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Columnistas

Elecciones 2023 | Días de pánico para el kirchnerismo

La crisis condiciona la campaña de Massa, que consumió tiempo valiosísimo para lograr el acuerdo con el FMI; los temores de Cristina y el debate clave que se configura en la oposición

Es como ver a un profeta que se habla a sí mismo. Sergio Massa adopta una pose reflexiva y sentencia, con aparente resignación, ante las cámaras de CNN en Español: “La cuestión electoral y ser ministro de Economía es incompatible en la Argentina”.

Cinco meses más tarde el mismo Massa batalla por no convertirse en la encarnación de su propio augurio. La campaña se le quedó corta. Atrapado en unas negociaciones extenuantes con el Fondo Monetario Internacional (FMI), protagonizó un espectáculo al que sus aliados del kirchnerismo asistieron en pánico. Consiguió al final de la semana un salvavidas, pero no un barco que lo lleve a la orilla. El staff técnico validó un desembolso de 7500 millones de dólares que el directorio debatirá en Washington después de las elecciones primarias y a cambio de medidas de ajuste que todavía no se conocen con precisión.

“Se nos escurren los días y casi no tuvimos al candidato en el territorio. Lo consumió la función”, resume uno de los operadores clave de la campaña de Unión por la Patria. No es un reproche. Defiende que Massa es el candidato más competitivo que podía ofrecer este gobierno y sostiene que no puede ni pensarse en un recambio en el Palacio de Hacienda: “Vuela todo por los aires si Sergio se va”.

Cristina Kirchner coincide, cuentan en su entorno. Está convencida de que el FMI alienta una corrida en medio de la campaña con la intención de sepultar los sueños de este peronismo agónicamente unido. Massa consultó con ella las medidas cambiarias anunciadas el domingo pasado. Ella aprobó todo como un mal menor, a sabiendas de que viene un fogonazo inflacionario en el momento menos indicado, pero al menos se evita el desastre impredecible de un impago. Por algo impulsó a Massa como candidato. No fue convicción ni un gesto de amplitud, sino puro pragmatismo. Lo percibe como el único capaz de jugar en esta cancha embarrada.

La relación con el FMI es un engaño consentido. La Argentina devalúa sin conjugar el verbo, a través de una maraña de regulaciones e impuestos; los burócratas de Washington exigen más esfuerzos, escriben un par de frases admonitorias y renuevan el suero que mantiene a la economía del país en terapia intermedia. Todo sea por evitar un default que sería carísimo para las dos partes.

Massa había ilusionado a los propios con que recibiría fondos suficientes para cubrir todas las cuotas del año y que recalibraría las metas fiscales. No pudo ser. Al menos salvó un match point. Tendrá que raspar la olla para pagar los 2669 millones de dólares que vencen la semana que empieza. Cuando el directorio apruebe la revisión, le entrará el dinero suficiente para cubrir esa cuota, la anterior saldada en yuanes y la próxima de septiembre. En noviembre habrá una nueva revisión. Aunque eso es como hablar de otra vida.

Vamos como Tarzán, de liana en liana, con fe de que aparezca siempre una nueva de donde agarrarnos”, resume un intendente de la tercera sección electoral de Buenos Aires. El sur del conurbano es el corazón del voto peronista y la geografía donde más está pegando la crisis inflacionaria, sumada al freno en la actividad económica.

Una reciente reunión en el comando de Axel Kicillof de los caciques de esa región que concentra el 15% del padrón nacional se pareció a una sesión de autoayuda. Diagnóstico crítico: no hay entusiasmo entre los votantes habituales del peronismo, la bronca ha provocado fugas hacia opciones extremas, como Javier Milei, y las urgencias del ministro-candidato lo privan de entregarse a tiempo completo a recorrer el territorio.

La camporista Mayra Mendoza admitió allí su gran preocupación por los números de Quilmes, en donde esta semana la acompañó intensivamente Máximo Kirchner. Fernando Espinoza, el mandamás de La Matanza, precisó que sus encuestas muestran a Unión por la Patria por debajo del 50%: “Ganamos, pero necesitamos más”. En 2019 había triunfado con 64%, 40 puntos más que Juntos por el Cambio. La caravana por el municipio con Massa, Kicillof y Máximo se había planificado como remedio para esa carencia. Tuvo que posponerse por miedo a un acto de violencia, bajo amenazas del Movimiento Evita, que le compite a Espinoza por el control del partido.

Al gobernador le costó disimular el fastidio, preocupado como está por la falta de despliegue territorial del candidato presidencial. Sabe que su suerte está atada a la de Massa por efecto del arrastre de la boleta sábana. Es poco lo que puede hacer por sí mismo –a sabiendas de que el corte de boleta es una conducta esporádica–. Entre otras cosas, en La Plata armaron un grupo encargado de estrategias específicas para conectar con los residentes extranjeros, que están autorizados a votar solo para cargos provinciales.

Las señales tampoco son tranquilizadoras en la Avellaneda de Jorge Ferraresi y en Lomas de Zamora, donde Martín Insaurralde pretende ceder el testigo de la intendencia a su mano derecha, Federico Otermín.

Guerra en Tigre

Massa está algo mejor en el cordón noroeste del conurbano. Aun así, una luz de alarma se encendió el fin de semana pasado cuando una encuesta que circuló entre los encargados de la campaña bonaerense mostró que el intendente Julio Zamora aventajaba a Malena Galmarini, esposa de Massa, en las primarias de Tigre. Perder en su pago chico es un lujo que el ministro no se puede dar. Casualidad o no, en la semana se ejecutó la jugada para quitarle a Zamora el derecho a colgar su boleta de la Massa. Tendrá que ir solo con Juan Grabois, a quien con ese cariño tan particular que se profesa entre peronistas calificó como “el peor de todos”. El que no se consuela es porque no quiere.

En la provincia se habla con desparpajo de un show de boletas cortadas: el clásico delivery que hacen los intendentes para salvarse, repartiendo entre los votantes un menú de opciones en el que incluyen su papeleta municipal junto a la del candidato a presidente que cada cliente desee.

Y sin embargo ese deporte también se hace cuesta arriba. Recién esta semana empezaron a llegar las primeras boletas impresas, después de una demora angustiante en la aprobación judicial de los diseños. Hasta para las picardías hay que correr.

El mensaje que bajan ahora Massa y el kirchnerismo es que las próximas dos semanas serán de campaña intensa para recuperar el tiempo perdido en el pantano del FMI. La suba de precios derivada de la devaluación encubierta y de la suba correspondiente del blue (10%, a tono con las medidas y con la devaluación mínima que pedía el Fondo) es un costo adicional que toca asumir. Un paliativo son los bonos a jubilados, pensados para absorber ese efecto en los días previos a la votación.

Lo importante es que sacamos al FMI hasta después de las PASO”, resumen en el comando oficialista. Descartan una corrida antes del decisivo domingo 13.

Ahora toca sumergirse en una paradoja. El mensaje que ensayó Massa en su gira del Norte incluye dos ejes principales. Dijo que él será “el presidente que termine con la inflación” y que la alternativa a Unión por la Patria es un proyecto derechista “que solo ofrece más ajuste y sufrimiento”.

Resulta todo un reto para los votantes decodificar esas expresiones en un momento en que los precios vuelven a subir y cuando el Gobierno se acaba de comprometer con el principal acreedor del país a diseñar medidas en el corto plazo para “contener el crecimiento de la masa salarial, actualizar las tarifas de energía y fortalecer los controles de gasto a través de una asistencia social mejor focalizada y una mayor racionalización de las transferencias corrientes a las provincias y empresas estatales”.

Cristina pone el cuerpo selectivamente, pero no deja de actuar detrás de escena. Les pidió a los gobernadores que se movieran. Lo mismo a sus caudillejos bonaerenses.

“Ella lucha antes que nada por llegar al final del mandato sin estallido. Para eso necesitamos mostrar que tenemos apoyo popular. De lo contrario, el FMI y la oposición se van a ensañar”, explica un interlocutor habitual de la vicepresidenta. La supervivencia política no pasa solo por ganar elecciones. Una corrida el lunes 14 es la peor pesadilla que asalta por las noches a “la Jefa”.

Incertidumbre en la oposición

El temor del Gobierno conecta de manera subterránea con la disputa en la oposición. Una pregunta decisiva: ¿qué nivel de colaboración mostrará quien se imponga en las primarias de Juntos por el Cambio si, como vaticina el consenso de los encuestadores, esa fuerza es la más votada dentro de dos domingos?

Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich hoy aparecen opacados por su propia disputa de liderazgo. Pero el que gane empezará a ser un factor determinante en la película de la crisis argentina.

Bullrich tiene una visión muy pesimista de las opciones del gobierno para evitar un descalabro mayor en la transición hacia diciembre. De ganar, ella no está dispuesta a colaborar en nada con Massa. “Ni sueñen con un cogobierno. No voy a caer en una trampa de mi rival. En todo caso, que renuncie al ministerio y ahí veremos si nos sentamos a una mesa de negociación”, ha dicho, según retrata una fuente de su confianza. Larreta es menos tajante a la hora de imaginar una eventual transición si él siguiera en la cancha después de las PASO. Pero tampoco imaginan a su lado que vaya a arriesgar capital político en auxiliar al gobierno.

Futurología pura. La obsesión es ganar la interna y ni siquiera está claro a quién beneficia un repunte inflacionario en el tramo final hacia las urnas. El larretismo recuperó energía y optimismo desde el triunfo de Maximiliano Pullaro en Santa Fe. Desde el gobierno porteño hacen circular encuestas con él como favorito y sostienen que cambiaron las tendencias (que antes negaban): describen a Bullrich estancada y a Larreta en prometedor ascenso. El juego pasa por “no cometer errores”, atenerse al plan y sumar algunos apoyos, como serían los de María Eugenia Vidal y Facundo Manes (que ya empezó a acompañar a Martín Lousteau en la Ciudad).

Del otro lado retrucan que hay una diferencia irremontable. Bullrich incluso suele decir estos días que terminará ganando en octubre sin necesidad de segunda vuelta. La brújula rota de las encuestas hace que afirmaciones como esas se extravíen en el difuso territorio del creer o reventar.

La energía de los candidatos se concentra en dos distritos fundamentales. Uno es la Ciudad, capital de las contradicciones. Larreta gobierna, pero Bullrich se instala como favorita allí. A su vez, el ala dura del Pro sufre por el miedo a que Jorge Macri caiga derrotado si Lousteau consigue un apoyo adicional del peronismo gracias a las facilidades que ofrece el sistema de voto electrónico. El acuerdo in extremis para bajar la candidatura del liberal Roberto García Moritán se festejó como un gol en el comando macrista. Todo suma en esas primarias que se asemejan a un ballottage.

La otra batalla decisiva es -cuándo no- la provincia de Buenos Aires. Isonomía, encuestadora en que confía el larretismo, difundió un sondeo que le da casi 4 puntos de ventaja en la provincia al jefe porteño sobre su rival. A su vez pone a su socio Diego Santilli casi 12 puntos arriba de Néstor Grindetti. Los números de Bullrich, en cambio, la muestran encima a ella, aunque también tienen a Santilli con mejores registros que Grindetti. El misterio se transfiere a las encarnizadas peleas por los municipios donde gobierna el Pro.

Entre tanto nerviosismo hay quien envidia a Alberto Fernández, entregado al ejercicio de ensayar lo que algún día serán sus memorias. “En mi gobierno me ha pasado de todo, solo falta que lleguen los marcianos”, dijo el martes en un foro agropecuario. Dos días después recibió en su despacho al director de la NASA, Bill Nelson. Al salir, en una escena algo surrealista, a media luz, el astronauta anunció a la prensa que había creado una comisión de expertos para estudiar la posibilidad de que exista vida extraterrestre. Hombre precavido.

Martín Rodríguez Yebra

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