Se dice, y con razón, que el pincel es la extensión de la mano del artista pintor; entonces, para ser justos, admitamos que la cámara es la extensión de la mano del artista fotógrafo. Ambos unidos por la materia prima: la luz.
En nuestra imagen de hoy, el artista supo captar una escena francamente irrepetible. Una figura mitológica desafía nuestro sentidos y en mí caso veo un grueso cuello que se abre en una cabeza ¿de alce? O tal vez otro ser de hocico largo, barbas ralas y un ojo ahusado, cuya pupila blanca contrasta con todo lo conocido: sea que se trate de hombre o animal, tenemos pupila negra, y, como si esto fuese poco, son redondas o elípticas como los felinos o reptiles, que hacen su vida de noche... Pero ésta es blanca, redonda y ubicada en el centro mismo del ojo.
Gruesas cornamentas se dividen en dos desde la cúpula del extraño cráneo, pero algo más me inquieta: en el caso de los cérvidos, se sabe que sus cuernos tienen gran cantidad de ramificaciones, pero en nuestro ejemplo, cada rama emerge directamente del hueso craneal y se divide luego. Se trata entonces, del huemul, que habitan en toda la cordillera y que para los pueblos andinos del norte, es la TARUCA, que en quechua quiere decir: ciervo.
Las leyendas ancestrales aseguran que hay un dios, llamado Llastay quien se ocupa de cuidar a la fauna en estado silvestre. Del mismo modo que existe otro, llamado Ollantay, dios de la flora silvestre.
¿Habrá captado nuestro intuitivo artista, al misterioso dios LLASTAY?
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