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Opinión

El Cónsul Español, lamentable

 Dedicado a los amigos cuyas vidas fueron totalmente consagradas a reivindicar a la raza aborigen americana, con hechos concretos a través de sus manifestaciones.
A la memoria del amigo ausente, por siempre en la luz, Joselín Cerda Rodríguez, que me inspiró esta respuesta.
A los amigos presentes, encargados de llevar con su arte, la antorcha de nuestra identidad: Eduardo Aroca – Mario Toro – Raúl Guzmán.

Las polémicas declaraciones del Cónsul Español en Córdoba, Pablo Sánchez Terán, allá por el mes de Octubre del año 2004, en la que dijo refiriéndose al día del descubrimiento de América, que “mucho peor estaríais o estaríamos bajo las civilizaciones incaicas, aztecas, sioux, apaches o mapuches, que eran imperialistas y sanguinarias”.

Estas afirmaciones necesitan una humilde respuesta,

La historia de la América precolombina, desde su título de “Descubrimiento de América”, comenzó a generar grandes protestas. Las airadas declaraciones, del molesto señor cónsul, no tienen ninguna sustentación. Porque en realidad, nada había que descubrir. Estas tierras americanas poseían grandes civilizaciones que contenían millones de habitantes.

Habían desarrollado importantes logros en los campos de la ciencia astronómica, en la agricultura, en la domesticación de las plantas y animales. Habían construido grandes proyectos arquitectónicos, ceremoniales y municipales, como acueductos, desagües, diques contenedores de reservas de agua, etc., etc.

Así lo atestiguan los grandes monumentos que muestran en forma extraordinaria su importante organización social.

La denominada conquista y colonización realizada por España, trastocó el hábitat normal en que vivían los primitivos habitantes de estas tierras. Nos pusieron el nombre europeo de América en homenaje a uno de ellos, Américo Vespucio.

Poseedores de la rueda, del hierro, la pólvora, el caballo y los perros, los europeos españoles acometieron con toda esta civilización. Destruyeron sus dioses y templos, la esclavización, la masacraron en las minas, le dejaron sus hermosos cerros como el de Potosí igual que un montículo de tierra transformado en un hormiguero; ahora a punto de desmoronarse, en busca del vil metal que los obsesionaba.

Quien sabe cuántos indígenas que ejercían las funciones de astrónomos, arquitectos, médicos, científicos, quedaron sepultados ante la ola del invasor, que nada lo detenía. Sus afiladas espadas cortaron cabezas a montones.

Especialistas de la tortura, introdujeron el descuartizamiento por medio de cuatro caballos, como la decapitación, la extirpación de la lengua y la quema en la hoguera. Como lo ocurrido con el Cacique Juan Chelemín, el chileno Caupolicán, o el gran Tupac Amaru.

Esos atropellos que comenzaron con la penetración del hombre blanco europeo nunca cesaron. Las crueles cacerías que hacían los soldados en el siglo pasado, descriptas por Félix Viñas, en la que éstos enviados del gobierno recibían jugosas recompensas por cada par de testículos de indios Pampas. Allí quedaban de rodillas inclinados hacia atrás con una mancha negra en medio de sus piernas, como muestra fiel del cruel trato que siempre han recibido.

Todos los museos aún guardan celosamente los cuerpos de los indígenas, como trofeo de guerra, so pretexto de estudio del hombre blanco. A pesar de transcurridos en algunos casos más de 30 años. Nadie hizo caso a las comunidades aborígenes sobre los reclamos de la sepultura definitiva. Los cueveros siguen traficando con la memoria de esos pueblos. Es cierto, los españoles introdujeron y produjeron una verdadera revolución en el aparato  productivo económico, a través del ingreso de frutas y árboles de Castilla. Mentira fue que podíamos tener los mismos derechos que ellos, que éramos considerados súbditos de la corona. Su xenofobia al indígena aún persiste, cuando desprecia al criollo y nunca le perdonó tener sangre indígena. Cuando le impone ser hijos de españoles o nieto directo para ingresar a sus tierras.

Y eso es verdad. Para el mundo europeo y nuestros vecinos del norte, seguimos siendo aquellos descendientes de unos locos españoles que se les ocurrió cruzar su sangre con la de los aborígenes. Somos los sudacas en Europa y el problema latinoamericano para los EE.UU.

Sus fronteras están dotadas de sofisticados aparatos para rastrear al audaz latino que osa cruzar sus límites.

Sus vigilantes buscan con sus miradas alguna bolita (boliviano o peruano) y lo detectan a más de cien metros.

Alguien se preguntó alguna vez “que hubiésemos sido, si nos hubiesen dejado ser…”.

Por eso, seamos ahora el país grande de Latinoamérica, unidos por el mismo lazo de sangre, de idioma, de costumbre.

Seamos más hermanos y no instrumentos de discordia para producir nuestra desunión, como lo requieren ellos. Construyamos nuestro mercado común latinoamericano, estableciendo como única moneda el sudamericano y hagamos valer nuestra materia prima, indispensable para ellos.

Establezcamos prohibiciones y protejamos nuestra industria. No vendamos las tierras para que no sean grandes latifundios, de lo contrario seremos extraños en nuestra propia tierra (como la Patagonia en mano de los Benetton).

Hagamos el balance de las inversiones  realizadas por ellos y pronto veremos qué de saldo positivo tuvimos. Latinoamérica ha sido desangrada desde hace varios siglos. Desde sus tierras y cerros se ha extraído el oro y la plata y, sin embargo, Potosí es considerada la ciudad más pobre de Sudamérica. Lo mismo ocurrió con todos los vecinos países.

Catamarca realiza una explotación minera a cielo abierto (Minera La Alumbrera) de 850 metros de profundidad por 4 Km. De diámetro. Sin embargo no hay ninguna industria derivada de los productos que se extraen, que daría trabajo a los pobladores de la zona.

Por el contrario el mineral es enviado por un tubo hacia el puerto. Catamarca posee la triste estadística de mayor desocupación del país y curiosamente del suicidio de jóvenes desocupados.

No debemos esperar más de los otros, reconstruyamos nuestra identidad y busquemos nuestros orígenes, para encontrarnos con nuestros vecinos hermanos.

Que nuestra piel blanca no nos confunda.

Nosotros no somos europeos para los europeos. Y tengamos presente que nosotros somos latinoamericanos y podemos pasear por todo su suelo, con la seguridad de que donde quiera que vamos, encontraremos un hermano. Un hermano que no discrimina.

Hoy como ayer, los descendientes de aquella raza cobriza, siguen siendo víctimas de la marginalidad. Sus tierras fueron compradas por míseros pesos. El falso progreso del monocultivo de la soja ha tomado sus campos. Todo un verde cubre la superficie de miles de hectáreas. El pobre quedó arrinconado en su tapera, ni animales puede tener, no le han dejado lugar para la cría.

No posee agua, aunque a su lado las perforaciones hacen brotar como por arte de magia el vital elemento, y transforman en un vergel el campo del sueño ausente. Los otros que han vendido sus tierras andan deambulando por el pueblo con el único ingreso  de un Plan Trabajar.

Sin embargo nadie dijo nada sobre el impacto ambiental y económico que está produciendo el cultivo de la soja transgénica no apta para el consumo humano. Nadie habla de la gran expansión de la frontera agraria y el fragoso cambio de manos de la propiedad de la tierra. Nadie habla de los grandes conflictos entre los antiguos dueños y la creación de brigadas armadas por parte de los nuevos propietarios.

Varios pueblos de nuestro interior catamarqueño, pse a estar rodeado por grandes extensiones de soja, siguen siendo los municipios más pobres de la provincia, ya que sus habitantes no participan de las ventajas que obtienen los productores que abastecen por precio dólar el mercado extranjero.

Vaya por caso lo que está ocurriendo en Villa María, localidad cordobesa, donde las familias  de la población rural, antes dedicada a la cría de cabras, vendieron sus tierras cautivadas por el dinero contante y sonante, pero luego, sin trabajo, pasaron a engrosar la clientela de los Planes Trabajar. Nadie habla que el monocultivo es la forma más perversa de explotación agrícola, porque destruye la calidad del suelo, privándolo de nutrientes y de materias orgánicas, por el uso excesivo de plaguicidas que no solamente matan a los insectos dañinos sino también a los microorganismos que mantienen vivo y fértil el suelo.

Desde el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA)  advierten que desde el año 1980 se produjo un cambio climático en el régimen de precipitaciones en el que se vieron afectados las regiones del centro y norte del país. Esta situación atrajo a productores que veían como estas tierras se transformaban en aptas para el cultivo específicamente de algo que el mercado internacional solicitaba, la soja.

Sin embargo esta alucinación verde no es para siempre, según este Instituto tiene una vida de 30 años. ¿Qué va a pasar entonces donde fueron talados los bosques naturales y donde arrasaron las topadoras?

¿Qué va a pasar con estas tierras afectadas por el cultivo intensivo y el uso de los plaguicidas?

Como dijo aquel poeta, las penas son de nosotros, las ganancias son ajenas.

“Que hubiese sido de nosotros si nos hubiesen dejado ser”.

 

 

 

(*) El autor de la columna es Profesor de Historia y Filosofía (UNCA)

 

 

 

 

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