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Opinión

Columna destacada: La Responsabilidad y la Culpa

El Parlamento es el lugar de la palabra, como su nombre lo indica. Es el lugar del debate de las ideas y la fábrica de las leyes. Todas estas tareas se llevan a cabo por el uso del lenguaje, del discurso. Tal vez por eso me despierte particular curiosidad escuchar el modo como se expresan los representantes del pueblo y de las provincias. Vaya esta sorprendente exposición del senador José Mayans –tal vez pueda hacer el descargo argumentando que es técnico en electrónica, que lo suyo no es la palabra- en un diálogo espontaneo con la Vicepresidente (de paso: presidente, lo mismo para vice, es un participio activo y no expresa género; como tampoco lo hace el participio inteligente o residente, etc) en el que la llamó presidente (del Senado, claro). La señora lo corrigió y le dijo presidenta, ta, ta, ta (sin alusiones a relatores militantes, de modo consciente al menos, creo). Con gesto complaciente el Senador agrega que las palabras no tienen sexo. Mi sorpresa –y mi sonrisa-, no fue indulgente;   imaginé una atrevida excursión por el mundo erótico de las palabras. Pensé cuál sería la pareja de la palabra casa; resulto fácil: caso. Y luego de una seducción recíproca vendrían los resultados: ¿los cositos?  No es esencial, pero tampoco marginal, el cómo del uso del lenguaje. La precisión de las ideas está ligada al correcto uso del lenguaje. Otro error que escucho frecuentemente en  periodistas (lo mismo: son profesionales de la comunicación) es decir: las millones de dosis, en referencia a las vacunas. Millones es un sustantivo de género masculino. Dosis es femenino pero entra como modificador del sustantivo principal ligado por la preposición “de”. Podría argumentarse que nada sustancial cambia con estas referencias en el uso del lenguaje y tal vez tengan razón; pero se supone que deben hacer un esfuerzo en el uso correcto de las palabras en el ámbito en el que ese uso es la herramienta  básica del trabajo: crear leyes y comunicar información.

Hasta aquí se puede distinguir y comprender qué se quiere decir. Pero otra cosa diferente es cuando el uso confuso del lenguaje conlleva opacidad de ideas y conceptos. Y consecuencias en las conductas humanas.

No es lo mismo tener culpa que tener responsabilidad. Lo ideal es que se tenga responsabilidad y ante el error con consecuencias a terceros se tenga culpa. Puede suceder que se tenga responsabilidad y no se tenga culpa; y que se tenga culpa sin tener responsabilidad. Insisto que lo sano sicológicamente, lo más sensato, es que cuando se tiene responsabilidad y corresponde hacerlo se tenga culpa.

La responsabilidad es de orden objetivo. La responsabilidad va unida a una tarea y proviene de la palabra respuesta. Responsable es el que da, o debe dar, respuestas. Un gobernante que se propone a desempeñar un cargo asume responsabilidades ante su pueblo y se supone que tiene respuestas para dar. No sirve, no cabe referirse a un pasado recibido. Si me propongo para el puesto se debe entender que conozco lo que entraña ese rol y tengo respuestas para dar. Es un concepto de orden social. Podría entenderse la dimensión personal de la responsabilidad sobre mí mismo, pero es otro análisis. La responsabilidad es, entonces, sobre terceros. Y es el compromiso que asume cualquier dirigente al consagrarse para desempeñar tal puesto. El juramento que se hace al asumir formalmente el cargo está ligado a dar cuenta del rol. A dar cuenta del desempeño de la responsabilidad para la cual fue elegido.

La culpa es de orden subjetivo, es de orden moral. La culpa guarda relación con el mundo interior del hombre, con sus valores religiosos, éticos. La culpa está vinculada directamente con la conciencia de cada persona. La religión es el espacio simbólico en el que existe más frecuentemente. Aunque no exclusivamente. Hay hombres formados en la conciencia de valores naturales que son sensibles a la culpa.

Como menciono arriba, lo sano es sentir culpa cuando no se ha cumplido con la responsabilidad. Eso es lo más cercano a una consciencia sensible. Es el encuentro de lo subjetivo (la culpa) con lo objetivo (la responsabilidad). En el uso corriente del lenguaje encontramos que la frontera entre estas dos ideas son permeables, o confusas. Y no es lo mismo tener culpa que responsabilidad. Edipo, en la tragedia de Sófocles, mata a su padre Layo. Tiresias fue un vidente que, aunque ciego, conocía y penetraba agudamente en el porvenir. Le había anunciado a Layo que su hijo lo mataría y accedería al trono de Tebas. Para evitar ese destino lo entrega a un pastor y, las vueltas de la vida, en un incidente lejos de Tebas, mata al padre y se casa con su madre Yocasta. Finalmente se saca los ojos porque con ellos no vió lo que debía haber visto. Su condena estuvo en no cesar de buscar la verdad. Edipo tuvo culpa, pero no tuvo responsabilidad. No supo que Yocasta era su madre, ni que Layo su padre. Una fuerza desconocida para él fue tejiendo su historia y cumplió con los designios pronunciados por Tiresias. Un buen terapeuta, tal vez, le hubiera hecho ver que la culpa sin responsabilidad es patológica. Pero Freud no estaba en los discursos de Tiresias.

Otra cosa bien distinta es tener responsabilidad y no tener culpa. Es muy común en nuestros días. ¿Cuántos que se han vacunado sin corresponderle sienten culpa por lo hecho? Han muerto setenta y cinco mil personas y no sienten culpa por esas muertes. Zanini, además, justificó la decisión. Y hasta recomendó no sentir culpa porque le correspondía a él y a Verbitsky. Nunca, desde el gobierno, han informado el porqué del rechazo a las vacunas de Pfizer. Nos enteramos a diario de vacunados VIP; nos enteramos de privilegios de todo tipo. Privilegios de clase, ideológicos, de poder. A juzgar por lo que dicen, lo que explican y lo que hacen, o no hacen, concluimos fácilmente que, teniendo responsabilidad, no sienten culpa. La disociación interior, la autojustificación por conductas objetables en gente cargada de responsabilidades frente a su pueblo nos hablan de varias cosas: la indiferencia y falta de empatía con su gente; la insensibilidad ante el dolor ajeno; la inconciencia del dolor de otros; la mentira en la que están inmersos y, tal vez la más importante: la pobreza moral con la que administran  y dan respuestas frente a la vida de aquellos por los que tienen que velar.

Cuando se creó la Facultad de Filosofía y Letras, en 1896, se lo hizo con el espíritu de formar dirigentes políticos para el país. Formar políticos en valores sólidos que administraran lo público con solvencia y virtud. No creo que nadie haya pretendido una república a lo Platón, ideal de la perfección política. Ahora, de la República de Platón a la vergüenza cotidiana hay un abismo. ¿Tan difícil es cumplir con seriedad la responsabilidad asumida? Estamos tan golpeados como pueblo que nos alcanzaría para consagrar como patriota a alguien que nos ofreciera previsibilidad y poco más.

Lo que vemos es la más peligrosa de las combinaciones posibles: poca responsabilidad y ninguna culpa.

 

 

(*) Licenciado en Teología (UCA) - Licenciado en Letras (UBA)

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