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Opinión

Si yo fuera gobernador y Rojitas, mi amigo…

Editorial (Ensayo)

Me resulta extraño, muy extraño, todo. Desde aquel día cuando nombraron Ministro de Desarrollo Social a Rojitas, que era un amigo. Ante la muerte violenta de un amigo, se reacciona de una sola manera, y mucho más cuando la misma, fue brutal, injusta, artera. Estoy seguro que, si fuera gobernador, hubiese actuado totalmente distinto, por eso me parece todo más raro. Un poco menos de doscientos días, entre el 23 de mayo y el 4 de diciembre del fatídico año 2022. Las cosas extrañas nunca cesaron de perturbar mis pensamientos. Pero no lo soy, ni lo seré jamás y si lo fuera, no se estaría pensando en una reelección, estaría muy deprimido y sin ganas de seguir, sólo querría volver a casa. Tampoco Juan Carlos era mi amigo, ni lo será jamás. Está muerto.

Pienso, no sé, tal vez me equivoque, soy humano y me puedo equivocar. Pienso que si fuera gobernador hubiera hecho todo de otra manera. Hubiera hablado más de la memoria de mi compañero, del ministro, del amigo de tantos años al que quise incorporar para que formara parte de los equipos de gobierno, por su impecable trayectoria. Había reservado para él, esa porción tan delicada de la gestión, que tiene que ver no sólo con los que menos tienen, sino también con los que más necesitan.

Si yo fuera gobernador y asesinaran a uno de los míos, haría cualquier cosa que fuera posible hasta llegar a la verdad. Movería cielo y tierra, pero antes hubiera llorado amargamente su muerte injusta y seguro, me hubiera dejado ver llorando en público, me hubiera quebrado, porque mi colaborador era amigo, además era amigo de mi amigo y por eso lo había llamado a formar parte del equipo en un área tan sensible como desarrollo social, pero no sé, las cosas no funcionaron, y no sólo eso, terminaron de la peor manera y si fuera el gobernador solo tendría una obsesión: buscar la justicia incansablemente hasta hallarla. Volviendo a mi realidad, soy un simple narrador que sigue tejiendo una historia que no fue.

Si yo fuera gobernador, ante la tragedia que supone un crimen, hubiera recordado públicamente un momento especial, para él y para mí, de su vida y por qué no de la mía, cuando aquel 23 de mayo de 2022, lo emotivo que hubiese sido recordar el día que le tomé el juramento de rigor, al asumir quizás, lo que sería el cargo más importante de su vida y el último. Si me hubiera tocado estar en su lugar, seguro hubiera recordado ese momento. También, si fuera el gobernador, en su sepelio, el definitivo, porque fueron dos pasos, uno fallido y otro, definitivo, hubiera recordado textualmente las emotivas palabras de Rojitas, dichas delante de sus compañeros del gremio, amigos entrañables de toda la vida, instantes después del juramento “es un gran desafío, vamos a trabajar tomando como experiencia todo el recorrido en mi tránsito por la vida gremial, tratando de estar a la altura de la circunstancia y responder la confianza depositada por el señor gobernador en mi persona”. Respetable.

Dicho esto, y al ser consciente de mis limitaciones, si yo fuera gobernador, ante el crimen de un colaborador de estos quilates, hubiera presentado pruebas en forma espontánea; hubiera abierto las puertas del ministerio, hubiera entregado todos los celulares corporativos para que la Justicia pudiera investigar y lo hubiera hecho en forma inmediata. Era mi amigo y reitero, hubiera movido cielo y tierra para que se supiera la verdad y se hiciera justicia. Pero no lo hice, porque –reitero- rompí el correlato de la confianza, falle en el encuentro vida y sigo fallando en el encuentro muerte. La reelección no puede ser una opción válida, porque si yo fuera gobernador, admitiría haber fallado.

Pienso, pero me puedo equivocar, si fuera el gobernador, no dejaría de hablar del atroz crimen, nunca hubiera hecho tanto silencio, trataría de consolar a los familiares, a los hijos, a sus afectos, al fin y al cabo, estoy hablando como si él hubiera sido mi amigo y colaborador, y yo, que no soy nada, un simple narrador con ciertos valores, estuviera hablando o escribiendo de un crimen esclarecido y sin que me temblara el pulso, me hubiera enfrentado a los periodistas y a la opinión pública, diciendo la verdad de los hechos.

Por esa razón resulta incomprensible el olvido, el silencio aterrador y el deseo irrefrenable de ir por más, cuando la memoria de Rojitas no descansa en paz. Muy raro. Si yo fuera el gobernador, seguro no tendría ánimo para seguir, estaría muy triste y no pensaría en otra cosa que en buscar la justicia para mi amigo.

Y más aún, si yo fuera el gobernador, al inaugurar el período de sesiones ordinarias de la Legislatura provincial, un lugar donde Rojitas ejerció su función con dignidad y forma responsable, no me hubiese quedado solo en un pensamiento hacia su figura, hubiese rendido homenaje al amigo, hubiese pedido un minuto de silencio por el colaborador y como estadista, hubiese recordado la memoria del ministro asesinado, clamando por la Justicia que no llega y la impunidad que duele. Nada de eso ocurrió, aunque yo hubiese actuado distinto.

Yo no hice nada de todo esto, no soy gobernador, no soy estadista, ni fui amigo del ministro asesinado, ni lo seré jamás solo estoy escribiendo un réquiem sin música sacra, con un silencio atronador, en el fondo estoy pidiendo un descanso en paz para un hombre respetable, aunque para eso falta mucho. Un escrito lleno de expresiones inexistentes, de suposiciones, de deseos y también de juicios de valor, porque las circunstancia lo permiten, acerca de lo que hubiera hecho yo, de haber sido el gobernador de Catamarca y Juan Carlos Rojas, mi amigo.

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