indec, que durante años pretendió hacernos creer datos que falseaban la realidad. La mentira es deformante de la realidad con apariencias de verdad. Dicho de otro modo: la mentira usa los recursos del lenguaje, hace un relato verosímil, compatible con la verdad, pero ese relato no se corresponde con los hechos que realmente suceden, se disfraza de verdad. El peligro de la mentira es que aparece vestida con las ropas de la verdad. Cuanta más responsabilidad tiene alguien en el concierto social, más apego a la verdad debería tener porque mayor es su compromiso con la comunidad.

Mi gata Creúsa se sintió morir y se ocultó, como si fuera una deshonra. Tal vez la hora más importante de su existencia inconsciente la empujó a cubrirse de las miradas ajenas. No lo sé. En todo caso,  inconsciente de su propio yo,  la naturaleza, su naturaleza, la empujó a la oscuridad de su intimidad  y transitar su verdad en la soledad del amparo social. Optimista con la naturaleza humana, siempre espero que el hombre, sobre todo aquellos que nos dirigen y administran lo público, sientan la vergüenza de su desnudez cuando mienten, y no construyan un mundo de fantasía, de ficción, que les dé la apariencia de realidad cuando no es más que un cortinado que dibuja un mundo irreal. Aunque cuando mienten lo saben; saben que mienten.

 

(*) Licenciado en Teología (UCA) - Licenciado en letras (UBA)

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