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Cultura

Olvidada Heroína Catamarcana

Por Rodolfo Lobo Molas

Doña Delicia Aguilar de Martinez
Doña Delicia Aguilar de Martinez

Perdida en la nebulosa de una ingrata como olvidadiza historia, vive el extraviado recuerdo de una mujer humilde, cuyo nombre no lleva ninguna calle ni ninguna plaza. No se sabe si hay hoy descendientes, y si los hubiera casi con certeza que tampoco saben quién fuera en vida.

La historia de doña Delicia Aguilar de Martínez salió a la luz allá por 1932, cuando la heroína chacarera contaba casi con un centenar de años, y vivía olvidada ya en ese entonces por sus comprovincianos en los suburbios de San Isidro, en Valle Viejo.

La guerra del Paraguay, que como toda guerra trajo desolación y dolor en el pueblo que es el que realmente combate, fue testigo de su presencia.

El gobernador Víctor Maubecín reunió y adiestró personalmente un batallón de 350 hombres reclutados entre la gente pobre, los menesterosos y los presidiarios. Con ellos, luego de tres meses de aprendizaje de las artes militares, partió el 6 de noviembre de 1865 rumbo al Rosario de Santa Fe, a donde llegó a finales de año. A comienzos de 1866, el batallón se embarcó rumbo a la guerra.

Al salir de Catamarca integraba el cuerpo un soldado llamado Carlos Martínez. Con él marchaba su inseparable compañera y esposa, Delicia Aguilar, que no queriendo abandonar al hombre de sus sueños, decidió seguirlo hasta la muerte si era necesario.

Y hacia allá fue. En el fragor de la batalla fue bálsamo de amor para los sufridos comprovincianos que entregaban su valor y hasta su vida anónima en una guerra tan absurda como fratricida. Pero ellos poco sabían de esas cosas, su nivel cultural y social no les permitía conocer los vericuetos de los intereses políticos y económicos. Y muchos fueron llevados por la fuerza.

En los interminables cinco años que duró la presencia catamarqueña en la contienda bélica, doña Delicia –joven aún- curaba heridos, se encargaba de los alimentos, daba una palabra de consuelo a los moribundos y rezaba sin cesar por los que habían entregado la vida en el campo de batalla.

A Catamarca volvieron menos de la mitad de cuántos habían partido. La alta sociedad catamarqueña los recibió tal vez con admiración, pero sin luto, pues de entre sus aristocráticos miembros nadie había partido a mostrar su valentía o el amor a una causa. El dolor de los ausentes estaba en las clases más humildes, que como siempre son las que entregan la mayor cuota de sacrificio en todos los momentos decisivos de la vida nacional.

Entre los que regresaron estaba Carlos Martínez, ahora convertido en Sargento. Pero muy pocos años después, la muerte que no pudo alcanzarlo en el campo de batalla, dio cuenta de él dejando a su joven compañera viuda y pobre.

En aquellos años de 1932 doña Delicia vivía con una hija también ya anciana y sola en los suburbios de San Isidro. Desde allí, los sábados a la mañana –como era tradición entonces- marchaba a pie hasta la Catedral de Catamarca para oír la Misa de los Sábados de la Virgen del Valle envuelta en sus ropas con los colores del manto de la Madre Morena: siempre de celeste y blanco.

La pobreza era ya una arraigada costumbre en el miserable rancho donde vivían las ancianas. La desmemoria colectiva una vez más había hecho presa de alguien que habiendo dado todo nunca recibió nada.

Durante casi medio siglo pidió ayuda a los gobiernos que hicieron sordos oídos y distraídas vistas. Los recursos para ayudar a los que necesitan suelen no aparecer cuando hace falta, mientras en los salones las fiestas oficiales eran para las clases más acomodadas y en cuanto a los gastos siempre encontraban medios para solventarse.

Un artículo publicado en La Razón, en Buenos Aires, el 13 de Junio de 1932 por el descubridor de la anciana, Ramón Mercau Orozco, significó que El Centro de Guerreros del Paraguay enviase una donación monetaria que muy bien vino a ayudar a la noble longeva dama. Este gesto movilizó a las Damas Patricias a conseguir una importante cantidad de dinero, ropas y víveres que les fueron entregados a las solitarias mujeres, en un acto público y ostentoso, donde la caridad no podía prescindir de la arrogancia con que suelen hacerse algunas obras pías.

Lo cierto es que, si bien en el orden material se ayudó temporalmente a la heroína chacarera, el recuerdo moral que debió hacerse en honor a quien tanto hizo desinteresadamente por aquellos soldados, nunca –que se sepa- tuvo lugar.

Ojalá que algún día, alguien pudiera no solamente recordarla, sino también homenajearla públicamente, perpetuando su nombre en el bronce de los elegidos y quizás algún descendiente recordara y se enorgulleciera de llevar la misma sangre de esta valerosa y humilde dama catamarqueña.

Investigación y textos: Rodolfo Lobo Molas

Foto: de época, autor desconocido.

Historia olvidada Guerra del Paraguay San isidro Catamarca

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