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Columnistas

El Frente de Todos se encamina a una derrota tridimensional

Cuando Juan Grabois asegura: “El dinero es el estiércol del demonio”, no solo hace un aporte fundamental a la ristra de declaraciones políticas absurdas, terreno en el que Alberto Fernández busca con empeño destacarse.

También, como potencial y pretendido representante de pobres y marginales (las peores víctimas de la deriva de políticas económicas autodestructivas implementadas por la fuerza política a la que ambos pertenecen), proyecta un horizonte similar o peor que el desastre actual.

Reniega de la letra y el espíritu de la Constitución nacional, que, como debió recordar el titular de la Corte Suprema de Justicia, es capitalista. Y se contradice a sí mismo, ya que semanas atrás insinuaba defender el modelo socialdemócrata que hasta hace unas décadas imperaba en los países nórdicos. Pero al ensalzar lo que Miguel Ángel Pichetto denominó “pobrismo”, Grabois refuerza un concepto muy difundido entre varios líderes populistas latinoamericanos, desde el presidente mexicano, López Obrador, hasta Hugo Chávez, pasando por el colombiano Gustavo Petro, en el sentido de que es muy mal negocio promover la movilidad social ascendente, ya que los eventuales expobres convertidos en ciudadanos autónomos de clase media muestran otras exigencias “pequeñoburguesas” y abandonan sus valores y principios originales. Peor: hasta pueden votar a otros partidos que defiendan mejor sus nuevos intereses.

Lo curioso en el caso de Grabois es que parece ignorar los dilemas políticos y electorales que atormentan a Cristina Fernández de Kirchner y que constituyen el contexto y el subtexto del acto de ayer: como consecuencia de los fracasos económicos de las últimas dos décadas, profundizados en esta última etapa con ella como vicepresidenta, apenas anhela llegar a la segunda vuelta en estas elecciones presidenciales. Lejos de ser un buen negocio electoral, el crecimiento exponencial de la pobreza y la indigencia debilitó las chances electorales del peronismo. La situación es aún más dramática por el crecimiento relativo de figuras y coaliciones que no dudan en prometer de forma explícita un giro promercado. Los candidatos de Juntos por el Cambio y Javier Milei proponen estabilizar la economía y achicar el Estado. Con un techo electoral que no llega al tercio de los votantes, el Frente de Todos se encamina a una derrota tridimensional: política, simbólica y cultural. Su fracaso económico, lejos de ampliar la base electoral y de sustentación para entronizarse en el poder, alimenta a una oposición que se ve a sí misma como la superación de la tradición populista que Cristina y sus seguidores reivindican y buscan profundizar.

En contraposición, Sergio Massa, señalado por Grabois como su némesis, intenta convertirse en la gran “esperanza blanca” (desfachatadamente procapitalista) del FDT. Su destino depende no solo de la decisión de CFK, sino de su habilidad para conseguir recursos frescos del FMI que permitan transitar los últimos meses de esta gestión evitando un descalabro mayor. La curiosa pertenencia de ambos dirigentes a un mismo espacio político nos recuerda la vieja vocación “atrapatodo” del peronismo, que siempre aspiró a representar a los segmentos más variopintos de la sociedad para lograr mayorías electorales, al margen de las contradicciones y los conflictos que pudiera generar dicha táctica en la administración del poder. Esta cuestión ocupa un lugar central en los cálculos electorales del oficialismo. Un candidato como Axel Kicillof, que casi replica el potencial de la vicepresidenta, aseguraría un buen piso, pero un techo bajo. Con una opción más moderada, menos ideológica y dogmática, el peronismo pretendería recuperar parte de los votantes independientes que explicaron el triunfo de Alberto Fernández en 2019 (y de Cristina en 2007). Lo primero implicaría una postura defensiva: consolidar el electorado propio y alistarse para resistir. “Morir con las botas puestas y preparar el terreno para ser oposición”, comentó un senador oficialista que descuenta una derrota que parece casi inevitable. Lo segundo pondría de manifiesto una vocación más ambiciosa: pelear el poder, con pragmatismo y decisión, haciendo lo que haya que hacer para seguir gobernando. Eso implica un candidato único, con el peronismo encolumnado y dispuesto a movilizar el aparato como lo que siempre fue: el partido del poder. Esa es la aspiración de Massa, acechado por otra amenaza: ¿podrá mantener su centralidad política y la influencia que eso provoca en muchos actores económicos si el dedazo de Cristina favorece a otro candidato?

Los gobernadores peronistas parecen haber quedado debilitados con los traspiés sufridos por Sergio Uñac y Juan Manzur, aunque su silencio esconde un componente estratégico: prefieren resguardarse para la siguiente etapa, cuando haya que reconstruir el peronismo y adaptarlo a un contexto complejo en el que las finanzas provinciales podrían sufrir las consecuencias del inevitable ajuste en el gasto público. Alguno está tentado a jugar, aprovechando la confusión para plantar bandera, abroquelarse y resistir. “Surgen visiones contrapuestas respecto de la provincia de Buenos Aires, porque mientras el kirchnerismo sueña con retenerla, algunos gobernadores prefieren que la gane JxC y que prediquen con el ejemplo en términos de recortes presupuestarios”, asegura un experto en finanzas provinciales.

“Ella corre el riesgo de convertirse en el mariscal de la peor derrota electoral en la historia del peronismo”, afirma un veterano dirigente. El protagonismo de ayer sería directamente proporcional a su eventual responsabilidad por haber conducido a dicho movimiento a un derrotero con vastas consecuencias difíciles de determinar. ¿Entrará el justicialismo en una dinámica de renovación, como ocurrió hace cuatro décadas luego del triunfo de Alfonsín? Mirando la experiencia comparada, algunas palizas electorales pueden derivar en declives casi imposibles de revertir, como ocurre con el PRI mexicano (en especial porque AMLO cooptó buena parte de su viejo aparato y revivió muchas de sus peores prácticas y mecanismos, incluidos el clientelismo, los caprichos presidenciales, el vaciamiento de instituciones de control y la manipulación de la información). Otros tradicionales partidos de gobierno de la región, como el PMDB brasileño y la Democracia Cristiana en Chile, a lo sumo buscan integrar coaliciones más amplias y plurales, con una influencia acotada. Lo mismo ocurre con el Partido Colorado en Uruguay. Por su parte, la Unión Cívica Radical inició una larga marcha luego del colapso de 2001, que incluyó, al menos en un segmento importante del partido, la tentación de formar parte de la aventura K (expresada en la fórmula Cristina-Cobos) para profundizar su papel opositor desde 2009 y pretender ahora un nuevo balance de poder con Pro y sus otros socios de JxC.

El peronismo, si se confirman las tendencias actuales y sale derrotado de esta contienda electoral, seguramente habrá de recorrer un camino propio, diferente al de los recién mencionados. El principal enigma es si será capaz de reconstruirse sin un jefe político claro, legítimo y natural, una figura que tiña, con su apellido, sus sesgos y su impronta, los destinos de un movimiento político que entrega, luego de haber gobernado durante 28 de los 40 años de la democracia, un país económicamente devastado, políticamente vulnerado y frágil y socialmente más injusto e inequitativo que en cualquier otro momento de su historia.

Sergio Berensztein

LA NACIÓN

Contienda electoral derrota estrepitosa frente de todos Elecciones presidenciales

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