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Opinión

De la gloria política al leprosario ¡Pobre Ramón!

Editorial

La hipocresía en el mundo de la política no tiene parangones. En ningún otro sector de la vida social se es tan ruin como en el mundo político. Los traidores desfilan cada día y confiar en un político es tan difícil como barrer una escalera hacia arriba o como trasladarse en un auto sin ruedas, solo por poner dos burdos ejemplos de cómo funciona la casta.

Desde semanas atrás, se sabía en el círculo rojo que el estado de salud de Ramón Eduardo Saadi había empeorado, a tal punto que en el día de su cumpleaños número 74, un grupo de amigos pidió una misa en la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle. En la liturgia no estuvieron presentes ni Lucía Corpacci Saadi ni Raúl Jalil, ni muchos de los que días después se rasgaban las vestiduras en el cementerio y en las redes sociales recordando la memoria de Ramón.

Finalmente, partió de este mundo y dividió las aguas de inmediato, pues de un lado y otro, aparecieron sus antiguos detractores y también sus fieles seguidores, y una nueva categoría, los traidores arrepentidos, que en vida lo ningunearon y muerto, lo alabaron, allí ubicamos al actual gobernador y a la ex gobernadora, su prima hermana. Todo muy raro, porque las muestras de pesar y reconocimiento a la trayectoria política, no fueron muestras de reconocimiento mientras estuvo vivo.

El mundo enteró condenó a Ramón Saadi como responsable político de un crimen que hizo tambalear la estructura política de Catamarca, como fue el asesinato de María Soledad Morales (8/09/90), que concluyó con su destitución como Gobernador, a raíz de la intervención federal y posterior ninguneo hasta el día de la misa, donde muchos se acordaron que el enfermo terminal, además había sido un importante líder político del justicialismo catamarqueño. Algo parecido le tocaría vivir, años después (2004), al por entonces jefe del gobierno porteño Aníbal Ibarra, que fue declarado responsable político de la tragedia del boliche República de Cromagnon (30/12/04,194 muertos y más de 1400 heridos) y destituido por la Legislatura porteña.

Ambos, en distinto tiempo, y a pesar de sus ingentes esfuerzos por permanecer en la política, terminaron engrosando el leprosario de los políticos caídos en desgracia. Es oportuno señalar que antiguamente, los leprosarios eran sitios donde todos los enfermos de lepra eran reunidos con el fin de controlarlos y aislarlos para evitar la propagación de la enfermedad. En ese orden, la prioridad, no era tratarlos o darles seguimiento médico, sino sencillamente mantenerlos alejados de todo. Eso hicieron con Ramón.

La casta política expulsa a aquellos miembros que, por las trágicas circunstancias que en suerte les toca vivir desde la función asignada en las urnas, ponen en vilo su propio liderazgo, transformándose por imperio de las circunstancias en lideres negativos. Esa providencia es letal para el conjunto, porque sitúa a todos los miembros en peligro de identidad y la condición que algunos ostentan, y otros detentan, se ven jaqueadas por uno al que le fue mal. Es necesario actuar y expulsar a todo aquel que ponga en riesgo la existencia de la casta. Así actúan, y lo hacen “sine die”, sin plazo, sin fecha, para siempre. No hay retorno. Y eso es precisamente algo que a Ramón Saadi y a Aníbal Ibarra les costó entender. Dejaron de pertenecer… de ahí el paralelismo con los leprosos y los leprosarios, y ambos tardaron mucho tiempo en darse cuenta.

Es algo así lo que ocurre en el juego del ajedrez, cuando se sacrifica un peón o un alfil para obtener un jaque mate. Los trebejos forman parte de un conjunto sistémico y a veces es necesario sacrificar alguno para salvar al resto u obtener el triunfo. Al pobre de Ramón, los políticos catamarqueños, y en especial sus parientes del clan Saadi y gran parte del justicialismo lo ubicaron en la categoría de "trebejo descartable" o “leproso político” en el paralelismo elegido y lo enviaron sin atenuantes al también denominado leprocomnio o lazareto, claro, hasta el día de su muerte, que volvieron a ensalzarlo. Cuando se termina el juego, los trebejos van todos a la caja de madera.

Para ello, basta recordar la frialdad –muchas veces disimulada, con que Lucía Corpacci trataba a su primo Ramón Eduardo, tanto que, en todas sus campañas proselitistas, nunca utilizó el apellido Saadi, que figura en su partida de nacimiento y en su pertenecía solapada al clan Saadi, al fin y al cabo, fue ella misma, la que de algún modo reivindicó el apellido, pero nunca a Ramón, al que consideraba un muerto político.

No obstante, merece un párrafo aparte, la circunstancia por la que no pudo asumir su segundo mandato como Senador Nacional electo. Y precisamente el crimen de María Soledad nada tuvo que ver sino una causa penal que tenía en su contra en la Justicia Federal porteña por un faltante de 10 millones de dólares, cifra calculada por los peritos de la Justicia Federal, en la irregular adjudicación a Noruzzi S.A., cuando el gobierno de Saadi había decretado el estado de "emergencia cloacal" y anunciado la construcción de una red de desagües y una planta depuradora de efluentes que jamás se hizo y que en su momento fue calificada como “La obra del siglo”.

Decíamos que los repentinos memoriosos, que en vida se encargaron de transformar a Ramón en un leproso y en lo posible mantenerlo en el leprosario, siempre aislado de las apetencias políticas de los traidores, en un recordado acto de un 17 de octubre, sobre la Avenida Güemes, al intentar subir al palco para decir unas palabras, fue literalmente echado del lugar, no pudiendo ser parte de la lista de oradores.

La lepra era así, se pensaba que era contagiosa y ninguno con esa enfermedad podía participar normalmente en la vida civil. Es decir que el hijo dilecto de Vicente Leónidas Saadi, el heredero de imperio político más importante de Catamarca, donde ni los propios familiares del clan lo trataban como tal, lo mismo que los compañeros peronistas y muchos de sus adversarios.. ¡Pobre Ramón!, había caído en desgracia, y todo el arco político que los despidió en el Cementerio Municipal, en vida lo habían ninguneado de todas las formas posibles.

En 2011, el actual gobernador Raúl Jalil, siendo diputado provincial por la renovación, fustigó a Ramón con frases hirientes, recordándole que no era quien, para enfrentar al Frente Cívico y Social, y dándole a entender, además, que no tenía ni arte ni parte en la campaña de Lucía para el primer mandato 2011/2015.

Literalmente lo mandó a hacer campaña para ganar las elecciones del 2011, dicho de otro modo, lo hizo callar y lo trató de “pianta votos”. El mismo Jalil que al conocer su fallecimiento, se llenó la boca de elogios hacia Ramón, firmó el decreto del duelo por tres días, dispuso un Funeral de Estado y puso la bandera de Catamarca a media asta. Fue el colmo de la traición, el último acto de la "hermandad" política: homenajear al muerto, al que habían matado en vida, Lucía y Raúl.

Ramón Eduardo Saadi, ¡Que en Paz Descanse!

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