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Opinión

Columna destacada: café descafeinado

Mientras la diabólica guerra sigue su curso, mientras chicos que hasta hace dos semanas atrás iban al colegio como corresponde a la edad, y hoy corren para salvar sus vidas, aquí, en este vodevil, el presidente anuncia su intención de un segundo mandato. Es el mundo al revés; tal vez no haya quien le diga que la gente, la común, esa que trabaja y trata de llevar una vida lo más parecido a lo normal, no sabe cómo hacer para pagar sus gastos, o qué recortar de sus consumos ordinarios. La desnaturalización es el sustantivo que mejor se aproxima para describir ciertas características que nos aturden a diario. Tal vez, la desnaturalización, sea un rasgo de nuestros tiempos y no nos demos cuenta hasta dónde y por qué nos acompaña a diario. De hecho, encontramos productos desnaturalizados a los que nos acostumbramos tanto que son parte de nuestra vida regular. ¿Hay algo más absurdo que café descafeinado?, ¿o mayonesa sin huevo, o dulce de leche light, o leche sin lactosa? Las urgencias culturales y los hábitos alimenticios, o de otro orden, nos van imponiendo la familiaridad con lo desnaturalizado, con los productos al menos. Aunque no solo.

Pongo el ejemplo de los productos por la cercanía a nuestro día a día, pero solo vale como ejemplo de asuntos más graves.

Boccaccio en el siglo XIV escribió una obra magnífica: Decamerón. Es la narración de cuentos que, a lo largo de diez jornadas, diez jóvenes se brindan a su turno para distraerse de la plaga, de la pandemia, que asolaba Florencia por aquellos días. Son narraciones breves que comparten historias de mundanidad, al estilo de Las Mil y Una Noches; independiente cada historia de las otras. Al comenzar la cuarta jornada hay un cuento que, curiosamente, es una intervención del narrador por sí mismo, no por alguno de los personajes que desarrollan la historia. En ella se narra que un hombre al quedar viudo con un hijo pequeño, se aísla del mundo para vivir en la soledad de una cueva y llevar una espiritualidad ascética; en esa decisión incluye al pequeño de dos años. El niño crece con él. A los dieciocho años quiere acompañar a su padre en uno de los regulares viajes que éste hacía a Florencia en procura de lo necesario. El padre acepta previendo la debilidad de sus fuerzas y el entrenamiento en la disciplina del hijo. Y lo acompaña. La sorpresa es mayúscula al ver casas suntuosas, palacios, iglesias y demás espectáculos que ofrece la ciudad. Pero lo que más llama la atención del muchacho es un grupo de mujeres que saliendo de una boda iban con aire distraído y festivo. Le pregunta al padre qué eran y éste le pide que baje la cabeza porque se trata de cosas malas y feas. Ante la insistencia del hijo el padre le dice que se llaman gansas. El muchacho le dice que quiere llevarse una de esas gansas porque esas cosas feas le gustaban más que los bonitos ángeles que el padre le había pintado en la cueva en la que vivían. Termina el relato participándonos el pensamiento del padre al decirnos: “Y sintió que la naturaleza tenía más fuerza que su ingenio”. La naturaleza es potente y pretender torcerla es un esfuerzo en vano. Aunque el gobierno lo intenta y a veces parece logarlo.

De todas las formas de gobierno, hasta ahora, la democracia ha resultado la más respetuosa de la condición humana. Es la que mejor revela el espíritu evangélico al situar en la libertad de cada hombre, en su responsabilidad, la capacidad de hacerse cargo de su destino, de la construcción de su vida. Las democracias liberales posibilitan que cada hombre dé vuelo a su creatividad y desenvuelva sus capacidades innovadoras. El parlamento es el lugar que mejor expresa la diversidad de opiniones que la sociedad expresa a través de sus representantes, de los grupos que, divergentemente, son expresiones de la variedad de ideas que incuba y conviven en cualquier sociedad libre.

En nuestro país hoy existen dos grandes bloques: oficialismo y oposición; hay fuerzas menores, pero la gran mayoría de la oposición, los que no son parte del ejecutivo, pertenecen a Juntos por el Cambio. Son las dos grandes alianzas que representan y nuclean a la mayoría de los votantes.

El jueves se votó en Diputados el acuerdo con el FMI. No es la cuestión acerca de lo bueno o malo del acuerdo. Era necesario avanzar en un acuerdo para continuar existiendo como país. Quien ve desde afuera, sin conocer más que las pertenencias de cada diputado a cada grupo político, cómo se compuso el conjunto de los que votaron a favor, se abstuvieron o votaron en contra, no entendería nada. Bueno, habría que comenzar reconstruyendo el absurdo de quién eligió al presidente como candidato (por un twit), en el partido en el que nació la idea de elegir a los candidatos por las primarias obligatorias. Hablando de desnaturalizaciones, el que hasta hace un par de meses era presidente del bloque oficialista, votó en contra del partido que presentó el proyecto: el oficialista; también recordarle, al que no sabiendo quiere preguntar, que la madre de ese diputado es la jefa del partido de gobierno, la misma que mandó el twit y que es compañera de fórmula, es decir, forma parte con responsabilidad inmediata en el gobierno.

Y si con desnaturalizaciones continuamos, cómo entendería ese marciano que se empeña en comprender la realidad argentina, que el ejecutivo, a través del ministro, que es su jefe, no pudo remover a un funcionario de menor rango y de dependencia directa, porque la vicepresidente, que es la jefa del presidente y madre del diputado que dirigía el bloque, pero que ahora se pasó a la oposición, que en realidad, no es la oposición porque la oposición es el diablo, no lo permitió. Y que los diputados ultraliberales votaron junto con la izquierda que todavía cree en el éxito de Mao, o pretende replicar las virtudes de la revolución cubana.

¿Hay algo más absurdo, y contranatural, que el diputado Kirchner –que no terminó la carrera de periodista deportivo- tenga en vilo a todo un país, expectante de qué hará: si votará, si se abstendrá, si su hijo le permitirá asistir a la sesión? Hasta creo que hoy, si no fuera hijo de quien lo es, sería empleado de un Blockbuster, es decir: estaría desocupado porque desapareció el VDH.

No es todo. El presidente es identificado con el nombre de “ocupa”, “mequetrefe” (la mayoría de los jóvenes no deben haberla escuchado nunca esa palabra. También hubiera podido llamarlo: chisgarabis, zascandil, aunque esas ‘nomenclaturas’, ya no la conocemos ni los viejos, pero son sinónimos) por una diputada sin que se le moviera un pelo. Esa diputada expresa el pensamiento de la vicepresidenta que, en palabras de la (ex) diputada, es la verdadera dueña de los votos.

Cómo se entiende que un influencer sea más eficiente que el ministro del área para combatir un incendio que devoró el diez por ciento de una provincia. O la presidenta del INADI explote a una mujer que realiza tareas de limpieza en su casa, generalmente con menos recursos para hacer valer sus derechos; inmigrante, además.

Volviendo a la jefa, la que manda en la realidad, aunque no en los papeles, la que siente pena porque tiran piedras en su despacho en el Congreso, pero nada dijo en diciembre de 2017 cuando volcaron cuatro camiones de piedras en el mismo lugar, volviendo a ella, la que siente a los pobres como a sus hijos, la que dice querernos mucho, la que cobra más de tres millones de pesos por mes y un jubilado corriente cobra el uno por ciento de esa cifra.

El presidente tiene atrofiado el valor de su palabra; lo lógico es esperar que la palabra de un presidente sea mesurada, equilibrada, prudente, deliberada, sensata, pero no, no es el caso. Puede sostener una idea por la mañana y la contraria, la que no puede conciliarse con la anterior nunca, porque son mutuamente excluyentes, por la tarde, o en la misma frase, da igual. El mismo que en el discurso del 1° de marzo le contestó a Cornejo: “Alfredo, yo no miento, sabés que nunca miento”. Ese es el hipócrita que hizo la fiestita en Olivos, mientras exigía la reclusión a gente con hijos que viven en dos ambientes (sé de casos con consecuencias graves). Que tenía visita del entrenador de Dylan, hoy devenido funcionario.

Son tantos los casos de tergiversación, de desnaturalización de los valores, que podríamos continuar muchas páginas refiriéndolos.

Boccaccio era admirador de Dante, que había muerto cuarenta años antes de que escribiera Decamerón, y ferviente admirador de Ovidio, el poeta latino del primer siglo. Tenía con este último un rasgo común en sus textos: el de la picaresca, antes de constituirse –la picaresca- en un subgénero de la literatura. Quien desee pasar un momento agradable de lectura, dinámico y enriquecedor, debería leer Decamerón. Pero Boccaccio es perfectible, se equivocó al juzgar la fuerza vencedora de la naturaleza sobre el ingenio; en aquella época no se había inventado el político argentino, con un ingenio invencible que tuerce la fuerza de la naturaleza. No vio venir al kirchnerismo.

 

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

 

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