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Opinión

El país donde reina Lionel Messi tiene de todo menos autoridad presidencial

Hubo euforia, desmesura, festejo, pasión, fútbol, al menos dos muertos y varios heridos. Hubo descontrol, policías atacados, un operativo de fuerzas conjuntas que no permitió cumplir con el objetivo de mostrar a la Selección Nacional en una gira porteña, el Obelisco tomado, un banco robado, ríos de alcohol y Dios sabe que más en la 9 de Julio y un récord de cinco millones de personas en la calle para celebrar a Lionel Messi y la Scaloneta. De todo eso hubo mucho, demasiado, pero no hubo presidente, ni hubo autoridad. Por momentos pareció que la única referencia de poder del Estado era la propia Selección argentina y nada más, algo que no puede celebrarse.

Está claro que Alberto Fernández como presidente hubiera tenido el derecho de saludar personalmente a la Selección Nacional y llevarse de recuerdo político al menos una foto con ellos. El problema del kirchnerismo, al que el presidente pertenece por origen y acuerdo electoral, es que su past perfomance lo precede y por lo tanto impide cualquier acuerdo basado en la confianza mutua. Lo sabe muy bien Cristina Fernández de Kirchner, que para encontrarse con la Selección a su regreso del Mundial de Brasil 2014 tuvo que ir hasta Ezeiza y aguantar durante su discurso las caras largas con que la miraban los jugadores, arrancando por el propio Messi. Alberto no tuvo ayer ni esa chance.

Con el oportunismo como premisa básica, el Gobierno intentó esta semana todos los caminos posibles para que la Selección le coparticipe algo de todo el activo que acumuló durante el Mundial de Qatar y del que el triunfo es solo una parte. El kirchnerismo no pretendía ayer solo una foto con la copa y los jugadores, sino que por osmosis también se le pegara algo de la confiabilidad, determinación, equilibrio, templanza o la mesura que mostró la Selección en este mundial. Todas esas virtudes son tan ajenas a la política nacional, y en especial al peronismo actual, que desataron un frenesí incontrolable en el oficialismo por hacerse de algo de ese prestigio, sin poder reparar en que esos movimientos lo arrastraban también al mas ultrajante papelón.

Los signos del problema que enfrentó el Gobierno con la Selección habían comenzado antes del Mundial de Qatar: la Selección nunca quiso cercanía alguna con el oficialismo. El kirchnerismo, realmente, no le había dado demasiada importancia a Messi o el evento en sí mismo. Esperaba con ansia el campeonato, pero como una escala que permitiera acercarse a fin de año casi en un estado de realidad suspendida; un mes de freezer mientras la economía mostraba alguna cara menos irritada.

Cristina Fernández de Kirchner siempre supo que ese mes podía ser esencial para Sergio Massa y sobre eso se montó la euforia K. El título de campeón siempre fue la coronación en potencia de esta estrategia, pero también el inicio del final de esos días de ilusión que fueron el Mundial. De ahí que en ningún momento la expresidenta le habilitara a Alberto demasiados acercamientos con este fenómeno de Qatar.

Y al final la realidad llegó. La Selección aterrizó de madrugada en Ezeiza y de la escalerilla no bajó solo un grupo de jugadores, sino mas bien una formación casi perfecta alrededor de Messi en la que bastaba observar las miradas de Lionel Scaloni y Lautaro Martínez hacia la delegación oficial que los había ido a recibir con Eduardo "Wado" de Pedro a la cabeza, para saber lo que se avecinaba. Solo Claudio "Chiqui" Tapia se acercó a saludar al ministro; el resto hizo un pase violento sin frenar con Messi en el medio. La escena pareció una remake de Gladiador, donde a Russell Crowe sus compañeros de lucha de la arena lo rodean para alejarlo de los legionarios de Joaquin Phoenix.

Al día siguiente nada había cambiado, todo lo contrario. La marcha del micro descapotado arrancó y cuatro horas después solo había llegado al peaje de la autopista Riccheri antes del ingreso a la Capital. Un dato: ni siquiera el motor del vehículo funcionaba perfectamente bien. La Ciudad ya era un caos incontrolable con millones de personas en la calle, los accesos aislados y desmanes que comenzaban a multiplicarse con la gente subiendo a techos, kioscos, semáforos y la cumbre del Obelisco. Nada frenaba al Gobierno que sin disimulo seguía negociando sin éxito aunque sea un minuto de la Selección en el balcón de la Casa Rosada. En la pasión de Alberto Fernández por emular a Raúl Alfonsín, llegó a ofrecer lo mismo que el radical en 1986. Es decir, la Rosada sin política. La Selección no le creía e insistía en no frenar en la Plaza de Mayo.

"Chiqui" Tapia, con cuitas contra Alberto acumuladas por años, tuiteaba y fijaba límites al agradecer a Sergio Berni como único garante de la seguridad. Está claro que esa no había sido la realidad: toda la coordinación de las fuerzas de seguridad había colapsado y hasta la policía porteña había perdido la chance de actuar cuando la marea humana ya amenazaba con subir al micro. Nadie sabía a ciencia cierta el destino de la Selección. El calor, el agobio y la falta de autoridad comenzaron a provocar sensaciones peligrosas en el ambiente. Hubo una orden, se cambió el recorrido y la Policía Federal organizó una evacuación que el Gobierno quiso mostrar como una vuelta olímpica en el aire.

Fue el papelón final, después de haber embanderado la Casa Rosada y haber mantenido en los balcones al personal de seguridad mirando el cielo esperanzados en que algún helicóptero aterrizara allí. Nunca sucedió, inclusive cuando el Gobierno había hasta pagado el costo político de cerrar la Casa Rosada por primera vez en la era democrática y mientras la portavoz Gabriela Cerruti tuiteaba incomprensibles proclamas de victoria. De repente todos quedaron mudos: en minutos las cinco naves aterrizaron en el predio de Ezeiza y los jugadores escaparon pronto a sus casas. No dejaron ni un minuto de chance para un último intento de saludo presidencial. De nuevo, ayer hubo de todo en las calles de Buenos Aires menos la autoridad lógica que el Gobierno debió ejercer y no tuvo.

Rubén Rabanal

Alberto Fernández Argentina autoridad presidencial Campeones del Mundo Lionel Messi

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