La Navidad no es tan sólo un conjunto de recuerdos, buenos sentimientos e intenciones, sino una de las manifestaciones religiosas, culturales y afectivas más importantes en la historia de la humanidad.
La Navidad es la celebración más trascendental de la cristiandad, porque recuerda el nacimiento del Hijo de Dios, del que vino a salvarnos, y ofrendar generosamente su vida para redimir nuestros pecados. Es la llegada del Mesías, que una parte del pueblo judío aceptó como tal y reconoció en Él al Salvador, hijo de Dios Padre. Y esos doce primeros seguidores se convirtieron en millones, fundando una de las tres grandes religiones del Libro, con unos 2500 millones de feligreses, distribuidos en las diferentes Iglesias Cristianas del planeta.
Así que, en la Navidad, estamos celebrando, nada menos, que el origen de nuestra fe cristiana.
Navidad es un término de origen latino que significa nacimiento, y da nombre, también, a la fiesta que se realiza para celebrarlo, el 25 de diciembre, para las Iglesias Católicas, Anglicanas, Ortodoxa rumana y algunas Protestantes, o el 7 de enero para las Iglesias Ortodoxas griega y rusa, que no adoptaron el calendario gregoriano.
Aunque el culto tradicional indica que el nacimiento de Jesús se produjo un 25 de diciembre en Belén, los cronistas creen que la verdadera natividad de Jesús tuvo lugar entre abril y mayo.
Esta teoría se basa, entre otras, en cuestiones geográficas: por ejemplo, se sabe que en el hemisferio norte el mes de diciembre es pleno invierno, lo cual pone en duda que los pastores hayan estado al aire libre, o que el cielo de esa noche haya sido estrellado.
Nuestra Iglesia Católica, en sus orígenes, tomó la decisión de mantener la fecha convencional de la Navidad el 25 de diciembre. Entre las razones que los historiadores de las religiones aducen, están que coincidiera con los ritos y fiestas paganas por el solsticio de invierno, época en la que tenían lugar las Saturnales, las fiestas que celebraban los romanos en honor a Saturno, el dios de la agricultura y la cosecha, probablemente como una forma de acercar a los no cristianos. En esas celebraciones los romanos, como ocurre actualmente en la Navidad, visitaban a sus familiares y amigos, intercambiaban regalos y compartían grandes banquetes públicos.
Existían, también, importantes festejos en diferentes lugares del mundo, que se realizaban el 25 de diciembre, antes del nacimiento de Cristo: el Cápac Raymi de los Incas; el Natalis Solis Invicti de los romanos, asociada al nacimiento de Apolo; el parto de la Reina del Cielo en India, etc. etc.
Los antiguos egipcios celebraban el 25 de diciembre el nacimiento de varias de sus divinidades más importantes, especialmente de Osiris, su principal deidad, hijo de Geb (tierra) y Nut (cielo). También festejaban a fines de diciembre el cumpleaños del dios Horus.
Los persas celebraban igualmente espléndidas fiestas en honor de Mitra, hijo de la virgen Anahíta, cuyo nacimiento festejaban el 25 de diciembre, y que dio origen a un culto muy importante en Roma, en la misma época en que nacía el cristianismo.
En igual fecha festejaban en Grecia el nacimiento de Hércules, hijo de Zeus. Según la mitología griega, sus dioses Dionisio y Adonis también nacieron un 25 de diciembre.
En realidad, en ninguna parte del Evangelio, se menciona la fecha exacta del nacimiento de Jesús. La fiesta de su Natividad fue reconocida 300 años después de su muerte, cuando el emperador Constantino permitió el cristianismo en el Imperio romano, después de haber sido perseguido desde tiempos de Nerón.
Los comienzos de la celebración de la Navidad habría que situarlos en los años 320-353, durante el pontificado del papa Julio I, que fijó la fecha de la solemnidad el 25 de diciembre. Posteriormente, en el año 440, el Papa León Magno confirmó esta fecha. Casi un siglo más tarde, en 529 el emperador Justiniano la declara oficialmente festividad del Imperio romano.
La primera representación del Pesebre de Belén, que escenificaba el nacimiento de Cristo, la realizó, siete siglos después, Francisco de Asís en la Nochebuena de 1223, en una cueva próxima a la ermita de Greccio, en Italia.
Esto es lo que nos cuenta la historia.
Pero nosotros tenemos que vivir la Navidad hoy, concentrándonos en su verdadero significado, preparándonos para recibir a Cristo y meditar en Su mensaje.
Recordemos que es mucho más que la cena de Nochebuena, el pan dulce, las golosinas, el arbolito, las luces y los regalos, que son parte de la tradición.
Celebramos la venida al mundo del Hijo de Dios, el Creador, nuestro aceptado Mesías.
Regocijémonos en el nacimiento de nuestro Salvador.
"Cuando Jesús nació, el gozo en los cielos fue tan grande que no se pudo contener, y repentinamente aparecieron con el Ángel una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres!" (Lucas 2: 8-14).
La Navidad es una época para recordarlo, y renovar nuestra determinación de reconciliarnos con Su Nombre.
Es el tiempo para reflexionar, reexaminar nuestra vida y evaluar nuestros pensamientos y sentimientos. De hacer un balance existencial.
Que también sea una oportunidad de buenos y gratos recuerdos de los seres queridos que ya no están con nosotros, de gratitud, de reencuentros y de perdón. Que nos sirva para renovar la esperanza en un futuro, que, con Cristo mediante, pueda ser mejor.
Que la paz y la armonía reinen en vuestras vidas y vuestros corazones, y en las de vuestras familias
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