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Opinión

Un pasito pa'lante, un pasito pa'tras

Si bien el oficialismo en sus más variadas formas adscribe formalmente a los versos señeros que entonó como nadie la recia voz de Hugo del Carril (“Los muchachos peronistas/todos unidos triunfaremos”; “Por ese gran argentino/que se supo conquistar/ a la gran masa del pueblo/combatiendo al capital”), el compás al que baila el Gobierno en lo que va de su mandato parece responder más a uno de los grandes hits del boricua Ricky Martín: María. En ese exitazo de 1995, el cantante registró aquello de “Un, dos, tres, un pasito pa'lante María; un, dos, tres, un pasito pa' trás”. De los aumentos en las prepagas al cierre de las exportaciones de maíz, pasando por la idea de suspender las PASO y el establecimiento de un toque de queda estricto, abundan las iniciativas en las que la Rosada se contoneó como si ese ritmo la dominara y al final puso marcha atrás.

Podría pensarse que se trata del clásico método heurístico de prueba y error. Es decir, se ensaya una solución a un problema y se verifica si funciona. Sin embargo, esto es aplicable sólo a cuestiones donde no se haya probado antes ese camino (o se tropezará de nuevo con la misma piedra) o a problemas por completo novedosos. En la pelea contra la pandemia, por ejemplo, hay aspectos en los que esta metodología resultó -y aún resulta- válida.

Así, en el mundo se ensayó mantener las escuelas funcionando pese al virus y se comprobó que las aulas no son grandes propagadoras de la enfermedad, aunque, en casos extremos, en algunos países se decidió suspender momentáneamente las clases hasta que pasara el pico de contagios. No hace falta recordar que este fue, paradójicamente, uno de los escasos temas en los que el Gobierno no se movió de su decisión inicial: escuelas cerradas hasta el fin.

También se ha adjudicado esta repetida actitud de la gestión de Alberto Fernández a la vieja práctica política del “globo de ensayo”. Es decir, se echa a correr una versión y se actúa en función de la polvareda que levanta. El asunto aquí es que suele tratarse justamente de versiones, lo que permite una retractación sin costo ya que siempre se las puede catalogar de falsas. Difícil hacerlo cuando la decisión, como pasó con el 7% de aumento permitido a las prepagas, se publica en el Boletín Oficial.

Nuevamente: no son pocas las ocasiones en que el Gobierno pareció ir a fondo con propuestas que rápidamente quedaron en la nada. Aun sin un exhaustivo trabajo de archivo, aparecen la estatización de Vicentin, el cierre del aeropuerto de El Palomar (que fue negado por el ministro Meoni y luego fue cerrado igual, algo así como la marcha atrás de la marcha atrás) y el 10,5% de IVA en la leche. Hubo otros idas y vueltas. La reforma judicial, sin ir más lejos, que en un momento parecía una cuestión troncal para el futuro del país y desde hace meses vegeta en Diputados sin que haya ningún apuro en retomarla.

No le resulta gratis al Presidente persistir en el error: nada menos que el 49,7% de la gente no cree nada de lo que dice Fernández.

En realidad, tanta marcha y contramarcha muestra un doble defecto más preocupante que si se tratara de prueba y error o de globos de ensayo. Lo que en verdad sucede en el Gobierno es una mezcla de simple desconcierto, en algunos casos, o de objetivos opuestos (o al menos diferentes) entre las distintas líneas con peso en el oficialismo. Dicho más crudamente, se trata de funcionarios que no funcionan o de que Cristina piensa de otro modo o directamente al revés que Alberto.

Difícil que el Presidente no haya tomado nota de este comportamiento errático tan habitual y de lo riesgoso que resulta para su gestión. Que no haya logrado enmendarlo dice lo suficiente. 

Pablo Vaca

Alberto Fernández Argentina credibilidad opinión Presidente

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