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Columnistas

Amores que matan

Cristina se conduce como una opositora que demuele la tarea ya bien pobretona del Ejecutivo, que ella misma integra. 

El lapso previo a la inscripción de las candidaturas sume a la política en el terreno más resbaladizo, el del conflicto de las personalidades. Las elecciones y la política son acontecimientos colectivos, en los que dominan los partidos y la dialéctica de los intereses y las ideas. Pero esa dialéctica tiene, en el momento de las elecciones, una instancia en donde se agigantan las personalidades individuales con sus luces y sus sombras, sus virtudes y sus defectos.

En este contexto cabe preguntarse, si Cristina de Kirchner quiere que el peronismo gane las elecciones. Se conduce como una opositora que demuele la tarea ya bien pobretona del Ejecutivo, que ella misma integra con Alberto Fernández y Sergio Massa – los tres miembros de la trifecta presidencial.

La bronca que transmite en sus discursos y en las filtraciones que promueve sobre sus debates internos la anotan como una responsable más de la derrota. Si querés vender la bebida cola, tenés que decir que sabe bien y que con ella todo va mejor.

Encima, asesorada vaya a saber por qué gurú privado y patagónico, se enreda en una crítica a la gestión económica de Juan Schiaretti, que es peronista y gobierna sin tumultos el segundo distrito con mayor cantidad de votos.

¿Qué buscó con esa invectiva contra el endeudamiento de una provincia que tiene superávit fiscal, como le respondió el ministro Osvaldo Giordano, titular de la cartera económica provincial? Pareció ponderar más alguna inquina interna: “allí no quieren a los K”, se quejó.

Cuando un dirigente pone el interés privado por encima del interés del conjunto, lesiona a ese conjunto. Sólo un dictador cree que lo que le conviene a él, le conviene al conjunto. Tampoco ha conmovido a Daniel Scioli, que lo hizo atender a Máximo Kirchner a través de Alberto Pérez. Protocolo diplomático: de CEO a CEO, o de secretario a secretario. Vos elegís.

Falsos líderes, apenas jefes

Estos desaires han hecho perder la confianza necesaria en una coalición, que tiene una explicación sencilla: la falta de un líder en la fuerza. Los líderes sí pueden dar timonazos, porque tienen la autoridad para que la militancia los siga en sus evoluciones. El que no es líder es jefe, y sólo arrastra a los de su grey.

Si Macri apoya a Bullrich, no está decidiendo el futuro de la candidatura, que va a depender de la puja entre sectores, y en cambio halaga sólo a un sector. Le ocurre lo mismo a Cristina. No es líder del peronismo, sino de su facción.

Cuando manda a decir que quiere un solo candidato – no se anima a decir en público que está contra las PASO, un invento de su marido – convence sólo a los seguidores de su tribu.

Pero no al resto del peronismo, empezando por el más importante, que es el de Córdoba. Y eso que Cristina se benefició con el fallo de la Corte que sacó del juego a dos de los gobernadores que tenían planes de competir por la presidencia después de ganar las elecciones en sus provincias, Juan Manzur y Sergio Uñac.

Lecciones de Tucumán

Las elecciones en más de diez distritos empiezan a formar una masa de información que permite adelantar conclusiones útiles para las fuerzas que disputarán las PASO del 13 de agosto.

El domingo anterior hubo elecciones en dos de los siete distritos más grandes de la Argentina: generales en Tucumán y primarias en Mendoza. En los dos territorios hay señales para preocupar al oficialismo y la oposición.

Para la oposición, haber perdido la elección en Tucumán es un revés que alguien va a tener que pagar. Esa plaza era de la oposición y el intendente saliente es uno de los hombres más importantes de la oposición.

Germán Alfaro, que era candidato a vicegobernador de esa provincia también perdió, en un resultado previsible. No lo era el que tuvo su mujer Beatriz Ávila como candidata a sucederlo.

Juan Manzur, nonato candidato a renovar en esa provincia como candidato a vicegobernador, logró reponerse y mantener la fuerza para intentar alguna aventura personal en el orden nacional – puede anotarse los triunfos del peronismo en la gobernación, a la que aportó al vicegobernador Miguel Acevedo.

La oposición se da cuenta ahora que el festejo de la sentencia de la Corte que sacó de la cancha a Manzur, y postergó las elecciones, les jugó en contra. Entre la fecha original y la del domingo pasado, no pudieron reponer los fondos necesarios para la campaña.

Juntos por el Cambio de esa provincia había llegado a la primera fecha con el presupuesto de gastos ya agotado. En el tiempo que siguió le fue imposible dar vuelta su suerte.

Tampoco los ayudó mucho que Alfaro fuera candidato a vice y su mujer a intendente de San Miguel, un expediente que en la oposición se ha visto en pocas ocasiones, aunque sí en escenarios principales: en la CABA Mauricio Macri impuso con el dedo al primo Jorge como candidato a jefe de gobierno. Ese expediente nepotista, de cual Alfaro-Ávila han abusado antes haciendo reemplazos mutuos en bancas, terminó jugándoles en contra.

Mendoza, laboratorio de la polarización

En Mendoza también hay ajustes de cuentas. Alfredo Cornejo, que se tensa entre el bullrichismo y el larretismo, tiene un desafiante que polarizará con él.

El disidente PRO, Omar De Marchi, salió segundo en las PASO a gobernador por 5 puntos (25,9% a 20,8%). Tercero salió el radical Luis Petri con 16%. La suma con Cornejo tranquiliza al oficialismo provincial porque implica que renueva los porcentajes históricos de esa fuerza.

El misterio es cuánto de anti-cornejismo hay en el voto a Petri, y cuánto de ese voto irá para De Marchi en las generales. Este conservador ha armado una coalición que incluye al partido de Javier Milei y al de Elisa Carrió.

Si hay polarización Cornejo-De Marchi, será una aspiradora de votos para el peronismo, que salió cuarto y pasa por uno de los peores momentos de su historia. Un laboratorio provincial para las elecciones nacionales.

El principal objetivo del peronismo es aniquilar a Cambiemos, la fuerza que hace diez años retiene, y creciendo, el 42% de los votos, y domina en los grandes distritos de la Argentina. Ponerle votos a De Marchi en Mendoza para herirlo a Cornejo, o a Lousteau en las PASO porteñas con Jorge Macri, será artillería pesada.

Ya ocurrió en 2015, cuando todo el peronismo nacional apoyó a Lousteau en el ballotage por la jefatura de gobierno contra Larreta. Si perdía Horacio en julio de aquel año no hubiera habido Macri presidente en noviembre. Lousteau perdió por pocos puntos. No había entonces Cambiemos en la CABA y el susto que le produjo al PRO forzó la creación de la marca en 2019.

La unidad no peligra

En la oposición las broncas que transmite Mauricio Macri en privado tampoco ayudan al conjunto. No ha contado que habló con Miguel Pichetto, en el encuentro más importante de la semana. “- Déjennos solos”, pidió a dos entornistas que los acompañaban.

Guardan silencio sobre la rispidez del encuentro, pero nadie niega que el expresidente pudo reprocharle a su ex vice la cercanía de Horacio Rodríguez Larreta, que ya motivó una rabieta de Patricia Bullrich cuando lo vio en un acto de policías de la ciudad con Horacio. Y no por él, sino porque el jefe porteño tiene su destino atado a los radicales.

“No podés estar tan cerca de los radicales”, se escuchó en las oficinas del expresidente. “Tampoco me gustó tu foto con Horacio. Ni me pareció oportuno hablar de Schiaretti en el medio del proceso político electoral de Córdoba”.

Pichetto cree, en respuesta, que tampoco puede ser que Macri se ponga enfrente del hombre de quien ha sido socio político durante más de 18 años. No deja de recordar que Macri recibió antes que nadie a Martín Llaryora, candidato a gobernador del schiarettismo.

La inquina entre Macri y Larreta no amenaza con dividir al PRO ni a Cambiemos. Al menos en términos operativos de consecuencia electoral. Como fue la división que Massa precipitó en el peronismo con el Frente Renovador, que se llevó un pedazo de la representación y le hizo perder al Frente de Todos varias elecciones entre 2009 y 2019.

El hombre de diálogo que no dialoga

En el récord de los desaires Pichetto también puede sentirse víctima de este aislamiento de Macri, que no ha mostrado ningún interés ni ha dado ningún apoyo a la precandidatura de su ex vice.

Alienta sin reprimirse a Patricia Bullrich y jugueteó con la posibilidad de que hasta María Eugenia Vidal compitiese por el cargo. Si Pichetto le reprocha ese desinterés no tiene respuesta.

El rionegrino repite en público, y seguramente se lo dijo en privado a Macri, que debe ponerse por encima de las candidaturas de todos y no apoyar a ninguno. Ser líder es contener a la propia contradicción y también arbitrar esas contradicciones. “- Soy hombre de diálogo, Miguel”. “- Pero no dialogás”.

Otra: “ordená el conflicto de tus sucesores”. Pichetto cree, además, que Macri no debe intentar conducir a Cambiemos si resignó competir por la presidencia. El que se fue, se fue, repite.

Cambios de piel

El tiempo que resta hasta el 24 de junio, cierre de candidaturas, será un maratón de traiciones, cambios de piel y transacciones. Esperable por lo que se juega.

El oficialismo juega a perdedor y dibuja el escenario de una oposición al gobierno que espera que gane. Juntos por el Cambio está en todas las pantallas como quien ya ganó.

En las dos veredas se despedazan para ocupar los balcones principales del nuevo cuatrienio. La crónica de los cambios de piel transcurre en la clandestinidad de pactos y traiciones. La superficie se anima con el torneo verbal que entretiene a un electorado que seguramente ya ha decidió a quién votará.

Ese torneo se agota en las palabras proferidas, sólo exhiben temperamentos heridos o victimizaciones que buscan protección. Cristina de Kirchner llegó a extremos de ironía no querida cuando llamó desde Santa Cruz a “recuperar el concepto de representación política”.

​Ocurría a la misma hora cuando su hijo, el infante Máximo, que sólo hace lo que ella le indica, buscaba limitar cualquier debate interno a la intervención del dedazo.

Exageraciones del branding

El reclamo de unas primarias, que hizo Daniel Scioli, y el que se le atribuye a Alberto Fernández, protagonista mudo de este cierre de listas, es un intento de llevar al peronismo a discutir desde la base las nominaciones a cargos. ¿Ejercer el dedo es replantear el concepto de representación política?

Cristina se maneja con un diccionario paralelo y bizarro que explica los hechos desde una visión extravagante de la realidad que le toca vivir. ¿Cómo puede decir que el atentado de los copitos – abominable desde donde se lo mire como todo hecho de violencia – implicó una ruptura del pacto democrático? ¿Tenía ella algún pacto con ese gremio callejero y marginal uno de cuyos actores la apuntó con una pistola que nunca disparó?

Extravagancias parrillitas – para mencionar el presunto origen de esas astracanadas verbales – como creer que cambiar la marcha del frente partidario del peronismo, como si el público atendiera con mimo al branding de los políticos.

Creer que el público va a modificar el voto porque cambie la marca es una inocentada de abogado y una exagerada confianza en los efectos del branding. Los profesionales del derecho tienden a creer que si se cambian las leyes cambian la realidad. Esa mirada nominalista es contradicha por los hechos. Las leyes tienden a ser la expresión cambios en la realidad.

Ignacio Zuleta

CLARÍN

opinión politica elecciones 2023 Cristina Fernández de Kirchner

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