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Opinión

Los mil sombreros peronistas

A la profunda fragmentación social que arrastra desde el advenimiento del peronismo en el siglo XX y que el kirchnerismo profundiza en el XXI, ahora se agrega la sub-grieta de la oposición; los no peronistas se dividieron. En épocas pretéritas todos los que reconocían en el peronismo el germen del populismo, el fascismo, la corrupción política, el autoritarismo, la arbitrariedad y su abanico de horribles mecanismos para captar, comprar o alquilar voluntades compartían la convicción de que era el mal político a derrotar.

Las elecciones de medio término que la Argentina enfrentará en breve, evidencian que esto ya no se pondera así porque existe una oposición que rescata las bondades de cierto peronismo. Si bien los analistas coincidimos en señalar que “peronismo republicano” es una contradicción filosófica en sí misma dado que Juan Domingo Perón fue un dictador desde una evaluación política y un inmoral desde la dimensión ética, hay quienes reivindican a parte de sus admiradores.

Esta novedad es una expresión del retroceso institucional argentino. Mientras el mundo entero festejó la caída del régimen peronista porque se interpretó como una recuperación de la libertad y la oportunidad de rescatar los abandonados principios de la república, hay políticos consumados y/o aspirantes a ingresar a la burocracia estatal que desandan ese camino. Triste, pobre y bajo.

No existe tal peronismo bueno. Hay, en todo caso, un peronismo no kirchnerista pero que no alcanza para exculparlo del resto de sus desviaciones. Sus nuevos defensores reivindican al peronismo menemista, por ejemplo, porque privatizó empresas y callan respecto de las atrocidades institucionales y otras responsabilidades: la justicia manipulada, la corrupción rampante, el aniquilamiento de las fuerzas armadas, el feroz endeudamiento público, el amiguismo político o la no resolución de los atentados terroristas perpetrados en el país durante su gestión. Infeliz arbitrariedad que disculpa peronismo “a piacere”: éste sí, éste no.

La consecuencia de esta flojera ideológica y moral hoy se expresa en la existencia de peronistas en todas las listas de candidatos, sin excepción. La trampa ha sido perpetrada y resultó exitosa. La Argentina se encuentra en manos del peronismo que, en una suerte de engañosa sofisticación, se ofrece con distintos sombreros.

La victoria peronista es absoluta. Ellos comparten lista con el kirchnerismo por supuesto; pero también con el macrismo, del que fueron aliados desde el inicio a pesar de que Juntos por el Cambio hubiera cerrado un acuerdo electoral con el radicalismo, allá por 2015. Y ese proceso tiene una explicación: la supervivencia de la especie. Como el peronismo cuando flaquea se nutre de los glóbulos rojos ajenos, después del desastre de las administraciones menemista y duhaldista quedaron diezmados a los ojos de la sociedad, entonces se acercaron a aquellas fuerzas sanas que pudieran darle sobrevida.

Desde entonces, van entremezclados en todas las listas, no solamente con el macrismo y los radicales sino también, vaya paradoja, con los autodenominados liberales y libertarios. Estos políticos confundieron la madurez de incorporar peronistas con la bajeza de mimetizarse en la liturgia peronista y su adefesio filosófico.

La tragedia argentina tiene doble mano: peronistas que se encaraman en otras listas para seguir perteneciendo a la casta gobernante o, al revés, individuos de otras extracciones políticas que llegan por el corredor peronista.

Los peronistas son una maquina de acusar al resto de sus propios errores. Los liberales nos distinguimos del resto, entre otras cosas, por hacer un análisis del fracaso y preguntarnos dónde nos equivocamos. Y en esta instancia es preciso asumir que del diálogo, que es una virtud, nos fuimos a la negociación de nuestros principios, que no solo es una miserable claudicación sino un error táctico. Hay precios que no se deberían pagar por llegar. Se ha permitido la penetración ideológica sumando “punteros” peronistas y dirigentes que, por impresentables, tienen que mantenerse escondidos tras caras nuevas que vociferan ideas aparentemente novedosas. Sin embargo, la historia de los últimos 50 años demuestra que el peronismo termina comiéndose a los “outsiders”. Si no, que lo expliquen Mauricio Macri y el propio presidente argentino Alberto Fernández.

Muchos fuegos de artificio quedan por verse de unos contra otros en esta campaña pero a ninguno lo respalda la coherencia filosófica. Saben que un día compartirán las mieles de los privilegios en esos ámbitos en los que ansían desembarcar y en un país tan pobre como Argentina, el empleo público resulta seductor.

No hay una fuerza política con coraje y convicciones firmes. No hay quién haga contrapeso al populismo de las mil caras. El 14 de noviembre, sin importar la lista ganadora, habrá triunfado el peronismo. Una vez más.

 

Por María Zaldivar

Prensa Republicana

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