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Política

Cristina Kirchner y Alberto Fernández aburren hasta al Pepe Mujica

El kirchnerismo solo concibe el cambio, y su propio cambio, como exageración de lo que venía haciendo.

Así fue que organizaron una plaza de la victoria después de una resonante paliza recibida, y como les pareció poco, hicieron otra, aún más alienada respecto de la situación que se vive en el país, y en el propio gobierno, que marcha atolondrado hacia una gestión con el FMI que nadie sabe a ciencia cierta cuándo ni cómo podría terminar.

Alberto Fernández declaró su devoción a la jefa, después de haber declarado su independencia de ella pocas horas antes, con lo que se aseguró que nadie lo tome en serio. No debió extrañarse entonces de que para cuando empezó a hablar, el último de la lista, ya unos cuantos de los asistentes enfilaba para la 9 de julio.

El resto de su alocución navegó anodinamente entre las frases hechas y el absurdo. Hemos tenido presidentes que no tenían un gran mensaje pero sabían hablar, y otros que sabían hablar aunque frecuentemente no dejaban muy en claro qué cornos habían querido decir. A Alberto es difícil clasificarlo, es como si con él se hubiera roto el molde: se las ingenia para transmitir muy mal mensajes incomprensibles, con lo cual ni los propios quieren escucharlo.

El plato fuerte de los festejos de la democracia secuestrada, o de los festejos secuestrados de la democracia, como prefieran, iba a ser Cristina Kirchner, eso estaba claro desde el comienzo, y ella trató de no decepcionar a los no tan numerosos adeptos que se movilizaron, en una altísima proporción gracias al aparato, pese a que la organización hizo un enorme esfuerzo para disimularlo, enviándolos en grupitos desde los micros hasta la plaza.

Cristina exageró en todo y a lo grande. Se colocó cual Wally malvinera entre los que protestaron en junio de 1982 contra la rendición de Puerto Argentino. Y atribuyó a esa protesta convulsa y desorientada la paternidad de la democratización, una ridiculez absoluta.

Luego atribuyó la caída de los dos presidentes radicales que hemos tenido desde 1983, a que “el FMI les soltó la mano”. Más que una exageración, una confesión: lo que indirectamente reveló con esto fue que de no ser por el multimillonario crédito que consiguió Macri en 2018, ella y sus amigos hubieran hecho con él lo mismo que hicieron sus pares de 1989 con Alfonsín y de 2001 con De la Rúa, echarlo a empujones de la Casa Rosada antes de tiempo.

Y para cerrar, se comparó con un secuestrado sometido a torturas, en su caso, a manos de los medios y la Justicia. Sí, ni más ni menos: según Cristina ella, la ama y señora en dos mandatos presidenciales, copropietaria durante la gestión de su marido, jefa apenas en las sombras del actual gobierno, es decir, la persona que por más tiempo controló la política argentina en, lo menos, el último siglo, capaz de mover jueces a piacere para ser disculpada sin juicio en causas con montañas de evidencia en su contra, y de manejar a control remoto una enorme cantidad de medios de comunicación, vendría a ser una impotente víctima de enemigos superpoderosos que no se cansan de arrebatarle sus derechos. ¿No se le fue un poco la mano? Para la Carlotto no, estuvo “bravísima”.

Fue sintomático que en la mayoría de los medios que reprodujeron los discursos de la pareja gobernante, la audiencia escapara hacia otras ofertas más entretenidas. “Otra vez sopa” debió pensar mucha gente, ya cansada de estos rituales y la cantinela asociada.

También fue revelador la cara de embole que portaban muchos asistentes, cuando las cámaras se atrevieron a recorrer la multitud más allá de las primeras filas de camporistas enfervorizados. La frutilla del postre, la única actitud sincera que se brindó desde el escenario, la aportaría, cuando no, el Pepe Mujica, apolillando mientras Alberto trataba infructuosamente de desencajar su discurso del pantano soporífero en que había caído. Hicieron bien los jerarcas de la CGT y los barones del conurbano en no asomarse por el acto, ni siquiera mandar una representación testimonial. Varios de ellos tienen la edad del Pepe y probablemente su mismo aguante.

Es que el juego de escondidas con la realidad que vienen practicando Alberto, Cristina y su gestión ya no da para más. Tenía su lógica que sacaran pecho en la adversidad: tras la paliza electoral podían de otro modo realimentar la sensación de desgobierno. Pero eso ya fue. Si van a querer seguir flotando indiferentes a lo que sucede a su alrededor por mucho tiempo más, en algún momento la realidad va a tomar venganza. Y la realidad tiene muchas caras, casi ninguna buena para el oficialismo. No solo es el FMI. Es la inflación, es la pobreza y la desconfianza generalizada. Es la revuelta de los jóvenes de Miramar contra el gatillo fácil, es la Corte y la oposición poniendo límites. Infinidad de cosas frente a las que la voluntad oficial fracasa, o no sabe qué cornos hacer.

Marcos Novaro

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