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Opinión

A Campazzo hay que darle la pelota

No se si a ustedes les ocurrirá lo mismo que a mí, pero yo me paso la vida anticipando situaciones. Si pasa A, entonces ocurrirá B y si ocurre B seguramente se produzca C. Así ocurren diálogos imaginarios entre sábanas, discusiones que finalmente no se producen, temores que no se concretan y alegrías que no se hacen realidad. Quizás algún psicólogo de turno hable de control y ansiedad, y seguramente tenga razón, pero es lo que pasa y barrerlo bajo la alfombra tampoco tiene demasiado sentido.

Con Facundo Campazzo y su llegada a los Denver Nuggets ocurrió exactamente esto. Yo supuse, junto a tantos otros, que podía trasladarse algo sin fisuras de un continente a otro. Sí, ya se, la adaptación, pero conocía a Campazzo. Había visto jugarlo infinita cantidad de veces, pero esta vez parecía que no. La alegría, en una temporada y media, sólo apareció a cuentagotas. Digamos todo: pasó, pero no pasó tanto. El ejército de trasnoche se abrazó a una ilusión que no terminaba nunca de ser hecho concreto. El sueño ganó muchas veces, los culpables de su presente fueron sucediéndose unos a otros, y la verdad es que lo que esperábamos con ansias, la conversación que se repetía en nuestra cabeza el día que de el salto, pareció estar lejos de ser. La sonrisa de Real Madrid aparecía y desaparecía. Éxtasis y depresión en partes iguales. Campazzo pasó de jugar a no jugar, de no jugar a jugar, y siempre tuvo un rol limitado cuando le tocó entrar: fue lateral derecho de cualquier compañero de turno que tenía la pelota en sus manos. Cuando pisaba el parquet era ansiedad y arrebato, producto de la falta de oportunidades genuinas. Una mente creativa obligada a arrastrar cadenas noche a noche. Pasó de sentarse en la cabecera en Europa a barrer el piso en la NBA. De tener todas las llaves a quedarse encerrado en un cuarto a las órdenes de un celador de turno.

¿Quién no se frustra con algo así? Seguramente todos.

Todos menos Campazzo.

Quizás esas manos en la cabeza de Aaron Gordon preguntándose cómo -y porqué- hizo ese pase hacia atrás a la altura del tiro libre fue el despertar de Campazzo a los ojos de sus compañeros. El banco de suplentes con los brazos extendidos al cielo con el pase de faja a Nikola Jokic y los suspiros en el Ball Arena con la asistencia de bowling en transición a velocidad Max Verstappen terminó de conformar aquella suposición inicial que teníamos todos: Campazzo toma la pelota y con ella se quita todos los cerrojos existentes. Conformamos nosotros, los rivales, los compañeros, todos, el momento exacto en el que Peter Pan vuela por primera vez: un recuerdo feliz, solo eso se necesita. Y entonces, la diversión regresa a nosotros. Ahora sí, córranse todos. Campazzo se desata la corbata y emerge Facu. Serán minutos de montaña rusa. El mago agita la varita para hacer uno, dos, tres trucos en continuado. Pinceladas de arte que nos recuerdan que el deporte que amamos es contenido pero también forma, que el pragmatismo de los números pierde por paliza contra lo emocional. ¿Qué es el básquetbol si no es esto? Y entonces, ya abrazados a la dinámica de lo impensado, apuntamos al interlocutor de turno que corresponda: ¿ves que puede jugar en la NBA? ¿Ves que si le dan la pelota las cosas pueden ser diferentes?

Las lesiones en los Nuggets le dieron a Campazzo la oportunidad que necesitaba. Le permitieron jugar mano a mano con Jokic, jugador de recursos infinitos, Larry Bird de más de siete pies, que comparte el entusiasmo por la fantasía del básquetbol sinérgico y a velocidad ralentizada lo potencia. El petiso y el gigante, la liebre y la tortuga en una combinación fascinante de recursos de ilusionismo ilimitados. Porque el lunes se rieron todos, hasta Michael Malone y su tropa, acostumbrados a ser fanáticos extremos de la cautela.

La defensa ya es parte de su especialidad. El próximo paso para Campazzo será entonces mejorar su tiro de tres puntos y hacerlo consistente para convertirse en una amenaza seria detrás del arco. Si hizo A, entonces vendrá B y seguramente llegue C. Navego de nuevo entre las sábanas con hilos de suposición. Su mente de acero es obtusa, recurrente y caprichosa. Solo hay que decirle que no puede para que rompa barreras y redibuje límites. Es inevitable: a Campazzo hay que darle la pelota para que ocurra lo extraordinario.

Campazzo, queridos amigos, no es solo FIBA: también es NBA.

Y esta historia, recién comienza.

Fuente: ESPN.

 

(*) El autor es responsable de la sección de básquetbol en ESPN.

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