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Opinión

Sobrevivientes terminales

Columna destacada 

Jano es un dios de la mitología romana sin correspondencia en la griega y se representa con dos caras: una mira hacia un lado y la otra hacia su opuesto. El primer mes del año le debe su nombre a este dios porque cierra y abre, en este caso el tiempo, aunque también su efigie se colocaba en la puerta de una casa para proteger la salida y la entrada en ella; asimismo se invocaba como protector del comienzo y el final de un proceso cualquiera puesto bajo su cuidado. En el caso del inicio del año, insisto, cuyo mes recibe el nombre del dios, nos lleva a pensar que el primero de enero comienza algo y que el día previo termina también algo. Y no está del todo equivocada nuestra construcción cultural. El año está determinado por la vuelta al sol. El tiempo pasa, sin solución de continuidad; es un continuo; en ese sentido ni comienza ni termina nada.  Aunque sicológicamente comienza un tiempo nuevo, una nueva unidad temporal.

Continuando con la propuesta abarcativa de Jano, que mira hacia el pasado y el futuro, sintetiza lo absoluto de la vida medida en tiempo. Que encomendemos nuestro futuro a fuerzas sobrehumanas que en nuestras creencias nos ofrezcan protección es entendible; pero por qué encomendar nuestro pasado a la protección de un dios, o una fuerza poderosa. En la concepción cristiana de la existencia lo entendemos porque somos un continuo que daremos cuenta de nuestras acciones; para un judío o un cristiano que cree en la trascendencia, es decir en un Dios que está por encima de nuestra condición y no transacciona con nosotros, es razonable. Pero para un griego y un romano (el panteón romano es una copia del griego, con unos pocos agregados como Jano) que interactuaban con los dioses, los sobornaban, los engañaban, los contenían con sacrificios, que no tenían una relación de creatura-creador, el pasado no revestía el mismo interés. Pero sí servía para conocer, a la luz del pasado, las correctas decisiones y construir un futuro más promisorio.

Cuenta Ovidio (El arte de amar) que Venus (Afrodita en griego), diosa del amor, tenía una desviación en un ojo; esa bizquera le permitía las furtivas miradas propias de la seducción amorosa. Se la llamaba “paeta”, la que mira de lado.

Claramente el hombre repite el pasado con variantes. Puede hacernos pensar que algo nuevo está sucediendo, aunque rara vez logre ser original.

Me atrae la figura de Jano por su pretensión de gobernar todo, el pasado y el futuro. Y la mirada desviada de Venus se inscribe en la misma dinámica: pretensión de tener todo bajo su supervisión.

En la historia de Argentina hemos visto muchas cosas. Presidentes que dejan un personero y se rebela (Roca-Juárez Celman); pujas de poder con pretensiones de desplazamiento (hay muchos de estos: Alvear-Yrigoyen; Justo-Ortiz; Duhalde-Kirchner), pero alguien que quiere ser oficialismo y oposición al mismo tiempo, esto sí que es novedoso. Lo más extraño, o contradictorio en los propios términos, es incidir en el nombramiento de ministros para conformar los responsables en el ejercicio de poder, y luego desgastar al gobierno que ejerce el poder.

Los frentes que tiene abiertos la vicepresidente son múltiples. El primero es la conformación del gobierno -eligió sin consulta previa ni consenso-; el presidente es su criatura. Cuando un ministro le disgusta comienza el trabajo de esmerilamiento. Es la persona más importante de este gobierno, aunque su comportamiento es frecuentemente opositor. Pocos consideran la palabra de su personero, el presidente, porque la que tiene peso, la decisoria, es la suya; algunas veces en el congreso se vota en contra de los proyectos de la Rosada, de su gobierno camuflado. El comportamiento esquizofrénico perturba cualquier atisbo de estabilidad. Ella propuso en el 2005 la Corte de 5 miembros, ahora de 25 o de 15, a lo que dé. Las PASO le convinieron en el 2009 y allí fuimos todos a votar dos veces en sesenta días; ahora no conviene a sus intereses y se pretende derogar la ley. Habrá que ver si junta el número. Como Venus, bizquea desde el oficialismo con movimientos opositores; en cualquier casillero que caiga la bola estará con fichas puestas.  Si el experimento hubiera funcionado hubiera sido su logro, su estrategia la victoriosa. Como el perro trae sarna, el perro es ajeno.

Un frente que la tiene inquieta –a juzgar por sus propio discurso- es la imagen que construye frente a la historia. Le atrae la historia, no rigurosa, ni fundamentada; le atrae la historia como espejo de sí misma. Tiene sus figuras predilectas como San Martín, Belgrano, sobre todo -en su producción narcisista y egocéntrica, hasta imaginó un romance con el prócer, y además lo dijo públicamente-, Moreno, Rosas. No es infundada la sospecha de que la imagen que se construye es la del tuteo con los padres de la patria. Claramente la historia hablará de ella; fue dos veces presidente y una de las personas más importantes en lo que va del siglo. La tentación de imaginarse viva en la historia es irresistible para los que saben que estarán en ella. Un grande de la literatura como Alighieri se imaginó, en el canto IV del infierno, junto a las grandes personalidades de la literatura clásica y se sintió parte de un grupo de selectas figuras consagradas por su obra al ser invitado por Homero a platicar junto a Ovidio, Horacio, Lucano y Virgilio. Cómo evadirse de la tentación de sentirse parte de las enciclopedias que dibujarán innumerables paginas hablando de ella. Por eso el empeño, hoy atribulado, por eludir la condena de la justicia. No será la cárcel su destino, en febrero cumplirá 70 años, ya no habrá cárcel posible; tal vez sus hijos, tal vez; pero con ojos de lince y fijados como Jano para no perder detalle, es la historia y su veredicto inquietante que no termina de despejar el brumoso mañana que despunta.

Como lo expresa la imagen de Venus, pretende controlar el presente jugando para los dos equipos: cualquiera que gane, ganará. Todo exige su control, su juicio y aprobación. Y como con las caras de Jano mirando hacia atrás y hacia adelante, verificar y construir la identidad que aspira a transmitir a la posteridad. Qué impertinente es la realidad cuando no se somete.

Un escritor del siglo I después de Cristo, Petronio, un hombre de refinamiento y distinguido, autor de Satiricón, la primera novela escrita en occidente, en la que narra con detalles costumbres de la época. Se conserva con algunas lagunas, pero comprensible en su argumento general. Petronio, fue amigo y hombre de confianza de Nerón hasta que cayó en desgracia por una traición. Nerón era un hombre violento, desmesurado y con pretensiones artísticas. Petronio todo lo contrario: un hombre culto y refinado. La traición por celos lo encuentra cerca de Nápoles y recibe la orden del emperador de permanecer en el lugar. Nuestro autor entiende que su destino está marcado y le espera la muerte. Decide quitarse la vida, pero antes le escribe a Nerón declarándole su opinión sobre sus cualidades humanas y poéticas. En ese escrito no guarda adjetivo para calificar la vulgaridad de su persona y su obra. Ciertamente desde mucho antes Petronio pensaba sobre Nerón lo que le escribió, pero la inminencia del final lo envalentonó para decir verdades sin miedos ni reservas. Ya no había ni tiempo ni razones para callar.

Esta semana el presidente, o lo que queda de él, tuvo, al menos en dos ocasiones, actitudes de rebeldía. Una fue el nombramiento inconsulto de tres mujeres en los ministerios de Acción Social, Trabajo y de la Mujer; la otra fue el discurso de cierre en el Coloquio de IDEA.

Los nombramientos de las tres nuevas ministros no fueron consensuados; los voceros informales de Cristina Fernández nos lo hicieron saber por activa y pasiva. En el discurso del viernes en Mar del Plata, el presidente desafió a los presentes a que señalaran si habían sido investigados por la AFI, o recibido algún pedido de coima por la obra pública. Al margen de que eso cabe decirse en una mesa de café y no en un discurso formal, es lo que se espera de quien ejerce el gobierno; se descuenta que hacen las cosas de manera honesta; por algo las conductas incorrectas se hacen a la sombra y a escondidas. Las claras referencias a las denuncias que pesan sobre su jefa resonaron como un desafío frontal. Lo grave, lo más preocupante es que su discurso no revestía atractivo para los empresarios reunidos. Si el presidente iba lo escucharían, si no iba no pasaba nada.

Veremos cómo sigue el vínculo entre el presidente y la vice; falta un año de convivencia y es mucho, pero la sensación de enfrentarla porque ya no queda nada que perder, no es signo de fortaleza sino de proceso terminal como el que encaró Petronio ante el temible Nerón. Ya estaba muerto, qué más se puede perder.

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

 

 

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