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Opinión

El Martín Fierro y la actualidad

Columna destacada

El poema Martín Fierro es la historia de un gaucho fugitivo que, impuesto por circunstancias involuntarias, se vio obligado a dejar mujer, hijos y rancho y comenzar un trajinar infatigable por la pampa infinita. Luego de dos muertes, la del negro y la del provocador, su vida se convierte en un vagar constante sin otro refugio que las estrellas que le dan cobijo. Es la suerte del gaucho sin leyes ni gobierno que los ampare; es la imposición del más rudo y valiente, componentes que le sirven de escudo ante los avasallamientos y desconsideraciones del poder. Algo más de cincuenta años después, otro gaucho, Don Segundo Sombra, sintetizará una carga simbólica radicalmente diferente. Ahora es un actor de la economía agraria, se ha afincado y forma parte de un sistema políticamente más ordenado.

En el poema de Hernández, el gaucho es un hombre solitario, pero se lo presenta como una persona cargada de sentimientos y con conciencia del bien y del mal. Fierro es consciente de la responsabilidad que le cabe frente a la muerte, además reza, invoca a Dios, sufre por la lejanía de su querencia afectiva. Es un curtido pero no salvaje; sus sentimientos, sus valores, su fe lo diferencian del indio. Es sensible a los afectos y experimenta la amistad con sentimientos profundos en el vínculo con Cruz, que de policía se convierte en defensor y compañero de Fierro. La patrulla que fue tras su captura, de la que Cruz formaba parte, se enfrenta al valiente solitario y despierta en Cruz la solidaridad que lo pone del lado del gaucho; y nace una amistad que solo terminará con la muerte del antiguo policía.

La sensibilidad del gaucho Fierro está expresada en múltiples formas. Pero la amistad más celebre de la literatura argentina y el afecto que entre ellos vive, se nos dará a conocer cuando Fierro nos abre su corazón al narrarnos qué siente a la muerte de su amigo:

 

“De rodillas a su lado

Yo lo invoqué a Jesús;

Faltó a mis ojos la luz,

 tuve un terrible desmayo

Caí como herido del rayo

Cuando lo vi muerto a Cruz” (550)

 

Lugones impondrá el Martín Fierro como el poema nacional. Como Grecia con Homero, Roma con Virgilio, Lugones lo consagrará, en El Payador, como la narración épica y fundacional de la identidad nacional. Las exigencias de un elemento literario que aglutinara una dispersa multitud de rasgos, encuentra en Hernández el núcleo identitario del país en ciernes. Claro que entre el Martín Fierro y el siglo XX media la expedición de Roca que consolida la unidad territorial y expande las fronteras productivas del país.

Han pasado 150 años, este año, de la publicación de Martín Fierro. Qué pervive de lo bueno y lo malo que narra el poema en la sociedad argentina actual. No han sido pocos los que, recogiendo la iniciativa de Lugones, continuaron con la lectura del poema en clave de proclama fundacional. Otros lo han leído como una alegoría de la argentinidad. Pareciera que no ha dejado a lectores sensibles y profundos de la intelectualidad nacional de la primera mitad del siglo XX, indiferentes ante la obra de Hernández. Es verdad que la gran mayoría de esos intelectuales están marcados con un sesgo nacionalista. También es cierto que las corrientes inmigratorias posteriores al poema, modificaron el cuadro de composición social y cultural del país y le dieron una impronta más europeísta que americana, de color local. Y por ese motivo hubo un interés marcado en la intelectualidad nacionalista de recuperar la imagen del gaucho como emblema de la argentinidad.

¿Qué queda de lo narrado por Hernández en el colectivo argentinidad? Claro que se pueden señalar unos cuantos rasgos comunes, como la amistad entre Fierro y Cruz, pero también hubo amistades destacables en la historia de la humanidad. Pensemos en Aquiles y Patroclo, Bouvard y Pécuchet y tantos más. El rasgo solitario del gaucho Fierro -de fuerte impronta romántica- es componente esencial de la proclama del movimiento romántico nacido en Alemania en el siglo XVIII. ¿Queda el gobierno arbitrario con el que los caudillos gobernaban caprichosamente los destinos de muchos, como el de los gauchos? La arbitrariedad del gobierno en manos de uno solo tiene ejemplos paradigmáticos en la Europa de la aristocracia milenaria. Tampoco es original en esto.

Tal vez de Fierro nos quede una nostalgia de nunca llegar, como el camino de la pampa infinita. De marchar a la pesca de un destino que es espejismo, y siempre estará después, más allá. Ciertamente la amistad es un rasgo determinante en el argentino común. Recuerdo lo que me contó una persona que vivió en París por muchos años y se volvía a la Argentina. Le iba bien, estaba instalado. Su respuesta fue que extrañaba la amistad que había quedado en Argentina; no me dijo los amigos, me dijo: la amistad.

Tal vez nos quede una rebeldía con la ley; la pretensión de siempre modificarla, sin crecer en el apego a las normas que ayudan a vivir armoniosamente con otros. ¿Cuándo terminarán los piquetes? Las primeras veces que se hicieron llamaron la atención, hoy solo llaman al rechazo hacia las pobres víctimas usadas por cabecillas con cajas enormes que los gobiernan como se gobernaba a los gauchos cuando se los sometía arbitrariamente. También hay rebeldía de poder entre ellos, entre los que lo tienen y mucho; tanto como para facilitar o complicarle la vida a todo un país. Desafíos caprichosos que intentan mostrar independencia (de A.F hacia C.E.F.) y solo crean tensión que genera incertidumbre. El Provocador que se narra en el poema -a partir de la estrofa 222- desafía a Fierro porque se siente poderoso, fuerte, pendenciero y termina en el ridículo de la muerte absurda; como Fernández discutiendo con un ignoto adolescente de 60 años (para participar en un reality hay que ser adolescente, aunque la edad lo niegue) que, en el colmo del absurdo, ni siquiera se entera porque está enclaustrado.

De Fierro nos cuenta el poema que su rebeldía nació cuando fue despojado de su casa, sus hijos y su mujer; de Cruz cuando el jefe de la milicia le quita su mujer, también por la prepotencia de la fuerza y no por los argumentos de la razón. ¿Qué vemos hoy en los intentos de modificar sin consenso los códigos de leyes que administran nuestra convivencia? ¿O los manejos bajo amenazas disfrazadas, a veces menos disfrazadas, de la justicia, para adecuarla a la conveniencia de los que tienen poder?

Muchos han querido ver en el Facundo de Sarmiento el verdadero libro fundacional de la argentinidad, pero no; no prosperó esa visión. Algunos creen que Sarmiento combate a los gauchos por esa descripción que hace al principio del texto y no es así; de hecho, el cuarto de los tipos de gauchos que señala es el poeta, el músico, el artista; el hombre que siente los acordes del alma. Es el hombre que convive con las normas, que respeta las convenciones; finalmente, que tiene en cuenta al otro. 189 años después de la primera expedición al desierto, la de 1833, la que hizo Rosas para desplazar las fronteras y controlar los malones, y 144 años de la que hizo Roca con las mismas motivaciones que la anterior, y por los mismos caminos seguidos por Rosas 45 años antes, tenemos nuevamente malones, atropellos en el sur por quienes se autoproclaman mapuches, incendiando, matando, provocando, llevando terror a la población civil. Pero esta vez, la autoridad constituida, los que son nominalmente guardianes de la ley y el orden, los que ejercen legalmente el uso de la fuerza, permanecen impávidos, inermes, abstraídos en nombre de derechos humanos instrumentados al servicio de intereses de parte.

Martín Fierro no fue un modelo, fue un fugitivo avasallado en sus derechos que, frente a la anomia de la circunstancia, actuó. Pero quien lee el poema lo percibe como un hombre bueno, víctima de un sistema que lo expulsó. Y ya cincuenta años más tarde (en Güiraldes), el gaucho era el trabajador productivo asimilado a la sociedad y cumplidor de la ley. Tampoco la autoridad de entonces era modélica; era avasalladora, pendenciera y arbitraria. Qué queremos los argentinos comunes sino condiciones para vivir en paz, trabajar con previsibilidad, tener seguridad en la vía pública y en nuestras casas. Lo peor de los gauchos ha vuelto en la delincuencia, en los atropellos organizados, en la violencia criminal de Rosario y el conurbano bonaerense. Y lo peor del antiguo régimen que excluía a los gauchos vuelve en los atropellos del poder que intentan forzar las normas conforme a los propios intereses.

El intelectual español Ramiro de Maeztu, que fue embajador en Argentina entre 1928 y 1930, cuando acababa de salir publicado Don Segundo Sombra, en una de sus declaraciones comentaba su preocupación por la cantidad de españoles que entraban al país todos los días por esos años. Su inquietud -desmesurada, por cierto- era que vaciaran España. Esta semana la Presidente de la comunidad de Madrid hablaba de la radicación diaria de argentinos en la capital española con la sola intención de verse liberados del populismo disolvente que gobierna Argentina. Relación en espejo que habla por sí misma.  Claramente estamos haciendo las cosas mal.

 

(*)  El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

 

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