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Columnistas

El féretro de Sarmiento y el asesinato sordo de la educación pública

Esta semana circuló el video de un padre de Bahía Blanca planteando un problema central de la educación argentina.

“La educación tiene que ser declarada un servicio esencial” Guillermo Sierra con Feinmann en LN+

El hombre, con enorme sentido común, explica la tragedia educativa que le toca vivir. Lo hace en una reunión de un organismo estatal donde algunos padres habían ido a reclamar por la interrupción de las clases de sus hijos. Por la gran cantidad de paros, debidos a diversas razones, su chico pierde días de escolaridad.

El hombre se pone del lado de su hijo y de los docentes y en contra de los sindicatos y de la dirigencia política. Durante su alocución fija algunos puntos como por ejemplo decir que “igualdad no es hablar con x, igualdad es que los chicos vayan a clases” y que hay que encontrar otros modos de protesta para garantizar que los estudiantes reciban educación. Vale la pena escucharlo en el momento del desborde emocional, que por fortuna quedó grabado, y luego en el pensamiento reposado de un padre trabajador que quiere un futuro mejor para los suyos. Ambas instancias, complementarias, se ven en el video de una entrevista televisiva.

Los planteos de ese padre llamado Guillermo Sierra desactivan muchos de los prejuicios con los cuales se descalifica a quienes hacen críticas a detener la enseñanza como modo de defensa de la educación. Aquella vieja paradoja de evitar la antropofagia comiéndose un ser humano. Por ejemplo, se suele aludir al presunto enfrentamiento entre padres y docentes y se lo usa para descalificar a quienes se oponen a los paros. Sierra lo explica con claridad. Está dispuesto a protestar junto a los docentes de su hijo, pero sin cortar las calles y sin suspender las clases. Incluso llega a proponer ayudar a comprar los insumos para limpieza si esa es la razón para parar.

Propone inundar las plazas del país con reclamos, pero hacerlo con orden y diálogo y con banderas argentinas y cantando el himno. No parece estar en los planes de Baradel algo así y de la mayoría de los sindicalistas. Sería una gran noticia que se sumaran muchos docentes a una metodología como esa. Eso daría por tierra con la utilización política que se hace de los conflictos laborales. Un solo dato: 62 paros del Suteba baradeliano contra María Eugenia Vidal y ninguno contra Kiciloff. Es decir, la educación de los alumnos bonaerenses es rehén de la política partidaria más vil.

Vale la pena escuchar al jefe de Gabinete de la Nación Agustín Rossi quien también se expresó sobre la problemática en otra entrevista televisiva. Revela las distintas miradas sobre el tema educativo. El alto funcionario, hoy candidato a vicepresidente aclara que no quiere prestarse a enfrentar padres con docentes. Es correctísimo, pero se lo dice a alguien que no está haciéndolo. Y es justamente el argumento de quienes montan esa pelea inexistente para apoyar a los sindicatos, a los cuales no dudan en identificar con “los docentes”. Por eso omite que el padre apoya a quienes le enseñan a su hijo, pero que se pone en contra de la opción del paro como única manera de protesta.

Con lo cual aparece esa creencia difundida en muchos dirigentes de que es lo mismo que haya clases a que no las haya. Cuando se comprende que las clases no pueden detenerse se impone lo que sostiene el padre: protestas todas, pero sin suspensión de la actividad escolar. La razón es clara. La huelga históricamente era la herramienta del trabajador contra el capitalista perjudicando la producción, lo cual daña al capital.

En el empleo estatal esa relación no se verifica. Un médico y un docente, antes que trabajadores, son profesionales y cuando paran perjudican no a un capitalista sino al paciente y al alumno, que por otro lado son quienes les pagan el sueldo con sus impuestos. La pelea es política y con los funcionarios de turno. El trabajo estatal tiene una esencia distinta, aunque se haya naturalizado el conflicto tal como lo conocemos. Pero ningún presidente, gobernador o ministro es el dueño del estado, aunque algunos vivan como si lo fueran. Con lo cual no los perjudica el detenimiento de sus servicios, salvo en términos políticos. ¿Pueden estar la educación y la salud en manos de esa politiquería barata?

Y la verdad sea dicha, la interrupción de clases en la Argentina tiene innumerables excusas de las cuales los paros son sólo una. Pero lo más importante está en la concepción de Rossi, protagonista desde el inicio de los gobiernos populistas hegemónicos que hace veinte años deciden políticas públicas en la Argentina. Rescata como enorme logro del sistema educativo los niveles de escolaridad. Es cierto, pero incompleto si no se analizan los resultados de esa inclusión de los alumnos en la escuela.

El objetivo de que los niños y jóvenes estén se logró hace rato y es un hecho trascendente que se debe cuidar. El hecho de que no aprenden dentro de la escuela es lo que preocupa y también pasa hace mucho. Y si se lo advierte, en vez de aceptarlo y buscar políticas efectivas de aprendizaje la chicana que “no quieren que todos estén en la escuela, quieren ajustar la educación” y toda esa sanata. Claro que sí: todos en la escuela, pero aprendiendo, no permaneciendo sin salir de la ignorancia. El problema no es la permanencia, sino que no aprendan. Con lo cual seguir insistiendo con lo que ya se hizo y dejar de ver lo que no anda es al menos preocupante.

Rossi agregó algunos aspectos que son modélicos de un modo de ver la educación. Habló de $50 mil millones en infraestructura para las universidades, de la inauguración de obras en catorce de ellas y de que eso era competencia de la Nación, mientras que las problemáticas salariales eran de las provincias. Lo curioso es que reivindicó la llamada “paritaria nacional” una mesa conducida por Roberto Baradel donde desde Buenos Aires acuerdan salarios que luego deberán afrontar las provincias. Más politiquería barata. Y Rossi remata hablando de coparticipación federal, con lo cual muestra al menos desconocimiento de los modos en que se financia la educación con dineros provinciales. Claro que en los modelos de provincia que gustan a la Casa Rosada hoy, los dineros que se gastan vienen casi todos de las arcas nacionales.

Para rematar usa un argumento que forma parte de un relato insostenible. Invoca resultados de las pruebas Aprender 2022 donde dice que ha mejorado 80% en Lengua y “algo menos” en matemática y que ese operativo ha sido hecho para verificar el impacto de la hora de más que Nación financió en las jurisdicciones. Las pruebas se tomaron apenas transcurridos pocos días desde la instrumentación de esa hora. Con lo cual es imposible que esa medida haya tenido impacto.

Pero además los resultados fueron muy cuestionados por especialistas de nivel internacional, como Alejandro Ganimian que polemizó con Germán Lodola, responsable de evaluación del ministerio nacional. Cada lector podrá recorrer esos hilos de Twitter y sacar sus propias conclusiones pero lo que habría que advertirle a Agustín Rossi es que no existe ningún antecedente mundial de una medida que mejore 80% ningún aspecto educativo en cuestión de meses y muchos menos de días. La verdad es que las mejores políticas, practicadas con constancia, evaluación, ajustes, etcétera tardan algunos años en germinar y dar frutos. Y más cuando se tiene un sistema tan deteriorado como el argentino.

Este tipo de “relatos” para defender políticas fracasadas y salir del paso, sin analizar evidencias, son los que han llevado a la situación actual de decadencia educativa. ¿Por qué? Porque un problema multicausal, complejo, se esteriliza en sus posibilidades de solucionarlo si en vez de elaborar una estrategia consistente, difícil y trabajosa, basada en el orden y el esfuerzo, se proponen soluciones mágicas y se inventan resultados.

Ejemplo: decir que la hora de más pagada por Nación por la post pandemia ha producido efectos resonantes de mejoría es infantil. Además es falso. Ya llega a lo escandaloso cuando se comprueba que la prueba se tomó apenas unos días después de implementar la medida que se ve como salvadora. Pero además, la verdad sea dicha, hay provincias que han usado ese recurso para mejorar el trabajo en el aula, extendiendo jornada, pero hay otras que lo han usado para pagar un plus a docentes haciendo tareas fuera del aula en actividades como planificación. ¿Allí también hizo que los alumnos “mejoraran 80% en lengua y algo menos en matemática”? Por supuesto que no.

El camino a seguir es la elaboración de políticas públicas fuertes, con capacitación docente, con materiales adecuados, con métodos consistentes y comprobados científicamente y no en un gabinete de adoctrinamiento ideológico, con evaluación y con recálculos con vistas a obtener resultados. Esto se obtiene animándose a aceptar la realidad de lo mal que estamos. Sin considerarlo un descrédito o un menoscabo, como sugiere Rossi. Incluso argumentando que nuestro sistema educativo está bien con el ejemplo de la notable científica Celeste Saulo, vicepresidenta de la Organización Meteorológica Mundial y directora del Servicio Meteorológico Nacional. Es un argumento frívolo frente a los centenas de miles de chicos argentinos que pasan por las aulas y no aprenden a leer. La herida a resolver son ellos. No sirve vanagloriarse de los casos excepcionales a quienes les va muy bien. Ninguno de esos que no se alfabetizan podría llegar al logro de la gran científica argentina, aunque se esfuercen. Y son muchos, demasiados.

El gran acuerdo político que se necesita para mejorar la educación es entre la Nación y las provincias, que son las que gestionan los sistemas de escuelas concretos y tienen incidencias sobre los alumnos, sus aprendizajes y los docentes. Pero también se necesita terminar con la lógica extendida del paro permanente como herramienta política. Y acá la palabra no la tienen ni siquiera los docentes, sino los sindicatos, ultrapartidizados.

Se requiere además el concurso de las familias y el compromiso de gestión de los funcionarios que tienen que aceptar los malos resultados sin esconderlos, perfeccionar los instrumentos de mejora y asumir los resultados con coraje, no dibujando presuntas mejorías.

¿Los que piensan que la educación no está tan mal se animarían a tomar un examen independiente a todos los egresados de primaria y secundaria, como se hace en muchos países, para comprobar cómo están realmente sus aprendizajes? Descuento que no, argumentarán que es discriminatorio y otras paparruchadas.

Cuentan que en un momento se detectó que el féretro de Sarmiento en la Recoleta estaba muy deteriorado y se decidió cambiarlo. Cuando un pariente del maestro de América quiso retribuir a los operarios municipales que habían hecho la tarea el capataz rechazó el pago: “No, por éste no cobramos. Éste nos enseñó a leer”. No sería difícil imaginar hoy a esos mismos agentes estatales de paro y a los restos de Sarmiento esperando.

Por Jaime Correas (*)

(*) Socio del Club Político Argentino, integrante de la Coalición por la Educación

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