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Opinión

Argentina, país generoso

“Una sociedad que priorice

la igualdad por sobre la libertad

no obtendrá ninguna de las dos cosas.

Una sociedad que priorice la

libertad por sobre la igualdad,

obtendrá un alto grado de ambas”.

- Milton Friedman

 

Es evidente que el presidente lacayo huele los peligros del avance libertario. “Yo también he sido joven”, dijo Fernández apenas comenzó su discurso ante varios centenares de jóvenes en Tecnópolis.

Junto a parte de su gabinete y varios de los candidatos del Frente de Todes en la provincia y la ciudad de Buenos Aires, el Presidente defendió la postura del Gobierno de declarar a internet como “servicio público” (con lo que, literalmente, dejaremos de tener internet) y en el contexto de gestos y señales explícitas para acercarse al voto joven en plena campaña electoral, afirmó: “Yo tengo un gen que nunca se me apagó. Yo sigo manteniendo viva mi vocación revolucionaria de joven”.

Durante su discurso, en el que defendió la política de vacunación y las prolongadas cuarentenas, el Presidente cuestionó además a “los liberales”, un grupo que gana terreno entre los jóvenes. “Hay liberales que hablan de libertades, pero en el fondo son muy conservadores. A esos liberales píquenles el boleto, chicos y chicas. La libertad esa es libertad para algunos, y catástrofe y penuria para millones”, dijo Fernández.

La preocupación del Gobierno por el voto joven empezó a crecer hace unos dos meses, cuando cuadros cuantitativos y focus group exhibieron una marcada retracción en el apoyo de esta franja etaria a Alberto Fernández, en comparación con los números de 2019. El primer voto, que podrán emitir los mayores de 16 años y hasta 18, son aproximadamente el 3 por ciento del padrón de algo más de 34 millones de votantes totales.

Dispuesto a seducirlos, el Presidente describió a los jóvenes como los “protagonistas de la historia” y les elogió “esa rebeldía que busca más igualdad y libertad”. Dio como ejemplos a los músicos de su generación, desde los Beatles hasta su amigo Lito Nebbia, y los relacionó con “quienes hicieron el mayo francés”, en la ciudad de París, hacia 1968. Mencionó además a su hijo Dyhzy, “que siempre me recuerda que la demanda de libertad siempre provino de los jóvenes”.

Para ponerlo en términos directos, el lacayo da lástima. Su ignorancia alcanza niveles tan alarmantes que uno no puede creer que esté donde está.

Es tan, pero tan ignorante que lo único que podría decirse en su defensa es que en el fondo no lo es y que en realidad es un mal parido. Porque solo esas dos opciones (o es un ignorante o es un mal parido) pueden explicar sus dichos frente a los jóvenes.

La prueba empírica mundial demuestra con sobrado peso que, como dijera Milton Friedman, los países que persiguen una igualdad impuesta de arriba hacia abajo en sacrificio de la libertad, no obtienen ninguna de las dos cosas. En cambio, una sociedad que priorice la libertad por sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas.

Lo verdaderamente revolucionario hoy es quebrar las desigualdades de la nomenklatura a la que pertenecen “los Fernández de la vida”, chupasangres profesionales que, para enriquecerse con el ejercicio de los privilegios del poder, engañan a millones de idiotas útiles que los ungen con las prerrogativas de las cuales luego se valen para robar y llevar al pueblo a la miseria.

El presidente es un mamusón al que le gustan las fiestas, el buen vino, las mujeres jóvenes y los placeres que cualquier revolucionario de los que él venera de palabra calificaría con los peores epítetos. Fernández quiere disfrutar él y los de su casta de los goces que la libertad les permite a millones en los países donde impera.

La libertad es la libertad. Está allí disponible para quien quiera abrazar las posibilidades que ella brinda. Y es generosa para el que la defiende. Ofrece oportunidades a todos, incluso a los que con su ejercicio fracasan. Los vuelve a levantar, les vuelve a tender una mano.

Si claro: lo hace con todos los que quieran tomar ventaja de sus enormes posibilidades. Es posible que el haragán, el holgazán, el vago, el que se rige por la ley del menor esfuerzo, el que espera manas del cielo, cosas regaladas y resultados sin inversión (no de millones de dólares, sino de trabajo, de ingenio, de creatividad, de ganas) no vean los resultados maravillosos de los esquemas libres. Pero allí el problema no es la libertad o los sistemas libres sino la holgazanería y la vagancia.

El apelativo presidencial a una revolución idiota que ha sumido a los pueblos en la miseria y en la ignorancia (como son los principios que inspiraron el “Mayo Francés” por ejemplo, citado por Fernández como uno de sus hitos) es un intento más por conquistar un romanticismo estúpido que no produce ni una sola de las cosas que sí le gusta disfrutar, desde los gigabites de internet hasta el último modelo de zapatillas.

Todos esos placeres son el producto de la libertad. La misma libertad que Fernández les mutiló a millones de argentinos que se fundían mientras él festejaba el cumpleaños de su pareja rodeado de una corte de privilegiados en pleno confinamiento.

Lo mejor que podría hacer Fernández es borrar de su vocabulario, de su lengua y de su boca la palabra libertad. No puede usarla. Su maravilloso sonido se envilece por el mero hecho de salir de la voz cascada del lacayo. ¿Cómo un inservible al servicio de la impunidad de su mandante puede usar con hablar de libertad, con dar lecciones sobre la libertad?

Solo en un país con la generosidad política de la Argentina un impresentable como Fernández puede haber llegado a ser el presidente de la república para usar ese trono para vilipendiar el valor más sagrado que el hombre ha descubierto.

 

Argentina cuarentena opinión Quinta de Olivos Sofia Pachi

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