Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
{{dayName}} {{day}} de {{monthName}} de {{year}} - {{hour}}:{{minute}} hs.
Dólar (BNA): $854,00 / $894,00
Dólar Blue: $1.035,00 / $1.055,00
Dólar CCL: $ / $
Dólar MEP: $1.034,38 / $1.035,61
Peso Chileno: $92,07 / $92,22
Columnistas

Se elige nuevo Congreso, el poder que marcará la diferencia

Como Argentina es un país parlamentario, este domingo es más importante el resultado de las elecciones de legisladores que la de presidente. 

La complejidad de la información mueve a la incertidumbre, la tecnología electoral convierte cada día más a los comicios en una situación de mercado. Por eso importa revisar con frialdad qué se juega.

La Argentina ya es un país empatado en el Congreso. Nada importante puede resolverse sin un acuerdo previo. Como es un país parlamentario, este domingo es más importante el resultado de las elecciones de legisladores que la de presidente. Es el poder que marcará la diferencia.

Si se mira a Brasil, Ecuador, Perú, Colombia, Chile, se repite esta característica. La ligereza con la que esos países se sacan de encima a los presidentes (cambian de presidente como de corbata), está compensada por el poder de sus Congresos.

En el triple empate tampoco se juega mucho por la coincidencia en el programa que proponen las tres coaliciones. Descansa sobre un diagnóstico monocolor que pone el acento en una crisis económica para la cual también proponen la misma medicina. Lo que se disputa son cuestiones de estilo, más que forma.

La forma es en una democracia la principal cuestión de fondo. Ninguno de los competidores pone en peligro el sistema. Más bien lo aprovechan, a veces hasta el exceso como Massa, que regala plata de otros. Nadie saca los pies del plato. Raro, casi una excepción, en una región que, de Tierra del Fuego hasta Alaska, asiste al desmoronamiento de los sistemas políticos, que en este país resiste sin que corra sangre.

Preanuncian la denuncia de fraude

El tracking del final, ya en tiempo de veda, confirma el triple empate para este domingo. Las tres fórmulas competitivas estaban en los dos puntos de diferencia. Cualquiera puede ganar, cualquiera puede quedar fuera de la segunda vuelta.

El público ha convertido al producto de la predicción un ingrediente importante de la vida pública. Tanto valora la predicción que convierte a la incertidumbre en una noticia. Fugaz como trivial, porque describe lo obvio. De la ciencia, la predicción descendió a la fábula. El “yo voy a ganar” es ya un lema publicitario.

Ese ingrediente de campaña afloró en este turno en la instalación en los medios de que Milei ganará en primera vuelta. El jueves, en la reunión de apoderados y autoridades de los comicios en la sede del Correo Argentino, un representante de ese partido reclamó los nombres de quienes tienen acceso a los niveles reservadísimos del sistema de recuento de votos.

Un preanuncio de la denuncia de fraude. Nadie sabe quién va a ganar, pero quien alardea de haber ya ganado, está aclarando la garganta para cantar “me robaron la elección”. Una audacia para un país como la Argentina que tiene un sistema electoral sólido, cuyos resultados nadie discute y en el que las denuncias de ese tipo nunca llegaron a nada.

Acá gobierna quien gana, otra extravagancia en el mundo de hoy. Mire Ud. Estados Unidos – donde Trump hace campaña para 2024 reclamando un fraude de 2020 – o España, santuario de las alianzas perdedoras que gobiernan con los llamados “gabinetes Frankenstein” – compuestos con miembros de distintos partidos.

En el fondo, una disputa de identidades

Lo único que separa a los tres tristes tigres que pelean por un ticket en el ballotage es el estilo. Dicho de otra manera, es una disputa las identidades. Y las identidades no cambian. Ni la identidad individual ni la colectiva.

El nuevo hombre murió con el Che Guevara. Exageran al amparo de la Argentina opulenta - que cerró el ejercicio 2020 con superávit fiscal en todas las provincias -, quienes afirman que la Argentina está rota, que se quebró el pacto democrático y de representación o que del resultado de este domingo depende el destino del universo.

El clima milenarista que ha impuesto la campaña de la incertidumbre le pone expresionismo a la imagen de la jornada - piénsese en esos escenarios asimétricos, mirados desde una cámara oblicua y en contrastes de blanco y negro de los filmes de Orson Welles.

Pero nada importante pasará si Patricia Bullrich, Sergio Massa y Javier Milei coinciden en una economía de mercado, desregulada, sin inflación ni déficit, sin subsidios, con estabilidad monetaria y una apertura de la economía. Nadie que tenga votos en el país piensa en lo contrario.

La disputa de la identidad, de paso, confirma que la representación política en la Argentina se articula en dos grandes familias desde hace más de 100 años - vigencia de la ley Sáenz Peña. Cuando da, van a las urnas en disputas binarias: 1973, 1983, 1989, 2019.

En turnos intermedios, alguna disidencia en algunas de las dos coaliciones (hoy, Unión por la Patria y Juntos por el Cambio, es decir, el peronismo y el no peronismo), que genera terceros protagonistas: 1995, 2015, 2023. Antes el FrePaSo, después el Frente Renovador, hoy La Libertad Avanza. Son las mismas familias que se reparten los disfraces. No extrañe que nada cambie mucho. Quien mantiene la unidad, tiene chance de ganar. El que se divide pierde.

Un torneo de debilidades mutuas

Las tres coaliciones llegan con la debilidad que tienen hoy en la Argentina y el mundo los partidos políticos. Juntos por el Cambio y Unión por la Patria llegan perforados por un internismo entrópico. Sus jefes debieron cuidar, hacer crecer y hacer ganar a sus partidos.

Hicieron todo lo contrario y pusieron en riesgo el interés del conjunto. Medró Javier Milei con esa debilidad aprovechando ese recurso que es la construcción de audiencias para ganar notoriedad desde la contradicción.

Ganó casillas con el método trumpeano del “owning of libs”, traducible como la “captura de los liberales”. Los conservadores alzan consignas que conmuevan al pensamiento moderado y a la corrección político, etapa superior de la cursilería. Busca la inmediata reacción de los normales que, a su vez, redoble la fuerza de los conservadores y les genere más audiencia.

Asumen con alegría aparecer como los anormales que quieren romper todo, pelearse con el Vaticano, etcétera. Para cada solución, tienen un problema, parafraseando esa broma sobre Ernesto Sábato que se le atribuía a Jorge Luis Borges. Unión por la Patria tiene como eje a un peronismo invertebrado por la falta de liderazgo. No es nuevo.

El peronismo no lo ha tenido desde el ocaso de Carlos Menem, en 1999. Las fórmulas a las que acudió a las elecciones fueron parches – perder, pero ganar, en 2003, transversalidades en 2007 y siguientes.

Nunca superó la crisis de liderazgo y, en un dominó, eso hizo tambalear las otras dos patas del proyecto político: el programa y el control territorial. En 2015 cristinismo y sciolismo disputaron el programa. El cristinismo volvió a disputar con el peronismo de los gobernadores entre 2015 y 2019: dos bloques en el Senado, y tres en Diputados, que fueron prenda de estabilidad.

Se trizó en 2019-2023 con el cataclismo de la economía de dos ministros de Economía maniatados por la resistencia del cristinismo a alguna salida de la crisis heredada en 2019. Le derrota de 2021 le puso el broche a ese desmoronamiento. El cristinismo salvó sus banderas, pero hundió al proyecto colectivo. Un clásico de las formaciones disfuncionales.

Termina con Sergio Massa de candidato del AMBA, por quien cuesta pedir el voto. Pero como es una elección de afirmación de identidades, mantiene la ilusión de conservar el tercio histórico de los votos. No importa el candidato, sino la fuerza que los sostiene.

Volver al 42%

Juntos por el Cambio llega con una crisis de liderazgo que arrastra desde sus orígenes. Mauricio Macri tuvo ese rol en el PRO hasta 2019. El radicalismo lo había perdido desde el ocaso de Raúl Alfonsín.

Para este turno de 2023 no pudo ni acordar una jefatura de campaña ni una estrategia que fuera más allá de la autogestión de candidatos cuentapropistas. El costo fue perder en las PASO de 2023 el mágico número del 42% de adhesiones en por lo menos 5 de los 7 distritos más grandes de la Argentina. Debieron cuidarlo como cifra áurea de cualquier proyecto.

Se lo impidió la disputa personalista de Macri por controlar el PRO y limitar a quienes le discutían poder - Horacio Rodríguez Larreta en algún momento, Patricia Bullrich. Ganó Macri, pero perdió JxC en las PASO y dispersó al 42% que este domingo buscará recuperar.

El PRO sufrió el drenaje de votos de sectores conservadores del interior que vieron en Javier Milei un amigo más fiel que los radicales y la coalición. Ese padrón, fundador del PRO, desenterró la vieja pelea de conservadores vs. radicales.

Macri quedó paralizado por esa migración y, encandilado, arrastró a la coalición en un debate de ideologías que los llevó a una fractura con los radicales. Ignoró que hay también una identidad JxC, que es el público del banderazo de los grandes distritos que, cuando tiene una chance le escapa al peronismo, y que hizo presidentes a Alfonsín, a De la Rúa y a Macri. Ahí estaba el público de la campaña, no en Milei ni en el cadáver del kirchnerismo. Cada cual hace la campaña que cree mejor. La urna los juzgará.

Como sobraran Menem y Cristina, sobró también Macri

Para retener esas adhesiones JxC debía encontrar, para sobrevivir, nuevos argumentos de unidad de una coalición transgénica. Con la salida de Cristina de la lucha – se auto proscribió simbólicamente para deslegitimar al sistema – perdió el ancla que le había dado razón de ser: el llamado kirchnerismo.

Sin este adversario tenía que blindar algún liderazgo de compromiso y un programa de gobierno nuevo, que mire al futuro y no al pasado, que acompañase al exitoso crecimiento del poder territorial que lo ha llevado a extender el mapa del no peronismo como nunca se vio en décadas. Hablar de antikirchnerismo atrasa en la Argentina de hoy.

Como pedir seguridad y orden en uno de los 4 países más seguros de la región. También atrasa. Al PRO le sobraba la pelea cerril con Larreta, en la que medró con ingenio Patricia Bullrich. Macri no hizo nada para poner armonía entre las partes. Demostró que también al macrismo ya le sobraba, para conservador poder, el propio Macri.

El radicalismo tampoco encontró alguna fórmula de unidad interna que superase el costo que significó la elección de Gerardo Morales como presidente del Comité Nacional: nunca esa fuerza había tenido dos bloques en la Cámara de Diputados. Una ironía, cuando Mario Negri, coordinador del interbloque, ejerció desde 2021 la verdadera jefatura de la oposición en la cámara.

Fiera venganza, la del tiempo

Entender la política es entender su ingrediente más importante, que es la temporalidad. "Fiera venganza la del tiempo/Que le hace ver deshecho lo que uno amó", enseña Discépolo. El aprendizaje de un dirigente es resistirse al síndrome de eternidad. Nadie cree mucho en que la función es un servicio público que paga la sociedad para administrar lo que es de todos. No es un proceso de beatificación del individuo.

La crisis del peronismo menemista comenzó cuando Menem intentó la tercera relección. Perdió el poder en 1999 y en poco más de un año estaba preso. Dinamitó el poder propio y el de su partido. Al menemismo le sobraba Menem. Al peronismo que recupera la unidad y el poder en 2019 le sobraba la familia Kirchner.

La vicepresidente dedicó su gestión a intentos de reforma judicial que no prosperaron, a boicotearlos a Martín Guzmán y a Alberto Fernández. Se salvó ella, pero paralizó a su gobierno. Ejerció el Poder Ejecutivo en varias oportunidades. Nunca usó la lapicera para tomar ninguna de las medidas que decía reclamar. El fracaso del gobierno es su fracaso.

Salieron terceros. Casi a la B. El peronismo del AMBA, otra vez, termina dependiendo del peronismo del interior, el que nunca quiso que un gobernador de Buenos Aires fuera presidente. Como todo el sistema político argentino, es víctima de factores que desencadena y no puede dominar, que se vuelven contra ellos, como haberle dado el voto a los jóvenes desde los 16 y después arrojarlos al desempleo y la falta de futuro.

Mejor que el Fan Club divida a Cambiemos

La fuerza de Milei es una coalición que tiene como cabecera el Partido Demócrata Nacional, el viejo partido conservador que tiene en Mendoza el santuario nacional.

Más que un partido es un fan club que se alimenta de dos productos prexistentes: 1) el programa económico de Cambiemos 2015, de Federico Sturzenegger, para dar un nombre 2) un cartoneo eficiente de los restos del peronismo invertebrado. Aprovechó comarcas juveniles que se han desprendido del peronismo del conurbano, o dinosaurios del peronismo noventista que evocan a Menem, Cavallo, la convertibilidad.

En lo táctico, se aprovechó de la candidez del peronismo que le cuidó el voto y lo alimentó hasta el destete, con la idea de que era mejor que los votos anti-gobierno se fuesen a Libertad Avanza y no a Juntos por el Cambio, que es el Armagedón de sus derrotas: lo expulsó del poder en 2015, y mientras exista les complica la existencia. Comparado con Cambiemos, Milei es un tigre de papel para el peronismo, del cual es una emanación emergente del mal gobierno. Es decir, fácil de controlar.

Ignacio Zuleta

opinión Elecciones parlamentarias Elecciones legislativas Congreso Nacional

Comentarios

Te puede interesar

Teclas de acceso