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Columnistas

Sergio Massa empieza a sufrir los fantasmas de la interna que agita Juan Grabois

Ni Cristina ni Máximo hicieron esfuerzos para bajar la candidatura del dirigente social, que arrastra votos de izquierda y del kirchnerismo duro. La mala relación de Massa con el Papa y el papel del nuevo arzobispo de Buenos Aires. 

Aquella foto callejera de la semana pasada en la cual Sergio Massa bajo hasta la puerta del ministerio de Economía para recibir a Daniel Scioli no fue sólo una sobreactuación para cubrir de humo la vieja enemistad política y personal entre ambos dirigentes. Reflejó también las necesidades del oficialismo de cicatrizar heridas y evitar una posible fuga de votos a raíz de la mala gestión de estos años y el modo extravagante en que fue resuelta la oferta electoral para las PASO y octubre.

En apenas dos días el embajador en Brasil fue recibido también por Cristina Fernández, en su oficina del Senado. Compartió reuniones aquí y en Brasilia con Alberto Fernández. Fue convocado, entonces, por los jefes que sostienen Unión por la Patria: el kirchnerismo, el Frente Renovador y el imaginario albertismo, corriente de náufragos voluntariosos.

¿Tanto sentimiento de solidaridad despierta Scioli? Es cierto que su precandidatura fue bajada de un mazazo. Casi de manera vergonzosa. Difícil, de todas formas, imaginar arrepentimiento o piedad en la coalición oficialista que todo lo que hace responde a su ambición de supervivencia en el poder. La gimnasia política, en verdad, en ningún lado resulta muy distinta.

Aquel homenaje a Scioli y la convocatoria del ministro al ex titular de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, estaría denotando el punto de debilidad del nacimiento de la postulación de Massa. Se lo identifica como el “candidato de unidad”, según la definición de Cristina Fernández. Detrás del mote se descubren, sin embargo, demasiados cabos sueltos.

¿Qué representación electoral podría exhibir el embajador en Brasil? . Antes del desenlace, las encuestas que lo medían le concedían entre 8 y 10% en una interna hipotética. Volumen que provendría del peronismo clásico, ese mismo que Massa quiere tener aferrado para ir en busca de dos objetivos. Resultar en las PASO como el postulante individualmente más votado; utilizar ese trampolín para el combate de octubre contra Juntos por el Cambio.

Habría otra dificultad que el ministro-candidato está evaluando en estas horas. Ni Cristina ni Máximo Kirchner hicieron esfuerzos para convencer a Juan Grabois que resignara su candidatura. El dirigente social sumó a la fórmula a Paula Abal Medina, una investigadora del Conicet portadora de un apellido identificado con el peronismo setentista, que tanto ha calado en la cultura kirchnerista.

Grabois, que descalificó muchas veces, duramente, a Massa se ocupó de transmitir un mensaje de concordia. “El que gana conduce y el que pierda acompaña”, repitió en las últimas horas. No hay posibilidad de rebelión en la granja. Pero aquel dirigente ha comenzado a atar nudos con movimientos sociales y grupos de izquierda para fortalecer su presencia en las PASO. Se trata de universos hostiles para Massa, observado desde ahí como candidato de la derecha. Latiguillo que repiten talibanes kirchneristas.

Nunca habría que perder de vista -el ministro-candidato tampoco lo hace- el vínculo histórico que Grabois posee con Francisco, el Papa. También los nexos con curas villeros que trabajan en los barrios carenciados. No constituye ningún secreto la distancia que Massa tiene con el Vaticano. Ambas situaciones requerirían posar la atención en un prelado que cobró repentina notoriedad: Jorge García Cueva, el nuevo Arzobispo de Buenos Aires designado por el Papa en reemplazo de Mario Poli.

Se trata de un abogado y teólogo que ha cumplido una vasta misión pastoral. Hace días visitó a Francisco en Roma. Ordenado cura en 1997 se encargó de desarrollar tareas en cárceles y muchos barrios pobres del conurbano. Fue Vicario Parroquial de la Iglesia Nuestra Señora de La Cava, en San Isidro. Fue allí donde tomó contacto con Massa y su esposa, Malena Galmarini.

Las ilusiones del matrimonio serían dos. Que Garcia Cueva lime las fricciones que existen con el Papa. Disgustado desde que Massa, por indicación de Néstor Kirchner, intentó desestabilizar a Jorge Bergoglio en los tiempos de su arzobispado en Buenos Aires. El otro propósito sería que el teólogo pueda acotar la influencia de Grabois en los sectores carenciados que frecuenta. Con el objeto de que no exista ninguna sorpresa en las PASO.

¿Massa teme que Grabois pueda ganarle? De ninguna manera. El dirigente social tampoco lo cree, aunque asegura tener “in pectore” el nombre de su futuro ministro de Economía en caso de vencer. La cuestión central sería evitar que Grabois pueda obtener un porcentaje de votos llamativo, que opaque la victoria del ministro-candidato. Un manchón para su recorrido hasta octubre.

Algunas situaciones preocupan. En especial, el modo en que Máximo cerró el armado de las listas en Buenos Aires. Con un tendal de enojados entre los intendentes. Incluso con agrupaciones K habituadas a merodear aquellos sectores carenciados. Una pertenece a Andrés Larroque, ministro de Desarrollo Social de Buenos Aires. Ex secretario general de La Cámpora que rompió para formar el grupo “La Patria es el otro”. El cuervo nunca ha dejado de ser un interlocutor frecuente de la vicepresidenta. También la organización “Soberanxs”, de Amado Boudou, Alicia Castro y Gabriel Mariotto, rechazó la nominación de Massa porque “no se combate a la derecha con candidatos de derecha”.

En este caso se descubre un intríngulis. Boudou se despegó de la declaración porque asegura estar colaborando con Massa en la supuesta reformulación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Nadie sabe si es verdad, pero el ex vicepresidente condenado a cinco años de prisión por el escándalo Ciccone explica diariamente en medios de comunicación afines al oficialismo la tarea que está desarrollando. En el massismo impera, al respecto, un silencio sepulcral.

El ministro-candidato es consciente de esa realidad. Sabe que en las PASO no tendrá el voto fácil de kirchneristas de paladar negro. Ellos observan en Grabois una posibilidad de conservar la pureza ideológica. Irían detrás de Massa recién cuando llegue el momento de tratar de evitar que la “derecha neoliberal” de Juntos por el Cambio o Javier Milei puedan triunfar.

Massa ultima todas las defensas a su alcance para no llevarse un chasco. Habla al menos con tres gobernadores para que en sus listas tengan sólo su candidatura y excluyan la de Grabois. Serían los casos de Gustavo Saenz en Salta, Gildo Insfrán en Formosa y Gerardo Zamora en Santiago del Estero. Tampoco encuentra dificultades con los renovadores de Misiones.

Son además demasiadas las huellas que el ministro-candidato ha dejado en Buenos Aires cediendo dirigentes a Milei para que el libertario logre cerrar sus listas rodeadas de oscuridades. Con eso perseguiría una carambola: fortalecer a La Libertad Avanza para que no se diluya en beneficio de Juntos por el Cambio; poseer en esa agrupación gente leal que compense la reticencia que tuvo el kirchnerismo para facilitarle candidatos de su propia cuna.

Eduardo van der Kooy

CLARÍN

opinión Interna oficialista kirchnerismo duro Papa Francisco

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