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Columnistas

Mapas, libros y diarios

Los mapas, los libros, la correspondencia y los diarios son el soporte material de un pasado que puede ser lejano o cercano, pero que es nuestro y que nos permite conocer las necesidades, las ideas y las vivencias de quienes nos precedieron en la formación de Argentina.
Dr. Ricardo López Göttig

Por Dr. Ricardo López Göttig

En estos tiempos de vacaciones de invierno, también es propicio para pensar sobre aquello de lo que se habla muy poco y que resulta de importancia crucial para nuestra educación y cultura, como son los libros, los mapas, los diarios, las fotografías, la correspondencia. Todos, de algún modo, guardamos esos recuerdos de nuestra familia, infancia, adolescencia o profesión, y lo atesoramos. Lo mismo ocurre en cada sociedad que aspira a proyectarse hacia el porvenir.

Como están lejos de las cuestiones más urgentes y reciben exiguo presupuesto, es preciso rescatar la importancia de las bibliotecas, archivos y hemerotecas, auténticos faros de la cultura, para recordarnos que más allá de los avatares de la economía y la política, hay algo que somos y permanece a pesar de los cambios de gobierno. Son testimonio de otras voces y visiones, que forjaron un pretérito y que nos legaron mucho de lo que hoy somos y tenemos como nación. La cartografía del pasado nos permite descubrir los viejos límites de las provincias, el trazado de los caminos, el surgimiento de pueblos y ciudades con el correr de los años. Los diarios, cuidadosamente custodiados en las hemerotecas, nos esperan para contarnos aquello que fue noticia en su tiempo y rastrear cuestiones ya zanjadas y resueltas, y otras que esperan serlo en algún momento. La correspondencia, un género hoy ya perdido por la inmediatez de la comunicación en las redes sociales o whatsapp, nos ayudan a adentrarnos en el pensamiento y sentimiento íntimo de una persona que ya no está con nosotros, pero que hablaba de un presente que le resultaba azaroso y de un futuro que no lograba adivinar.

Las sociedades son un contrato entre las personas vivas, las muertas y las que están por nacer, decía Edmund Burke. Hay una correa de transmisión invisible a través de la palabra, la enseñanza, el ejemplo, la costumbre y los rituales que concatena a las generaciones unas con otras. Ser argentinos es infinitamente más que unirnos cada cuatro años en un Mundial de Fútbol, o que concurrir a las urnas a elegir a nuestras autoridades: es un largo y difícil camino en el que hay sueños, aspiraciones, decepciones, pesadillas, intrigas, acciones heroicas y nobles, pequeñeces y grandezas, como en cualquier ciclo vital.

Las bibliotecas, archivos y hemerotecas son instituciones fundamentales de nuestro patrimonio cultural, lugares que deberían ser protagónicos y encarados con visión federal, desperdigados por toda la geografía argentina. Son parte de nuestro sistema educativo, de promoción de la lectura y lugares de investigación para quienes no pueden trasladarse por largos períodos a Buenos Aires. Incorporarlos como parte de nuestro paisaje cotidiano es ir creando conciencia de la importancia de ese patrimonio cultural, tal como ha ido ocurriendo con el medio ambiente a lo largo de los últimos cinco o seis decenios. ¿Es necesario que ocurra una catástrofe, o que se pierda casi todo de lo que nos queda materialmente del pasado, para que le prestemos atención y cuidado?

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