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Columnistas

Orbis Tertius: Nuestro mundo es peor al concebido por George Orwell y Borges

George Orwell (1903-1950) se equivocó, no en sus conceptos sino en el tiempo, 1984 llegó 20 años más tarde.

Ahora tenemos un Gran Hermano que te sigue por tu celular, te dice cuántos kilómetros caminaste este mes, que tiendas y restaurantes visitaste y te persigue con tus compras (si fuese tan inteligente el programa, te avisaría antes de realizar la compra y no ofertarte lo mismo una vez que lo compraste).

El culto al personalismo es cada día más acuciante a pesar de la democracia (¿o acaso este culto se debe a una democracia malentendida?).

La Policía del Pensamiento nos conduce a la corrección política a punto tal de pretender modificar los textos de autores consagrados (Christie, Dahl, Fleming, etc.) para no herir susceptibilidades y nos induce a la autocensura, la peor de las limitaciones intelectuales.

La neolengua nos invade cambiando la concepción de género en una impensada igualdad. El sexo no es naturaleza sino cultura y “autopercepción”.

La pobreza del lenguaje por una educación cada día más sesgada, limita la capacidad de pensamiento crítico y también del conceptual. “La ignorancia es fuerza”, se proclama en 1984. Hoy día, un pedagogo militante tiene un efecto multiplicador devastador.

En el mundo orweliano a las palabras se les da otro sentido: el Ministerio del Amor administra castigos, el de la Paz promueve la guerra (porque cuando el país está enfrentado con otras naciones hay menos conflictividad interna). El Ministerio de la Abundancia se encarga de mantener la economía planificada, administrando miseria. La gente vive al borde de la subsistencia mediante un duro racionamiento. Esto es lo que Orwell criticó hace 70 años de la estructura soviética pero el error se repite una y otra vez a lo largo de los años, por más que el control de precios se viene aplicando desde los tiempos del Código de Hammurabi sin éxito alguno.

Por último, el Ministerio de la Verdad manipula los datos y la historia (“quien controla el presente, controlará el pasado y quien controla el pasado, controlará el futuro”, Orwell dixit). El relato histórico se escribe no con la intención de saber lo que realmente ocurrió sino de lo que debería haber ocurrido según la concepción del grupo dominante.

En Argentina asistimos a la manipulación de nuestra historia reciente contando solo una parte de los acontecimientos, enumerando los muertos de una parte e ignorando a las víctimas de la violencia.

A diario asistimos a la distorsión de datos estadísticos (¿dónde están los datos del último censo?), de índices de actualización inflacionaria, de valores del PBI (que nos costaron una sanción internacional). Pero no somos los únicos que incurrimos en estas mentiras, la manipulación se está convirtiendo en una tendencia mundial.

¿Gobernar es manipular?

Las “fake news” invaden nuestros celulares, los periódicos, los noticieros. Resulta muy difícil discriminar ficción de realidad, noticias de la fantasía. Al inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania se difundió un video de un combate aéreo que todos siguieron muy atentamente como un combate real, aunque era solo un video juego.

Todos estos hechos ya han llegado a nuestra vida, pero aún falta la guerra total como la que mantienen las tres superpotencias de 1984, a fin de justificar la represión, el control de sus miembros y la censura ¿Estamos destinados a otra guerra mundial para prolongar el mandato de algunos dirigentes o eternizar a grupos de poder?

A lo largo de 1984, Orwell habla del dominio estatal, de una estructura burocrática con un ordenamiento verticalista. Hoy el papel de burócrata está disfrazado de trámite digital, sistema computarizado al que entregamos nuestra identidad en forma casi inocente. En la época en la que Orwell escribió 1984 (año 1948) existían pocas empresas multinacionales o del poderío hegemónico de los emporios digitales que entonces casi no existían y hoy tienen autonomía propia. Orwell tenía en mente a los poderosos conductores de la Segunda Guerra, a los jerarcas absolutistas Hitler, Mussolini, Stalin, Franco … nunca se le pasó por la cabeza que una empresa o grupo de empresas podrían controlar en forma oligopólica el poder mundial. Y hoy lo hacen sin tanta necesidad de violencia física. La represión es más sutil.

Este poder se concentra en unos pocos. Nunca se habló tanto de igualdad y jamás existieron tantas desigualdades imposibles de sortear.

Todas estas distorsiones conducen a un nihilismo deconstructivista disfrazado de libertario, pero que genera el arriete de la corrección política para establecerse como una dictadura cultural. Induce conscientemente a la inconsciencia y usa referentes como Barthes (1915-1980) en el lenguaje. Foucault (1926-1984) en el sexo, Freud (1856-1939) en el inconsciente, Deleuze (1925-1995) en la racionalidad, tal como sostuvo Carlos Lasa en un artículo publicado en este mismo periódico en 2020 haciendo referencia a la obra de Michel Onfray.

Esta dictadura cultural también reprime mediante el aparato jurídico, dictando leyes acordes al deconstructivismo y, por otro lado, prolongando sus dictámenes en forma exasperante, haciendo de la justicia una entelequia entre laberintos de papel. La justicia ha perdido su autonomía, sometida a los medios de comunicación que obtienen condenas sin jurados, con ejecuciones mediáticas a todos aquellos que se atrevan a desafiar la corrección política de la dictadura cultural.

La tolerancia, que en algún momento trato de imponerse como medio de convivencia en la segunda mitad del siglo XX (Ghandi, Martin Luther King, Flower Power, etc.), solo subsiste para aquellos que piensan igual. Para un progresista no hay nada mejor que un progresista...Los demás son pasibles de ser odiados como los enemigos de la nueva cultura que se opone a ese “progresismo”.

En enero de 1944, Orwell tomó contacto con la novela Nosotros de Yevgeny Zamyatin (1884-1937), escrito en 1924, una distopia en la que el autor ruso crítica ácidamente a la Unión Soviética que había ayudado a conformar como un bolchevique de la primera hora. La obra de Zamyatin fue la fuente inmediata de inspiración de 1984, obra que Orwell terminó de escribir casi con su último aliento.

1984 es una crítica a regímenes absolutistas tomando elementos que hoy nos parecen exageraciones pero que realmente existieron en los tiempos de Stalin como los “2 minutos de odio” cuando se mostraba la imagen de Trotsky convertido en una cabra tal como se lo exhibía en los cines soviéticos o el arresto por ideas “no patrióticas” que realizaba la Kempeitai -o policía secreta japonesa- durante la guerra.

La frase “Nuestra nueva y feliz vida” es la adaptación de un slogan soviético muy popular: “La vida es mejor, camaradas, la vida es más alegre”.

Y por último la increíble “2+2=5” es una referencia al plan quinquenal que el régimen soviético pensaba concluir en 4 y no en 5 años, como una muestra de eficiencia.

Pero este mundo no solo es distópico como sostenía Orwell sino anacrónico como propuso Borges en su cuento: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” publicado en 1940 (e incluido en El jardín de senderos que se bifurcan), donde alude a la formación de una “benevolente sociedad secreta” –al tipo de los illuminati o Rosacrucianos– que intentan modificar el lenguaje y la historia rompiendo los límites de la realidad mediante un idealismo subjetivo como el propuesto por George Berkeley (1685-1753). En este cuento, Borges reconoce que estas sociedades fueron exitosas en su intento de modificar al mundo, aunque no aclara si sus resultados fueron auspiciosos o solo asistieron a su decadencia ...

El mundo va hacia esta concepción orwelliana que el autor inglés no inventó, mas hizo previsible. Este mundo se ha convertido, según Orwell, en “la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se ha realizado un acto de autosugestión”.

1984 ha llegado y no sabemos cómo termina.

Omar López Mato

Mundo orweliano opinión George Orwell Jorge Luis Borges

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