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Opinión

Columna destacada: Vivir y Elegir

Hay una cierta tendencia, porque está en su propia naturaleza de cierre, hacer balances al final de cada año. No es mi caso; tal vez porque tengo el hábito de hacerlo regularmente y más desestructuradamente.  Pero poco importa cuándo se haga; es la ocasión en que nos ponemos frente a nuestro pasado y evaluamos los considerandos de nuestro actuar. La evaluación tiene diferentes motivos causales, pero nadie avanza sin programación de lo que sigue. Cuando se habla de la propia vida, de las actividades profesionales, de las vacaciones, de cada cosa que involucra algo más que el momento inmediato que sigue en nuestro andar es necesario programar.

La Navidad tiene, en muchos casos, una fuerte carga emocional porque es una celebración que nos acompaña toda la vida con recuerdos nítidos y contrastes claros que la jalonan desde la niñez hasta la madurez plena. Todos recordamos las navidades de nuestra niñez, poblada hoy de ausencias que nos sensibilizan, lo que la hace una celebración de contrastes emocionales. Aún la música, los villancicos, son portadores de carga emocional por asociación a momentos de nuestra infancia, aunque ya no celebremos la fiesta navideña como una fiesta religiosa.

Y por ser la Navidad el punto que rompe la historia en dos, nos abre el nuevo ciclo del calendario. El año comienza al octavo día después del nacimiento, cuando Jesús es presentado en el templo. Al encontrarnos frente a un nuevo ciclo, un nuevo año que comienza, nos disponemos a recomenzar, a una nueva oportunidad que nos da la vida, por lo que no solo es tiempo de balance sino de proyección, de planificación, de aventura mental. Cierto es que proyectamos, planificamos hacia adelante en base a lo ya vivido, sobre lo que tenemos fosilizado porque no admite modificaciones: el pasado; pero lo hacemos como una prolongación que da previsibilidad, como antecedente, como posibilidad y como inercia de vida.

En la vida de cada hombre se da una tensión entre la necesidad de vivir, y la libertad de vivir. La necesidad de vivir no se refiere a una cualidad moral, o un imperativo inconsciente, sino a algo anterior, más profundo, de orden filosófico: no sabemos el porqué estamos aquí. Otra cosa es el para qué estamos aquí. Eso es lo que se construye desde la libertad, pero el estar, el vivir, el ser de cada uno de nosotros, es una necesidad que no nos debemos a nosotros mismos; nos ha sido dado. Para quien confiesa la fe en Dios creador la respuesta salta a la vista, pero sería traicionar la lógica del pensamiento recurrir a ese atajo que proviene de otra dinámica, no de la del pensamiento puro, sin intervenciones de la trascendencia. Mi existencia es exigida para cualquier consideración posterior, y es, a la vez, de lo que no soy responsable. La otra cara de la cuestión es que soy libre, soy dueño de mis actos que construyen quien soy; que lo construyen como ser moral y que lo construyen como ser que despliega responsablemente la existencia. Y es una paradoja que vive en mí: ser necesario (una existencia que recibí) y ser libre (una existencia que construyo).

Cuando me planto frente al año que comienza, que me desafía a planificar y organizar mis responsabilidades a venir, lo hago sobre el futuro, lo hago sobre lo que hoy, todavía, no existe.  Cuando planificamos nuestro futuro, personal, laboral, afectivo, sanitario, lo que fuera, lo hacemos considerando que nuestra existencia no será aniquilada, no desaparecerá, lo requerido –la existencia-, está presente. Cuando la existencia está amenazada, nuestra libertad, lo que depende de nosotros, lo que es nuestra tarea, ocupa un lugar secundario, se ve limitada porque no tiene sentido nada, no existe nada si no hay existencia. Esa tensión entre la existencia que recibí y la libertad que construyo, requiere equilibrio. Al tener amenazada la existencia, ante la posibilidad de dejar de ser, se produce la angustia. Al ser un sujeto capaz de pensar, de ser consciente, percibo la amenaza de dejar de existir (un animal se asusta ante la amenaza, pero no es consciente del riesgo de desaparición). La angustia filosófica, y también la moral. No porque ignoremos la certeza de nuestra muerte, sino por la resistencia natural al riesgo de dejar de ser.

Espontáneamente construimos nuestra vida desde el pasado hacia el futuro, pasándolo por el ahora, ese instante inasible que huye vertiginosamente, casi sin consistencia; ese devorador de futuro que calcifica nuestro tiempo en tiempo irrecuperable.  Pero hay otro modo de mirarlo y es mirar el futuro, lo que todavía no es como eso: lo que no es, la nada. Y tomar esa nada como la sustancia prima sobre la que se resuelve nuestra vida. Ir convirtiendo la nada en un producto que resulta lo que soy por el juego y uso de mi libertad. Quiere decir que lo que llamo futuro es nada, es la materia prima de lo que seré, o lo que voy siendo. Lo expresa muy bien Unamuno en un poema, un soneto, Rima Descriptiva (los últimos tres versos del soneto):

desde su manantial, que es el mañana

eterno, y en sus negras aguas huye

aquella mi ilusión harto temprana.

Lo que nos trae Unamuno es la consideración del futuro como la fuente del tiempo. Invierte nuestra percepción psicológica y la vida ya no se alimenta del pasado que marcha hacia el futuro, sino que se nutre de lo único que hay, lo que realmente existe, lo que viene, esa materia prima que es la nada que nos va dando la posibilidad de construir nuestra vida.

El equilibrio entre la necesidad de nuestra existencia (la que nos ha sido dada) y la libertad que nos permite construirnos (nuestra tarea), va conjugándose para proyectar, trazar, alimentar una vida adviniente, que llega, que hoy no existe, pero posible y venturosa, o no. La existencia está, nosotros definimos qué hacer con ella.

Todo esto se refiere al orden personal, a la vida de cada individuo, pero es extensible a la comunidad política, a la sociedad como un sujeto que también tiene una vida dada y que va construyendo su futuro. La palabra programa significa lo “escrito previamente” y en este fin de año, como país, es lo que no tenemos. No se votó el presupuesto que es lo que nos dice cómo nos organizaremos el próximo año; no lo tenemos; lo que muestra, como dato, la inestabilidad; al margen de la posibilidad de prorrogar el de este año, muestra el desencuentro en quienes nos dirigen, quienes tienen la responsabilidad de trazar los lineamientos para que podamos vivir con previsibilidad. Si la libertad es la condición para el desarrollo del individuo, que requiere responsabilidad y madurez a la hora de dar cuenta de lo que decide, la libertad de la que hace uso el gobierno, en sus distintos poderes, es la responsable de crear condiciones para el desenvolvimiento integral de la sociedad.

Responsable tiene la misma raíz que respuesta; es quien debe dar respuestas. Esta semana se votó la ley de Bienes Personales; salió la aprobación con la propuesta del oficialismo porque dos diputados, una de PRO y otro UCR estaban de viaje. La primera a quince días de asumir su banca; el otro porque se casaba la hija. No es necesario ser muy astuto para saber que diciembre es un mes intenso en las Cámaras Legislativas para no moverse de Buenos Aires; sencillamente no tienen excusas. Eso se traduce en mayores impuestos en los que tienen recursos para mover la economía que produce incremento de trabajo. En síntesis es eso; así de sencillo.

Suele confundirse responsabilidad con culpa; una es objetiva, la otra subjetiva. Suele tenerse responsabilidad sin culpa, aunque se la llame culpa. En este caso ciertamente tienen responsabilidad todos los que ejercen función con poder de gobierno; no creo que sientan culpa, aunque sería sano que la tuvieran.

Feliz Navidad y buen año. Adiós

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

Argentina culpa futuro libertad opinión Responsabilidad

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