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Columnistas

Autopercepción: una tragedia de nuestro tiempo

La mayoría de quienes abrazan la carrera política suelen establecer relaciones de interés con aquellos que desean atraer a su feligresía, limitando las mismas a sus fines personales.

Para lograrlo, declaran urbi et orbe que se “autoperciben” con la capacidad suficiente para solucionar los problemas que les aquejan contribuyendo a mejorar su calidad de vida, presentándose como si fuesen hombres dotados de una capacidad modular adaptable a dicho propósito.

Imbuidos de esta perniciosa subjetividad, se presentan de tal modo a elecciones para cargos políticos sin otra especificación, obviando cualquier información pública inherente a su instrucción, su carrera profesional -si la tienen- y aptitudes personales de probada eficacia en tareas ejecutivas realizadas con anterioridad en el ámbito público o privado.

Existe una copiosa literatura sobre el daño que emana de las ambiciones inconfesables de algunos audaces que intentan abordar con cinismo asuntos que no dominan y para resolver los cuales carecen totalmente de pericia.

Los últimos años han puesto en evidencia de qué modo nos vemos afectados al haberle concedido una bienvenida apresurada a estos individuos sin mayores escrúpulos, que cambian sus estrategias cada vez que los problemas comienzan a poner en evidencia la precariedad de sus aptitudes personales, sin darles tiempo para desandar caminos equivocados que ponen a parir a la sociedad entera sin distingo de clases.

Uno de los mitos de nuestro tiempo, decía Alvin Toffler en los 70, sostiene que el hombre ha quedado como un impotente engranaje de una enorme maquinaria organizada para ciertos fines. En esta visión de pesadilla, cada individuo se encuentra petrificado en el angosto nicho de una suerte de “conejera burocrática” y las paredes del mismo estrujan su individualidad obligándolo a conformarse o morir.

La política es una de estas maquinarias voraces de quienes, en ejercicio del poder, apelan finalmente a la violencia para no ser expulsados democráticamente del olimpo en el que pretenden seguir viviendo a pesar de su fracaso.

En la medida que estas estructuras han crecido y se han vuelto cada día más poderosas, amenazan con convertirnos en la más despreciable, amorfa e impersonal de todas las criaturas: una víctima de cotos cerrados que obtienen asistencia financiera de ciertas corporaciones que ven en ellos un medio para hacer buenos negocios.

Mucha gente, urgida por satisfacer necesidades elementales, queda seducida al comienzo de estos procesos, ilusionada con acceder a un futuro que no hipoteque sus esperanzas, quedando presa de falsas promesas que la dejan sumida finalmente en el más crudo desamparo: un escenario desértico donde se vive la certeza de que no queda resquicio alguno para torcer un destino aciago que obliga a permanecer hasta la muerte dentro de la conejera burocrática aludida por Toffler.

¿Conseguiremos despertar a tiempo de esta pesadilla y actuar en consecuencia?

A buen entendedor, pocas palabras.

Carlos Berro Madero

Carrera política Alvin Toffler los problemas de la gente campaña política

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