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Opinión

Catamarca, la crisis moral y la degradación institucional

Catamarca es una provincia enferma. Duele decirlo pero es lo que se percibe a diario, tanto que los comentarios que se leen en las redes sociales no hacen más que afirmar ésta triste percepción. Es algo así como Sodoma y Gomorra. Se festeja con jubilo la presencialidad para la próxima festividad de la Virgen del Valle en plena pandemia, al mismo tiempo que se escucha el clamor de una madre y esposa pidiendo protección y seguridad al mismísimo gobernador porque -según ella- la vida de su esposo -abogado, ex funcionario, ex camarista, está en peligro. Lo lamentamos mucho, sencillamente porque no es creíble que alguien se presente como victima habiendo sido victimario. Nadie dice la verdad redonda, porque no pueden hacerlo, ni siquiera los oportunistas que salen a dar cátedra de moralidad pero que cuando fueron gobierno también se entregaron al soborno y al peculado.

No respetar la división de poderes, no fiscalizar la administración pública, colonizar la justicia, degradar el medio ambiente sin respetar los derechos adquiridos, recibir sobornos y coimas, fomentar el peculado y no ejercer las distintas funciones públicas honestamente, tiene consecuencias. Es la degradación moral en la máxima expresión. No hay víctimas que antes hayan sido victimarios. Las únicas víctimas de la degradación moral en la que se encuentra inmersa la provincia de Catamarca son los ciudadanos de a pie y los pobres, que son casi la mitad de la población. El resto, son los responsables, victimarios que intentan cambiarse de bando. Para ser bien claros, todo aquel que estuvo en la función pública provincial en los últimos 30 años, sin importar su idea política, es victimario, tiene derechos de autor, del fracaso y la degradación moral y social. Quizás aparezcan algunos pocos que puedan arrojar la piedra por sentirse libres de culpa y cargo.

La crisis moral es, por lo tanto, una crisis de sentido, de identidad, es decir  hacia dónde se va. El catamarqueño nacido de la modernidad y de la postmodernidad se encuentra sin rumbo  significativo. Las crisis de valores, creencias o principios se producen cuando su significado comienza a perder sentido y utilidad práctica en asuntos concretos. Quienes dirigen y administran la cosa pública no son gentes de valía, razón por la cual el catamarqueño no progresa, no trasciende, está estancado. No hay igualdad de oportunidades ni siquiera oportunidades de vivir distinto, mejor. Siempre igual o peor. Se enseña moral pero sólo para el confesionario. En la vida cotidiana, la ausencia de valores es atroz.

La corrupción, el narcotráfico, la dadiva, los sobornos y todo otro desapego a las buenas costumbres ya son moneda corriente en todos los ámbitos. No se debaten ideas ni planes de gobierno, sino sórdidas madejas de acusaciones cruzadas, de amenazas veladas, de jueces y fiscales sospechosos. Hay hambre, pobreza estructural y prolifera la prostitución infantil. La sociedad se expresa azorada de tener policías, funcionarios, profesionales, presos y acusados de narcotráfico, escuchas ilegales, derechos vulnerados. La dignidad humana está indefensa, pisoteada por la esclavitud del empleo estatal, que sojuzga al individuo de la peor manera, maniatándolo indefinidamente al poder de turno. No hay libertad de pensamiento. Por esa razón es difícil cambiar el destino de la provincia, que permanece sometida desde hace décadas a una pocas familias, dueñas del poder y por supuesto principales autores de la degradación moral.

La sociedad catamarqueña se encuentra profundamente dividida y llena de odio, con un grieta profunda, sin dialogo, y ausencia de puentes. Desde hace casi tres décadas o más, que el pueblo catamarqueño no encuentra la paz y de ese modo jamás llegará la prosperidad, tan deseada por todos. Es difícil encontrar un punto de quiebre desde el cual analizar el fenómeno de la degradación institucional, la descomposición política y más grave aún lo que hoy se vislumbra, que es la disgregación social en la que están inmersos con los hechos que son públicos.

Lo que sucede actualmente va por el lado de las consecuencias. Lo más grave sucedió hace mucho, que fue la degradación institucional, que fue por el lado de las causas. Romper las bases republicanas fue romper la democracia como estilo de vida, causa y las consecuencias están a la vista. Cuando se hace todo mal los resultados son siempre malos.

Nos cansamos de decir y escuchar que Catamarca es una provincia maravillosa, abarrotada de recursos minerales y de bellezas naturales. Sólo expresiones de deseos que se repiten sin solución de continuidad desde tiempos inmemoriales. Pero la única verdad es la realidad. Algunos sectores hablan de "tufillos" pero quienes así se expresan, también forman parte de la degradación moral de la función, porque la mayoría de ellos dice una cosa y luego van y hacen otra. En Catamarca rige la doble moral en todos los ámbitos. Se vive de las apariencias, y se sabe, que éstas, engañan. La realidad es bien distinta a lo que se dice. Y así estamos como estamos.

Para enmarcar un lapso, algo puntual, hemos tomado como referencia, una fecha que constituyó un cimbronazo importante en la historia de Catamarca, que fue la intervención federal. Decía el Diario El País de Madrid en su edición del 19 de abril de 1991 “El presidente de Argentina, el peronista Carlos Menem, decretó la intervención federal del poder ejecutivo y legislativo de la provincia de Catamarca -el judicial ya estaba intervenido- con la destitución de su gobernador, Ramón Saadi, y anunció además medidas para investigar la corrupción y el narcotráfico.”

Y no vale la pena interiorizarse de las causas que llevaron al entonces Presidente Menem a tomar esa decisión, porque al respecto se han escrito ríos de tinta que no viene al caso rememorar. Pero resulta sorpréndete observar las dos últimas palabras de la nota del diario El País. “la corrupción y el narcotráfico”. Nada cambió, todo empeoró.

Algunos dicen que el pasado no tiene remedio y es parcialmente cierto. El pasado no puede modificarse. Si algo pasó, pasó. Eso sí, el pasado, en éste caso, el pasado de la provincia de Catamarca debió ser un aprendizaje, una lección que sirviera para no volver a cometer los mismos errores. Cuando suceden cosas graves en una sociedad, es el tiempo de la reflexión y del análisis. Preguntarse por qué tuvimos que sufrir como sociedad, que el gobierno central nos despojara del más preciado bien que nos ofrece la democracia republicana, que son las autoridades constituidas por el sufragio de la voluntad popular, era imperioso y no lo hicimos. Parece que todo fue en vano. Están dadas las condiciones para que Catamarca tropiece con la misma piedra, siendo los pilares de la crisis moral y la degradación institucional, el dinero, la ambición desmedida y la codicia.

Catamarca necesita una nueva constitución provincial, pero antes necesita curarse y recuperar la identidad. Ningun enfermo sale a la calle en esa condición, primero se cura. La provincia necesita un proyecto distinto, nuevo, valioso y que coloque a las mujeres y hombres en el centro de la escena, que fortalezca la vida institucional y recupere los valores perdidos, la conciencia de lo que está mal y esta bien. Cuando se toca fondo, es necesario una renovación para empezar de nuevo, porque la vida sigue. Es vital construir puentes para iniciar la nueva etapa.

 

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