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Cultura

“La clave de nuestra felicidad nace con el Señor Resucitado”

El domingo 5 de mayo, en horas de la mañana, el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, presidió la Misa Solemne celebrando 128° aniversario de la Coronación Pontificia de la Imagen de Nuestra Madre del Valle, que fue concelebrada por sacerdotes de clero catamarqueño, tanto de Capital y como del Interior de la diócesis.

La Misa central de la jornada contó con la participación de una gran cantidad de fieles devotos y peregrinos, que colmaron el Santuario Mariano.

Mons. Urbanc se dirigió a la asamblea comentando el tiempo especial que vive nuestra Iglesia particular. “Nos encontramos transitando el último año de preparación al Jubileo por los 400 años del hallazgo de la Imagen que nos recuerda a la Madre de Dios. Y lo hemos dedicado a profundizar en nuestra espiritualidad cristiana y mariana. Es decir, que todos necesitamos ahondar nuestra relación con el Espíritu Santo, nuestra docilidad a sus mociones y el conocimiento de sus múltiples formas de obrar en el interior de los creyentes”.

Tal como lo expresa en la carta pastoral de este año, el Obispo afirmó que “espiritualidad significa vivir según el Espíritu Santo; significa dejarnos modelar y llevar por el Espíritu Santo; significa discernir según la luz que nos da el Espíritu Santo; significa dejarnos santificar por la acción del Espíritu Santo, o sea, colaborar con la Gracia que otorga el Espíritu Santo para que nos asemejemos a Dios Padre, por medio de su Hijo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo”.

En otro tramo de su homilía, dijo que “la clave de nuestra felicidad y realización humana nace de nuestro trato con el Señor Resucitado”, quien “nos llama a una relación de amor”, y apuntó que “nuestro amor por el Señor es lo que nos impulsa a amar y a aceptar de buen grado la tarea de comunicar su amor a quienes servimos”.

A partir de una pregunta aseveró que “los Apóstoles y los primeros discípulos encontraban la fuerza, la alegría y la valentía del anuncio, a pesar de los obstáculos y los castigos, en Jesús Resucitado y en la acción del Espíritu Santo”. Y resaltó que “su fe se basaba en una experiencia tan fuerte y personal de Cristo muerto y resucitado, que no tenían miedo de nada ni de nadie, e incluso veían las persecuciones como un motivo de honor que les permitía seguir las huellas de Jesús y asemejarse a Él, dando testimonio con la vida”.

En este sentido, dijo que “cuando una persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en Él, experimenta su presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, y no puede dejar de comunicar esta experiencia. Y si esta persona encuentra incomprensiones o adversidades, se comporta como Jesús en su Pasión: responde con el amor y la fuerza de la verdad”.

Además, enfatizó que “la presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros”.

Por eso, “todos los cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a quienes encontramos, especialmente a quien sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, los refugiados, los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de la luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso”.

Antes de la bendición final, se realizó la oración de preparación del Jubileo por los 400 años de su presencia maternal en este valle, y se la honró con el canto.

 TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA

Queridos devotos y peregrinos:

Nos hemos congregado una vez más, por la misericordia de Dios, para celebrar los 128 años de la Coronación Pontificia de esta sagrada imagen de la Pura y Limpia Concepción, Nuestra amada Madre y Virgen del Valle. Bienvenidos hermanos a esta solemne Misa.

Nos encontramos transitando el último año de preparación al Jubileo por los 400 años del hallazgo de la Imagen que nos recuerda a la Madre de Dios. Y lo hemos dedicado a profundizar en nuestra espiritualidad cristiana y mariana. Es decir, que todos necesitamos ahondar nuestra relación con el Espíritu Santo, nuestra docilidad a sus mociones y el conocimiento de sus múltiples formas de obrar en el interior de los creyentes. De manera que la vida de cada bautizado sea más cristiforme, a ejemplo de la beata siempre Virgen María, perfecta esposa del Espíritu Santo.

Espiritualidad, como afirmo en la carta pastoral de este año, significa vivir según el Espíritu Santo; significa dejarnos modelar y llevar por el Espíritu Santo; significa discernir según la luz que nos da el Espíritu Santo; significa dejarnos santificar por la acción del Espíritu Santo, o sea, colaborar con la Gracia que otorga el Espíritu Santo para que nos asemejemos a Dios Padre, por medio de su Hijo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo.

Cuando tomamos los documentos de la Iglesia, en ellos siempre se destina un apartado a profundizar la espiritualidad, sea al inicio o al final, puesto que la vida cristiana consiste en estar animados por el Espíritu Santo, que es el motor de la Iglesia, el alma que todo vivifica y lleva a la plena madurez en Cristo (cf. Ef 4,13).

La liturgia de este tercer Domingo de Pascua nos invita a potenciar la alegría que debe suscitar en nuestros corazones el triunfo de Cristo sobre la muerte y el pecado. La alegría de haber recobrado la adopción filial, y de vernos renovados y rejuvenecidos en todo nuestro ser. La alegría que sintieron los apóstoles luego de haber sido azotados por testimoniar, con la ayuda del Espíritu Santo, la resurrección de Jesucristo (cf. Hch 5,41). Es una alegría que transforma nuestras vidas y nos llena de esperanza en el cumplimiento de las promesas de Dios. Por tanto, alabemos al Cordero que quita el pecado del mundo (cf. Ap 5,12-13). Cristo ha resucitado, ¡aleluya!

Hermanos, no estamos exentos de que, sutil y destructivamente, se nos vaya pegando un pensamiento y modo de obrar mundano e inmanentista, donde Dios y sus bienes son ignorados o vistos como perimidos u obsoletos. De allí que muchas voces nos quieran convencer de dejar de lado nuestra fe en Dios y su Iglesia, y elegir por nosotros mismos los valores y las creencias con que vivir. Nos dicen que no tenemos necesidad de Dios o de la Iglesia. Cuando nos sentimos tentados de darles crédito, hemos de recordar el episodio que nos narra el Evangelio de hoy, cuando los discípulos, todos ellos pescadores expertos, habiendo bregado toda la noche, no consiguieron ni un solo pescado. Mas Jesús, presentándose en la orilla, les dijo dónde echar las redes y la pesca fue tan grande que apenas podían con ella. Abandonados a sí mismos, sus esfuerzos resultaron inútiles; cuando Jesús se puso a su lado, lograron una pesca abundante. Queridos hijos, si ponemos nuestra confianza en el Señor y seguimos sus enseñanzas, obtendremos siempre grandes frutos, infinitamente superiores a nuestras conquistas humanas, a nuestras posesiones y a nuestra alta tecnología. No les quepa la menor duda que la clave de nuestra felicidad y realización humana nace de nuestro trato con el Señor Resucitado. Y Él nos llama a una relación de amor. Recordemos la pregunta que hizo tres veces a Pedro junto al lago: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn 21,15-17). Debido a la respuesta afirmativa de Pedro, Jesús le encomienda la tarea de apacentar su rebaño. Aquí vemos el fundamento de todo ministerio pastoral en la Iglesia. Nuestro amor por el Señor es lo que debe dirigir todos los aspectos de nuestra predicación y enseñanza, nuestra celebración de los sacramentos y nuestro servicio al Pueblo de Dios. Nuestro amor por el Señor es lo que nos impulsa a amar a quienes él ama, y a aceptar de buen grado la tarea de comunicar su amor a quienes servimos. Durante la Pasión de nuestro Señor, Pedro lo negó tres veces. Ahora, después de la resurrección, Jesús lo insta por tres veces a confesar su amor, ofreciendo así el perdón y la salvación, y confiándole al mismo tiempo la misión. La pesca milagrosa pone de manifiesto que los Apóstoles dependían de Dios para el éxito de sus proyectos en la tierra. El diálogo entre Pedro y Jesús subraya la necesidad de la misericordia divina para curar sus heridas espirituales, las heridas del pecado. En cada ámbito de nuestras vidas, necesitamos la ayuda de la gracia de Dios. Con él, podemos hacer todo; sin él nada, absolutamente nada, podemos conseguir (cf. Jn 15,5). Por eso, los invito a que, junto a los bienaventurados en el cielo, canten o digan sin cesar: “Al que se sienta en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Ap 5,13). Y como el salmista: “Mi corazón te salmodiará sin tregua; Señor, Dios mío, te alabaré por siempre” (Sal 30,13).

Que la fuerza irresistible de Jesucristo Resucitado nos dé la madurez para que, hasta en las circunstancias más difíciles y dolorosas, digamos con firme decisión como los apóstoles: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29).

Me pregunto: ¿dónde encontraban los Apóstoles y los primeros discípulos la fuerza, la alegría y la valentía del anuncio, a pesar de los obstáculos y los castigos, para dar este testimonio? Tengamos en cuenta que eran personas sencillas, no doctores de la Ley, ni pertenecían a la clase sacerdotal. ¿Cómo pudieron, con sus limitaciones y combatidos por las autoridades, llenar Jerusalén con su enseñanza? (cf. Hch 5,28). Está claro que sólo pueden explicar este hecho la presencia del Señor Resucitado con ellos y la acción del Espíritu Santo. El Señor que estaba con ellos y el Espíritu que les impulsaba a la predicación explican este hecho extraordinario. Su fe se basaba en una experiencia tan fuerte y personal de Cristo muerto y resucitado, que no tenían miedo de nada ni de nadie, e incluso veían las persecuciones como un motivo de honor que les permitía seguir las huellas de Jesús y asemejarse a Él, dando testimonio con la vida.

Esta historia de la primera comunidad cristiana nos dice algo muy importante, válida para la Iglesia de todos los tiempos, también para nosotros: cuando una persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en Él, experimenta su presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, y no puede dejar de comunicar esta experiencia. Y si esta persona encuentra incomprensiones o adversidades, se comporta como Jesús en su Pasión: responde con el amor y la fuerza de la verdad.

En la vida muchas veces tendremos la sensación de vivir como en un sueño, y que la realidad es otra, que Dios está ausente, que estamos solos; que si las cosas no las hago yo, no las hace nadie, que todo depende de uno. Sin embargo, la cuestión no es así. Siempre habrá alguien, como Juan, el apóstol, que nos dirá: El Señor Resucitado está allí, en la orilla (Jn 21,7a). Ojalá que siempre reaccionemos como Pedro inmediatamente se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús (Jn 21,7b).

En la exclamación: «¡Es el Señor!», está todo el entusiasmo de la fe pascual, llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al desaliento, al sentido de impotencia que se había acumulado en el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros.

Desde entonces, estos mismos sentimientos animan a la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. ¡Todos nosotros somos la comunidad del Resucitado! Si a una mirada superficial puede parecer, en algunas ocasiones, que el poder lo tienen las tinieblas del mal y el cansancio de la vida cotidiana, la Iglesia sabe con certeza que en quienes siguen al Señor Jesús resplandece ya imperecedera la luz de la Pascua. El gran anuncio de la Resurrección infunde en el corazón de los creyentes una íntima alegría y una esperanza invencibles. ¡Cristo ha verdaderamente resucitado! También hoy la Iglesia sigue haciendo resonar este anuncio gozoso: la alegría y la esperanza siguen reflejándose en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a quienes encontramos, especialmente a quien sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, los refugiados, los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de la luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso.

Que Él, el Señor, renueve también en nosotros la fe pascual. Que nos haga cada vez más conscientes de nuestra misión al servicio del Evangelio y de los hermanos; nos colme de su Santo Espíritu para que, sostenidos por la intercesión de María, con toda la Iglesia podamos proclamar la grandeza de su amor y la riqueza de su misericordia. Amén

¡¡¡Nuestra Madre del Valle, ruega por nosotros!!!

Homenaje de las familias y

bendición de embarazadas

Mons. Urbanc pidió a la Virgen “que ayude a los esposos cristianos a cultivar una sana y fecunda espiritualidad conyugal, que los santifique y capacite en el ejercicio sabio de la paternidad”

Durante la noche del sábado 4 de mayo, Solemnidad de Nuestra Señora del Valle, Patrona de la Diócesis de Catamarca, rindieron su homenaje las familias, Pastoral Familiar, Movimiento Familiar Cristiano (MFC) y grupos eclesiales al servicio de la vida: Grávida, Renacer y Faviatca.

La Misa fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes del clero local, entre ellos el Delegado Episcopal para la Pastoral Familiar, Pbro. Eduardo López Márquez, en la última jornada del septenario en honor a la #VirgendelValle.

La celebración eucarística tuvo lugar en el Paseo de la Fe, con la participación de peregrinos que arribaron al valle para honrar a la Madre Morenita, cuya Imagen presidió los actos en su honor.

En un tramo de su reflexión, Mons. Urbanc se refirió a la espiritualidad matrimonial, afirmando que ésta “no consiste únicamente en que los esposos recen juntos y realicen prácticas de piedad que los unan más a Dios. La vivencia de la espiritualidad en esta vocación particular pasa, de suyo, por la donación total y recíproca del cuerpo. Es más: la unión corporal está en el centro de la vida espiritual del matrimonio. Es la comunión de dos personas”.

“Su espiritualidad es la propia de las parejas casadas, no la importación de una espiritualidad de religiosos a la vida matrimonial. Lo que la constituye es la donación del propio ser al cónyuge, incluido el don del cuerpo”, manifestó, agregando que “el que elige el ‘celibato por el Reino’ busca encontrar la unión con Dios en una relación directa con Él. En cambio, en el matrimonio, se recibe una llamada interior para encontrar la unión con Dios a través de la donación de uno mismo –incluida la donación corporal– a otra persona. Compartir la intimidad sexual, el afecto, la ternura, la cercanía -lo que san Juan Pablo II llamó el ‘lenguaje del cuerpo’- es constitutivo de la espiritualidad conyugal”, manifestó.

Asimismo, señaló que “es sumamente importante entenderlo bien porque, de lo contrario, se estaría viviendo una espiritualidad propia del célibe en el matrimonio y eso malogrará a los esposos. Entonces, tenemos personas casadas que buscan, pesarosa y erróneamente, a Dios fuera de su matrimonio, cuando su propio matrimonio debería llevarles a buscar a Dios a través de la donación a su cónyuge, en el que necesita y debe ver al mismo Jesús, a quien ama y sirve. La santificación es en y a través del matrimonio, y no a pesar del matrimonio”.

El Obispo rogó “a la Santa Madre de Dios y Esposa del Espíritu Santo que ayude a los esposos cristianos a cultivar una sana y fecunda espiritualidad conyugal, que los santifique y capacite en el ejercicio sabio de la paternidad”.

En el transcurso de la ceremonia religiosa se realizó la renovación de las promesas matrimoniales y la bendición de embarazadas.

Al finalizar los actos litúrgicos se realizó la Serenata a la Santísima Virgen en el Paseo de la Fe, con la presencia de los peregrinos.

Y a las 00.00 doblaron las campanas para saludar a la Patrona de Catamarca, en la antesala de la fiesta que se vivirá este domingo con la Solemne Procesión.

TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA

Queridos devotos y peregrinos:

 En este día de la solemnidad litúrgica de Ntra. Sra. del Valle, le rinden su homenaje a la Reina del Cielo y de la tierra, nuestras queridas familias. Bienvenidos a esta celebración; que la Virgen Santa derrame abundantes gracias sobre cada uno de los que participan, de una u otra manera, en esta sagrada liturgia. ¡Paz y Bien!

Pensar que cuando una persona toma una decisión para toda la vida, como debiera ser con el matrimonio o con la consagración total a Dios, experimenta lo que acabamos de escuchar en la lectura del Apocalipsis: “ve un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más” (Ap 21,1). Inmediatamente empieza a haber un antes y un después. Cada cónyuge o consagrado han de ver en el ser amado o en la consagración la Jerusalén que baja del cielo, o sea, la realidad divina, ‘Cristo-Esposo’ (Ap 21,2), al servicio del cual se ponen a través del sacramento del matrimonio, o del orden sagrado, o de los votos.

Y, ¿cuál es el potente oráculo divino? “Esta es la morada de Dios entre los hombres: Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos. El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó” (Ap 21,3-4).

¡Qué belleza, queridos hermanos, “Jesús Resucitado hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5a), y, sobre todo, lo quiere lograr con nosotros, pero para eso es necesario que colaboremos con el recto uso de nuestra libertad!

Por tanto, “¡Cantemos a nuestro Dios un cántico nuevo, porque es grande, glorioso, invencible y admirable por su poder!” (Jdt 16,13)

Y, cómo no vamos a exclamar jubilosos “¡Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos y sus herederos, puesto que hemos puesto la esperanza en Cristo, para alabanza de su Gloria!” (Ef 1,1-10).

¿¡Quién, sino los cónyuges, los sacerdotes y los consagrados somos los que debemos estar junto a la Cruz de Jesús, a ejemplo de María y el discípulo amado!? (cf. Jn 19,25). ¡Cuánto consuelo le da a Jesús vernos a todos allí! Puesto que es aquí, junto a la Cruz, donde se recibe la Misión que Jesús nos confía a cada uno. Es a los pies de la Cruz donde la sangre redentora de Jesús nos purifica y nos embriaga para llevar a cabo la Vocación recibida con generosidad, fidelidad, eficacia y alegría. Es a los pies de la Cruz donde aprendemos que la obra no es nuestra, sino de Jesucristo; sólo al pie de la Cruz se puede llegar a ser humilde, condición imprescindible para ser fecundos y para alcanzar la Vida Eterna que Jesús donó desde la Cruz. Es al pie de la Cruz donde siempre encontraremos a la Virgen-Madre. Y es allí donde la hemos de recibir para acogerla en nuestro corazón, concediéndole la alegría de ser la Reina de nuestras vidas y familias (cf. Jn 19,26-27).

Gracias a este gesto tan misericordioso de Jesús, agonizante en la Cruz, tenemos una ayuda especialísima para forjar nuestra espiritualidad cristiana, es decir, para poder llevar una vida que esté realmente animada por el Espíritu Santo, fuente y dador de todo bien.

La espiritualidad matrimonial no consiste únicamente en que los esposos recen juntos y realicen prácticas de piedad que los unan más a Dios. La vivencia de la espiritualidad en esta vocación particular pasa, de suyo, por la donación total y recíproca del cuerpo. Es más: la unión corporal está en el centro de la vida espiritual del matrimonio. Es la comunión de dos personas.

Su espiritualidad es la propia de las parejas casadas, no la importación de una espiritualidad de religiosos a la vida matrimonial. Lo que la constituye es la donación del propio ser al cónyuge, incluido el don del cuerpo.

El que elige el “celibato por el Reino” busca encontrar la unión con Dios en una relación directa con Él. En cambio, en el matrimonio, se recibe una llamada interior para encontrar la unión con Dios a través de la donación de uno mismo –incluida la donación corporal– a otra persona. Compartir la intimidad sexual, el afecto, la ternura, la cercanía -lo que san Juan Pablo II llamó el “lenguaje del cuerpo”- es constitutivo de la espiritualidad conyugal.

Es sumamente importante entenderlo bien porque, de lo contrario, se estaría viviendo una espiritualidad propia del célibe en el matrimonio y eso malogrará a los esposos. Entonces, tenemos personas casadas que buscan, pesarosa y erróneamente, a Dios fuera de su matrimonio, cuando su propio matrimonio debería llevarles a buscar a Dios a través de la donación a su cónyuge, en el que necesita y debe ver al mismo Jesús, a quien ama y sirve. La santificación es en y a través del matrimonio, y no a pesar del matrimonio.

Le roguemos a la Santa Madre de Dios y Esposa del Espíritu Santo que ayude a los esposos cristianos a cultivar una sana y fecunda espiritualidad conyugal, que los santifique y capacite en el ejercicio sabio de la paternidad.

Catamarca Misa urbanc VirgendelValle

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