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Opinión

La seducción y el eufemismo

Columna destacada

 

El mito del romance entre Afrodita y Anquises tiene diferentes versiones, como tantos otros mitos. En uno de ellos se narra que Afrodita es castigada por Zeus por provocar amores entre los dioses y los mortales; por ese motivo le pide a Eros que fleche a Afrodita y la enamore de un mortal; ese resultó ser Anquises, y el fruto de la relación: Eneas. Pero ante la belleza de la diosa en apariencia de   humana, que despierta la sospecha de Anquises, la diosa le miente y le dice que es simplemente una humana bella, nada más. Lo concreto es que el atractivo de Afrodita despierta todas las pasiones en Anquises y termina la noche con ella. Será al día siguiente que la diosa le revela su verdadera identidad, aunque le dice dos cosas: que no la mire desnuda y que no se lo cuente a nadie. Anquises la mira y, deslumbrado por tanta belleza, nunca más pudo yacer con una mujer en su vida.

El tiempo pasa y los compromisos se diluyen con el tiempo. En una noche de juerga con amigos y alcohol, y ante la presencia de una bellísima escanciadora del vino, uno de los amigos le pregunta a Anquises si no la preferiría a la misma Afrodita. Le responde que no puede elegir porque ha yacido con ambas. Zeus escucha el diálogo y se enoja con Anquises enviándole un rayo para matarlo; Afrodita se compadece e impide la venganza, aunque no puede evitarle quedar rengo para siempre. Abundan los dibujos y pinturas antiguas en los que se lo ve retratado en los hombros de Eneas –siendo llevado por su hijo, a causa de su renquera- huyendo de Troya al final de la guerra.

En algunas oportunidades hemos asistido a narraciones funambulescas de distorsiones agrandadas o empequeñecidas, pero desfigurantes de la realidad. Hay infinidad de bromas en torno a esas situaciones. Son asimilables a las caricaturas. Se reconocen rasgos comunes, pero a la vez se exageran hasta el ridículo. Son eso, pero de otro modo; de lo contrario no sería reconocido el aludido. Es diferente a la mentira; ésta es creación de una realidad paralela a la sucedida; es otra cosa. Al menos en esta situación es otra cosa.

Y cuando la historia narrada involucra a terceros, se impone un cuidado diferente, más meticuloso y atento.

Volviendo a Anquises, él incumplió los dos compromisos con Afrodita: la miró y lo contó. Ante los amigos se envaneció por haber enamorado y acostado con la misma diosa del amor. No tuvo en cuenta –no lo sabía- que Eros flechó a Afrodita para acostarse con él. Y tampoco que fue ella quien lo eligió, no él; esto sí lo sabía. Cayó en las atrapantes garras del amor y en la seductora red de la vanidad: quiso deslumbrar a sus amigos sin tener en cuenta que fue usado; y aunque le hicieran creer que elegía, nunca eligió.

El eufemismo es un modo de decir las cosas matizándolas. Es un ardid que permite decir algo con los cuidados y las maneras delicados. Es también diferente a la mentira porque el eufemismo intenta ser fiel a la verdad, con sutilezas, con los matices amortiguadores de ciertas palabras. Es la manera de decir cuidadosa. Y este recurso está muy instalado en la vida ordinaria de las personas. No es necesario saber qué significa y sus reglas; lo hacemos por el instinto del interés social: cuidar los modos de cómo nos comunicamos entre nosotros. También el eufemismo (etimológicamente quiere decir: bien “eu”, hablar “pheme”) puede disimular las debilidades y, en ese sentido, estar más próximo a la mentira, o a la verdad disfrazada; pero sin olvidar que el recurso eufemístico es primario en las relaciones sociales. Lo que debe decirse debe ser hecho con cuidado.

Hay un modo del uso del eufemismo que es la ironía; éste es un recurso de difícil empleo. Oscar Wilde fue un maestro de la ironía; Borges otro. Este último despierta admiración por la creatividad para dar respuestas a través de la ironía. Va un ejemplo que corría en la facultad, un cuento sobre una interrupción por una agrupación política -recurrente en la facultad- a una clase que estaba dictando Borges; ante la negativa del profesor a dejarse interrumpir, los insistentes muchachos amenazaron con cortar la luz, a lo que respondió: he tomado la precaución de ser ciego. No cualquiera usa adecuadamente y en su justa medida la ironía. Se corre el riego del ridículo o de maltratar al otro.

Cuando una persona conoce a otra, y le interesa esa persona, todo lo que cuenta de sí es lo mejor que tiene para contar; nadie comienza un vínculo por las debilidades, defectos, o vicios; todos comenzamos con lo mejor que tenemos para mostrar; si el vínculo prospera, el tiempo irá corriendo los telones que esconden lo que nos guardamos al principio. Esta es otra variante del eufemismo. Nadie sonríe mejor que el interesado en la conquista de un tercero; nadie más generoso ni víctima de desaciertos o injusticias sucedidas en la vida. El eufemismo esconde la brutalidad, pero no la niega, la disimula.

No creo que haya existido una secuencia de gobiernos tan mentirosos como la zaga kirchnerista. Desde el primer discurso de Néstor Kirchner el 25 de mayo de 2003 en el Congreso de la Nación cuando anunció cárcel para los corruptos (a los veinte días de asumir, Lázaro Báez ganaba las primeras licitaciones de obra pública con una empresa formada la semana posterior a la asunción de la presidencia), hasta las declaraciones de Alberto Fernández sobre la falta de gasoil como consecuencia del crecimiento económico. Qué será verdad en el gobierno actual. Desde el día que Cristina Fernández anunció que su delfín era Alberto Fernández no dejó de someterse (AF). Todos hemos escuchado que la rebelión se acercaba, que le decían que cortara, pero no: nunca se rebeló, nunca cortó; el sometimiento creció día a día. Cada tanto envía algún mensaje -generalmente desde el exterior- en el que anuncia cierta independencia, cierta divergencia percibiéndose que manda. Creyéndose que enamoró a la diosa. La distancia le hará sentirse dueño del poder, de la lapicera, como emblema del ejercicio de mando; inmediatamente es desautorizado públicamente exigiendo remoción de ministros, de testimonios gestuales. Es la imposición cruda y dura de haber sido seducido por Afrodita; que puede creerse ante otros que la sedujo, que tiene el poder de la conquista, que no es Cámpora, que su personalidad lo convierte en voz potente y partener; que buscará la reelección y que habrá internas. El eufemismo de los consejos que le dan (porque trascienden) sería algo así como: piénselo bien, falta mucho; la realidad es que no sabemos cómo llegaremos a la semana próxima en el desorden en el que vivimos.

Son incapaces de hacer un acto conjunto para recordar –en el cuadragésimo octavo aniversario de la muerte- al semental fundante de la dinastía imperante. Uno lo haría, la otra le demuestra que sin ella es la nada misma; sin ella: el vacío (el acto del viernes fue el vaciamiento mismo). Ella es Afrodita, ella es la diosa, ella lo eligió, ella usa y descarta, ella tiene el poder. Con interés instrumental, con voluntad sometedora, hace los comentarios urgentes para disociarse del fracaso estrepitoso de un gobierno acabado. El fracaso del vínculo es todo de él. Y cada vez que se fue de boca, como Anquises que, caramba, alguna dignidad siempre debe quedar, intentó atribuirse los méritos que no le correspondían, aparecen las cartas recordando compromisos incumplidos, encuentros solicitados y no correspondidos, funcionarios que no están a la altura de las circunstancias

El cumplimiento de una regla universal va saliendo a la luz; si al principio de una relación se muestra lo mejor de sí, lo más interesante que se puede mostrar y, a medida que pasa el tiempo se corren los telones y va apareciendo la realidad en carne viva, cuando los eufemismos dejan lugar al crudo relato de los hechos pueden pasar dos cosas: o se superan con diálogo y actitud conciliadora, o es el fin. El tiempo ya no dispensa acerca de quién eligió y los modos sutiles van perdiendo los matices que apuestan al vínculo. Ya es el tiempo del matar o morir; o someterse hasta el ridículo.

Cuando los discursos caen en la vulgaridad de lo escuchado ayer en Ensenada, cuando las agresiones son los modos corrientes de hablar de otros, cuando se dice que “el peor peronista es mejor que un gorila”, cuando se dice que “hay tarados (los que votan por JxC) que votan a sus verdugos”,  cuando la diosa habla con desprecio y sorna de “los gorilas”, cuando pasan esas cosas, el modo de decir bien, el eufemismo componedor ya ha sido destruido, todo diálogo fue clausurado; ya no importa la brutalidad del discurso porque ya no importa molestar o herir al otro. Ya no hay lugar a puentes. Son desarreglos que dejan heridas más hondas que una renquera.

 

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

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