Un 13 de diciembre del año 1990, mi Gordo y yo compramos nuestra primer máquina. El pilar de lo que esperábamos fuese nuestra fuente de progreso.

Pusimos alma, corazón y vida en esa fábrica.

Máquinas usadas que habían conocido el esplendor de la industria nacional del calzado. No podía creer que gente "mayor"(tendrían mi edad hoy) pudiera desprenderse con tanta frialdad de esos tesoros, de esas joyas mecánicas.

Claro, yo no podía entenderlo porque tenía 22 años y una ingenuidad que no me cabía en el cuerpo.

Ellos veían que un peronista asumía el poder. Que prometía una Revolución Productiva (que yo ni siquiera entendía qué era).

Yo no necesitaba entender. Me había criado en una industria, en una fábrica en la que un pedazo deforme de goma se convertía en una junta, un fuelle, un tope...

Mamé la industria desde la cuna. La amé.

Y la padecí con cada célula de mi cuerpo.

Padecí la Revolución Productiva, el Tequila, La Caipirinha, el Tango y la mar en coche.

Padecí tomar gente sin experiencia, sin habilidades pero con ganas que duraban menos que un pan de manteca en la trompa de un chancho (por eso me "divierten" los que se oponen a qué en la escuela hagan prácticas de oficios).

Padecí un sindicato que solo pasaba a facturar y cuando me fundí me dijo :"Pero señora! Usted nos hubiese dicho y nosotros les hacíamos firmar un contrato y ya", pasándose por el fondillo todas las leyes laborales que respeté a rajatabla y que se llevaron una pequeña fortuna.

Ver hoy esas máquinas paradas, ese cementerio de elefantes, es lo más deprimente que pueda haber para un emprendedor.

Por eso no sorprende que hoy, los jóvenes que tienen mi edad de aquellos tiempos, no quieran ni pensar en emprender acá.

Este país, tan populista en su esencia, tan destructivo de ilusiones, tan necesitado de todo...expulsa a los que podrían levantarlo.

Este país, el de hoy, se empeña en hundirse cada vez que puede salir a flote.

"Estamos condenados al éxito".