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Opinión

Hacia la conquista de un futuro promisorio

Columna destacada

Para algunos, entre los que me incluyo, conocer el origen de las cosas, ya sean recursos culturales, historia de las costumbres, hábitos, formación de los idiomas, nos resulta, además de interesante, una respuesta a inquietudes del espíritu, al que llevan serenidad. No me da lo mismo saber cómo llegamos a hablar de esta manera, con estos modismos, o cómo nos vestimos, que no saberlo. Entre estas habilidades incorporadas, algunas están tan arraigadas en nuestra vida que no nos damos cuenta del esfuerzo humano que hay detrás, desde muy antaño, hasta hoy. Refiero un par.

Tal vez pocas cosas tengamos tan incorporadas a nuestras vidas como las matemáticas. Un ser humano desde chico aprende a contar como un reflejo que sostiene con la memoria. Pero detrás de las funciones básicas de las matemáticas hay una historia atractiva. Posee una historia que hoy conocemos con cierta información. Movido por este interés, alguna vez me condujo a leer qué derrotero conocido hay sobre algo diario como las funciones matemáticas fundamentales. Y me encontré con algunos datos interesantes; por ejemplo, el contar –que fue un esfuerzo de intelección enorme- se reducía a la numeración de las primerísimas unidades, luego venía “varios”. Se reducía a decir: uno, dos, varios. Sin embargo, contar es resultado de procesos cognitivos enormes. No nos damos cuenta, porque el uso nos lo hizo familiar, que el contar exige que las unidades sean de la misma especie. No podemos contar cosas, seres vivos y plantas, todos juntos; necesitamos separar, agrupar; y si contamos animales no podemos contar juntos leones, vacas y conejos; tendremos que buscar un elemento que los agrupe bajo un denominador común; en este caso, por ejemplo, decir: animales.

Otra incorporación es la escritura. Hasta el siglo XIX, leer era una condición que adquirían algunos por oficio o pertenencia de clase. Pero previo a la difusión de la lectura, la escritura fue un avance de proporciones para la humanidad. Poder dejar por escrito lo enunciado verbalmente, tal cual se expresó en la oralidad, significó un salta cualitativo gigante. Como congelar una imagen por la fotografía. Han tenido una trascendencia mayor a los cambios que hoy experimentamos con los recursos que nos provee internet.

Esas dos habilidades son parte de la condición primaria de cualquier ser humano. No se puede vivir sin contar ni leer. Tan difundido está la integración de esos recursos en la sociedad que nos cuesta encontrar a alguien que no sepa leer y escribir. Ciertamente hay, aunque son muy pocos. Hoy es generalizada la difusión de esos dos aprendizajes; si bien a la humanidad le llevó años, siglos, milenios.

Pero solo son instrumentos; nos hacen vivir mejor, aunque el hombre tiene más tiempo de no estar alfabetizado que de estarlo.  Hay otras condiciones que son fines, no instrumentos, por los que la humanidad sigue batallando: la paz, la distribución de los recursos, la libertad, el acceso a la verdad.

Pero antes de considerar esos puntos creo necesario referir cómo la humanidad avanza en un proceso de marcha y retroceso.

Europa durante el siglo pasado vivió dos guerras devastadoras que aniquilaron innumerables vidas humanas, además de bienes culturales, de historia, etc. Luego de esas guerras nace la ONU, nace el proyecto de la CEE, y tantos organismos que resultaban de una suerte de adultez en la sociedad europea y gran parte del mundo occidental. Se fortalecen los sistemas democráticos, se crece en la valoración de los derechos humanos, se distribuye más equitativamente la riqueza; es decir, se crece hacia un estadio superador del que existía previamente a la guerra. La esperanza del mundo fue estimulada y estimulante. Valga como ejemplo el proceso del baby boom, no solo en EEUU. El futuro se proyectaba promisorio. Es cierto que se libraron guerras tremendas como Corea en la década del 50 y Vietnam en la del 60; pero las guerras –siempre horribles- no eran conflagraciones universales. Hoy hay menos hambre en el mundo que antes de las dos guerras mundiales. Hemos avanzado.

Sin embargo, en estos días hay una guerra que desafía la estabilidad mundial, nuevamente. Hay una vista de la humanidad por el espejo retrovisor; es estar asistiendo a un proceso que se creía definitivamente enterrado. A lo largo de estos meses he leído unos cuantos artículos y textos sobre la personalidad de Putin, pero me supera el análisis. Prefiero concentrarme en otro ruso, un ruso de ficción, Raskólnikov, ese joven inteligente que planea el asesinato de dos ancianas usureras y poco queribles (Crimen y Castigo, de F. Dostoyevski). ¿Cuándo comenzó el crimen? ¿Cuando lo practicó o cuando comenzó a planificarlo? ¿Cuándo se mancha el alma humana?: cuando la intención del hombre se dirige hacia el fin propuesto e inmoral. Cuando hay una voluntad aviesa en tensión hacia la realización del hecho. ¿Qué empuja a Raskólnokov a la concreción del asesinato? ¿Acaso no ve el después? ¿Tan oscura es su alma para no activar filtros que inhiban su accionar? Sí. Todo eso. La ambición, su debilidad social, su sicología, sus urgencias materiales, la oportunidad presentada, lo empujan a matar. Y mató. A partir del asesinato comienza un proceso interior de condena de sí mismo, de hostigamiento, de infierno personal que lo llevan a confesar su pecado. Será el amor de una joven –Sonia- que conocía la vejación, la humillación, que lo redimirá de su destrucción personal. Y comenzará la reconstrucción. Ya será otro hombre.

Un poco de eso le sucede a la humanidad, aunque son pocos los que toman las decisiones. ¿Es necesario producir tanta muerte y dolor humano por ambición? Tal vez en la ambición comenzó el pecado por la invasión; antes de la invasión, en el deseo que produce muerte y destrucción.

Corriéndonos de Europa, viniendo a nuestras cuestiones domésticas, nos encontramos viviendo en un pasado constante. Hay problemas que el mundo no tiene y nosotros fogoneamos, como la inflación, que había sido resuelta en los noventa y al comienzo de este siglo. Hoy está virulenta y desafiante. No hay diálogo, ni planificación, ni proyecto económico; ni siquiera lograron armar las comisiones legislativas, imprescindible para producir leyes. Estamos congelados en el pasado. ¿Y cuándo comienza el proceso de deterioro? ¿Cuando se congelaron las tarifas? (Al asumir N. K. los servicios se pagaban lo que costaban.) ¿Cuando se repartió dinero sin control para ganar elecciones? (Plan platita). ¿Cuando las instituciones son vilipendiadas por intereses personales? ¿Cuando Uriburu derrocó a Yrigoyen? Hay mil lecturas posibles.

Nace en la cabeza de alguien, que después ejecutan por su cuenta y orden. La caótica situación social nació por decisiones erradas, o por incapacidad o por ideología, cualquiera de las dos hace responsables a quienes gobiernan. La conversión, a lo Raskólnikov, comenzará cuando quienes están al frente del gobierno se muevan por conductas genuinas. Entonces comenzará la reconstrucción, comenzará el camino que nos conduzca a la paz social, al desarrollo, a la potenciación de los derechos humanos, todos los derechos humanos, y de todos los humanos.

La gente, hasta el siglo XIX, fue feliz o no, al margen de saber leer o hacer operaciones matemáticas complejas; porque son un instrumento útil, necesario, hoy imprescindible, pero vivían sin eso (es un derecho humano hoy, no lo era entonces). En cambio, no podían vivir en paz si había guerra en su entorno, si había sufrimiento, si no eran amados, etc. Hemos resuelto ese desafío: más gente accede a la cultura, más gente se instruye; podríamos decir: costó, pero se logró la masividad de la instrucción. Resulta claro que otros desafíos más importantes, en tanto son fines y no instrumentos, recuperan actualidad permanentemente, como la necesidad de paz, o de lo requerido para una vida con dignidad. Como país avanzamos y retrocedemos en un juego sin fin por la baja calidad humana de los que nos gobiernan. Se pelean lo que gobiernan hoy y ambicionan, con desparpajo y recelos, entre ellos, los que aspiran a gobernar en el próximo turno. La humanidad logró objetivos importantísimos para vivir mejor, con avances y retrocesos, subidas y bajadas. Nosotros necesitamos calidad humana en los dirigentes políticos, sindicales, judiciales, maestros, dirigentes sociales, etc. etc. etc. etc. Hay un grito desesperado por la conversión, por la reconstrucción social de nuestro pueblo. El amor regenerativo que Sonia ofreció a Raskólnikov es la honradez, la generosidad, la seriedad, la transparencia que necesita la sociedad en sus gobernantes para ser rescatado, redimido, reconstruido de un pasado de pena y postergación.

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

 

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