Decía hace unos días que no tenía explicación al por qué la sociedad de un país, en este caso Argentina, llegadas las elecciones no pone en la balanza todos los actos inmorales, delictivos, infames y demás situaciones deshonrosas, no actúan en castigo de algún partido que se presenta. Me refiero al inexplicable discernimiento electoral de millones de argentinos.

Quienes tienen diferencias con aquel que ha cometido esos dislates supone o da por supuesto que la sociedad hará “tronar el escarmiento” aquella fracción cuyas acciones a no dudar causaron no sólo perjuicios a su persona y familia sino a gran parte de la sociedad. Discernir es distinguir por medio del intelecto que está bien y qué, mal.

Cuando ocurre la confrontación cívica habría de suponer que las otras representaciones partidarias, recogerán a todo aquel que repudia las conductas mencionadas, las malas conductas.

Bien, hecho los conteos de rigor, resulta que  hay alguna diferencia pero no la que debiera suceder o la que se espera suceda y aparecen guarismos donde no se nota cabalmente distancia entre los de mala conducta y aquellos que tienen por lo menos propuestas que los diferencias en años luz., siendo varias las opciones para que la ciudadanía se exprese acorde a sus principios.

Vale aquí tener en cuenta que de un “padrón general” un 30% no se presenta lo que ya denota una triste irregularidad a pesar que es sabido por todo que aquel padrón se engorda con la asistencia de fallecidos, extranjeros con documentación argentina que viven en países linderos, y otras trapisondas acostumbradas.

Pero, nuevamente, por qué no se manifiesta en números la decadencia de los impropios, acompañado de un incremento de los que no cargan con esos disvalores.

Debo agregar aquí que, dentro de los considerados válidos para emitir el voto aparecen aquellos que lo hacen mediante el “voto en blanco” que a mi modesto entender alguna vez debiera ser tenido en cuenta porque resulta de un ciudadano que no está conforme con ninguna de las opciones que le pusieron para elegir.

Hasta aquí lo que llamaría la introducción al dilema.

Pero creo tener esta explicación, que por más que no es comparable en cuanto al valor cívico, puede servir como ejemplo.

Supongamos que estamos frente a hinchas verdaderos, los de corazón o de nacimiento de diferentes clubes y sólo a modo de ejemplo citaré a River Plate y Boca Juniors.

¿Conocen ustedes muchos de ellos que, ante inconducta de su club o de sus jugadores dejen de ser fanáticos de su camiseta? Maradona es un caso emblemático. Difícilmente encontremos un sujeto que tenga menos catadura moral y más fama imborrable. Nada está mal si lo hizo Maradona, ni un gol con la mano ni su conducta personal pero todo se le perdonó al ídolo que también algún descerebrado lo llamó Dios.

En el caso del otro club, el de los millonarios también debe haber ejemplo digno de rechazo pero, ¿a quiénes conocen de uno u otro de los mencionados equipos, que haya dejado de ser de la azul y amarilla o la banda roja en diagonal?

Vamos a otro deporte que tomo de ejemplo porque fui muy adepto: la fórmula 1: ¿conocen algún simpatizante fanático de Sena, Prost, Schumacher, o anteriormente Fangio, Stirling Moss, Stewart que dejaran de serlo porque tenían sus malas acciones en las pistas o fuera de ellas? Una época se era de Ford o de Chevrolet. Salvando las distancias, estamos hablando de inconductas deportivas siendo que el caso que destapa esta comparación es la corrupción, el delito, las dádivas y hasta las conductas criminales.

Bueno, creo que con esto puedo acercar un grano de arena a la posibilidad de explicar el porqué los “fanáticos de un partido político”, por ejemplo, es difícil que lo deje, aunque cabe la posibilidad que dado el caso que otro le ofrezca mayores beneficios o prebendas, pueda hacerlo  tal vez, cambiar mínimamente de opinión con el riesgo que, una vez pasado el beneficio, vuelva a las fuentes. Algo de esto puede pasar SIEMPRE en Argentina en relación a un movimiento.