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Cultura

Traverso deslumbra con su literatura

Este cronista chacarero llegó al hostel La Casita, en Villa Parque Chacabuco, apenas pasadas las cuatro de la tarde de ayer, a lo que, según anunciaba la editorial Maíz Rojo, era la presentación de un libro.

Pero más bien parecía un cumpleaños, o el festejo de una primera comunión, o algún tipo de ceremonia inexistente en medio de esas dos celebraciones usuales en este valle.

Un cumpleaños porque había bebidas en vasos y copas, musiquita linda, personas sonrientes y abrazos en repetición. Y una comunión porque todas las frases que me cruzaba mientras iba saludando a los presentes (en ese momento, unos casi treinta), eran de una amabilidad sacra; las personas o se conocían o se estaban conociendo, pero todas sonreían, y eso: parecían celebrar algo.

Pero era la presentación de un libro.

Y entonces sí, unos cuarenta minutos después llegar a ese patiecillo coqueto en el que la Naturaleza primaba, vi cómo tres o cuatro de quienes parecían organizadores (o amigos de los organizadores) movían sillas, almohadones, telas y banquitos alrededor de una mesita, ornada con una pequeña suculenta y una figurilla de unos veinte centímetros del mítico personaje animado Larguirucho, ése, sí, el de “hablá más fuerte…”; y detrás de la mesita con Larguirucho, en un banco de plaza antigua (amable, de madera), el autor del libro, Enrique Traverso; y a su lado otro escritor, tucumano según supe: Federico Soler, quien a la postre resultó ser el presentador de la cosa.

Soler leyó “Traversuras”, un texto suyo que había preparado para la ocasión y que fue repartido, impreso y abrochado, entre quienes formábamos la ronda en rededor de los escritores.

En siete páginas (numeradas al pie), Soler desplegó su visión sobre los Cuentos reunidos, el libro, y que junta más de setenta textos de Traverso. Pero el tucumano, en vez de narrar por arriba como narro yo, se metió dentro de los pilares que sostienen la cuentística de Traverso y la diseccionó al frente nuestro, no sé si como un carnicero prolijo o como un psicólogo lacaniano, hábil para la escucha y la respuesta.

Soler hizo de quienes estábamos en ronda ante sus palabras unos oyentes hipnotizados, que más que escuchar latíamos, despacito y en compás, paladeando el contenido del libro, que pareciera ser mucho más gigante que las trescientas cincuentaitrés páginas que ostenta el volumen, gordito.

Luego, Traverso fue amable con él y con su editor, Juan Uriarte, y luego con todos nosotros, sus viejos y (como yo) nuevos lectores, y procedió a lo que, luego de la filosísima prosa soleriana, comenzaba a meterse en el terreno místico/poético: a poquito de comenzar a hablar, hizo un largo silencio y dijo “no sé cuánto más decir porque no tengo mucho tiempo, pero si quieren les leo un cuento…”, y procedió.

Nos leyó “Comadre”, Traverso.

Y si ustedes pudieran leerlo ahora y sentir lo que sentimos quienes lo escuchábamos (y casi todos también leyéndolo, pues los libros estaban en las manos de cada uno de los que allí teníamos nuestras manos), se darían cuenta que ni cumpleaños ni comunión ni presentación ni lectura le llegan a lo que sucedió.

Con voz lenta y sabia en el recorrido de las frases propias, Traverso volvió a hacer lo que viene haciendo hace años: leerle a las personas, y nos deslumbró.

Luego, como dijo, se marchó, pues debía llegar a Buenos Aires hoy, para representar a Catamarca en la Feria del Libro.

Yo, lento como llegué, partí luego de los últimos abrazos, y me entregué, una vez en mi hogar, a la lectura inacabable de los cuentos.

Y recién hoy, con la espuma baja de los momentos de ayer, logré escribir esto.

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