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Opinión

Las palabras y los usuarios y los destinatarios 

Columna destacada

Hace mucho tiempo sucedió en nuestro país, puntualmente en la Capital Federal un episodio que me resultó útil para abordar un tema de difícil tratamiento, más aún si carezco de pergaminos y diplomas del ámbito de las letras y seguramente habrá quienes francamente se encuentren en desacuerdo con lo expresado en éstas líneas.

Motiva la presente entrega el abuso indiscriminado de “malas palabras” (sé lo sostenido por Fontanarrosa en el congreso de la lengua con su postura que “no hay ni buenas ni malas palabras”, pero la abundancia de las mismas en los canales de televisión, radio y todo medio electrónico o gráfico, los que me llegan por cable  supera todo lo imaginable y destroza nuestra lengua de modo abusivo e inexplicable.

¿Qué Sucedió Hace Mucho Tiempo?

El entonces Ministro de Turismo de la Nación, Francisco Manrique, tuvo una madrugada un inesperado llamado desde un medio, seguramente para consultarle algo. Manrique reaccionó con indignación profiriendo palabras destempladas lo que sirvió para que las revistas de tirada nacional, no recuerdo si Siete Días o Gente publicaran en tapa y con letra catástrofe, lo proferido por el damnificado quién pidió las disculpas correspondientes (tal cual ocurre ahora).

Éste episodio sirvió para  que se desencadene una discusión nacional sobre el tema de las “malas palabras", pero lo que motiva la presente es realmente el abuso indiscriminado, ofensivo, de groserías comenzando por vergonzosos ejemplos en integrantes de las autoridades máximas de la nación y  su secta de acólitos, cámaras legislativas, siguiendo en el lugar, el vocabulario de integrantes cuando son entrevistados para notas de los medios es bastante común que los entrevistadores también se contagien del vocabulario de aquellos que son invitados. Demasiados programas no tienen freno ni oportunidad, tampoco les interesa eludir las groserías por parte de encumbrados conductores y replicado por los invitados según sea el tema.

Ésta situación no tiene límites pues había una señal cuya conductora en su espacio no se privaba de ninguna palabra, frase o concepto como los que hoy nos ocupan ( lo que no afecta como los que hoy nos ocupan al contenido de la parte periodística. Un conductor sumamente inteligente también tiene esa modalidad verbal de comunicarse aunque realmente ha colaborado de modo singular con sus investigaciones periodísticas muchas de las cuales hoy están en los estrados de la justicia. Si en estos ámbitos que debieran ser más bien cuidadosos en contenidos y formas, lo que se ve y oye en la calle, dónde Used fije la vista y el oído seguramente encontrará todas las versiones de insultos proferidos ya no por “un carrero” sino por el viandante común sea hombre o mujer, joven o viejo, con traje o mameluco, sólo o en grupo. días atrás hubo tomas de los colegios, ¿percibió el lenguaje utilizado por los estudiantes al referirse a sus motivos de queja?

Para escribir esta nota, por el motivo ya expuesto de mi ignorancia académica en el tema, me sirvió para aprender muchas cosas sobre el uso del idioma, por ejemplo las áreas del cerebro que participan del habla y lenguaje cuyo asiento es la corteza cerebral, como así también, que las groserías se ubican por fuera de la corteza en una zona conocida anatómicamente como la “amígdala”( ubicada en la base del cráneo)  con impactantes aportes sobre la conducta y la psiquis.

Mucho queda por decir sobre el tema, insisto en sugerir a los periodistas que se expresan de la forma observada, hagan un esfuerzo y limiten al máximo no sólo las palabras sino las ilustraciones con este contenido pues con el afán de citar textualmente lo dicho en Twitter, sobrepasan límites razonables. No desconozco lo dicho también por el admirado Fontanarrosa y su enojo ante el uso de “los tres puntitos” que se utilizaron para completar la palabra en cuestionada.

Pero entre las cosas que aprendí está por ejemplo: que el país que pronuncia mayor cantidad de malas palabras, es Francia; el que mejor habla el castellano es Perú, y el peor es Argentina.

Veamos que saben los que saben 

“Sabemos que el lenguaje formal se encuentra en las áreas de Broca y de Wernicke. En cambio, las palabrotas, aparentemente, están almacenadas en el sistema límbico, un complejo sistema de redes neurológicas que controla y dirige las emociones”. “Al parecer, está relacionado con una parte muy primitiva del cerebro que regula las emociones y se comparte con muchos otros mamíferos: la amígdala cerebral. Esta estructura motiva al cerebro, agrede y es responsable de las groserías y de las malas palabras. Una explicación de ello sería que las amenazas verbales son procesadas en esta parte del cerebro, a diferencia de otras expresiones del lenguaje. Es decir, la amígdala cerebral cumple un papel a la hora de interpretar el peligro que se deriva del lenguaje (como cuando alguien amenaza a otro, lo que a menudo conlleva el uso de obscenidades). También en el cuerpo amigdalino está la capacidad de activar el estado de lucha o de huida y, entre otros, el envío de órdenes para la activación de neurotransmisores como la adrenalina”.

“Según el psicólogo de Harvard Steven Pinker (2007), “maldecir activa un reflejo defensivo similar al de un animal que es herido de repente o encerrado, y que estalla en furia”. Frente a un dolor intenso, las personas de cualquier condición, edad o cultura, por lo general, sueltan palabras y gritos que en ocasiones rayan lo soez. Investigadores de la Universidad de Keele (Reino Unido) confirmaron que, al sentir dolor y expresar en voz alta la palabra que ellas escogieran, el umbral del dolor se aumentaba de manera importante (mayor resistencia al mismo) en relación con el lenguaje soez. Esto, dicho de manera genuina, aumenta las variables del cuerpo que actúan en el estrés, ya que al competir el dolor con mantener en el tiempo la voz o el grito, el cerebro se distrae y la sensación dolorosa tiende a disminuir. De ahí que se intervenga como una reacción natural de tipo instintivo, a veces imposible de bloquear”.

Estas novedades sobre el comportamiento neurológico ayudan a explicar por qué todos los esfuerzos para erradicar los insultos a través de la historia han sido fallidos.

Y ahora qué hacemos, últimos en inflación, en calidad democrática, enseñanza aprendizaje, corrupción donde se busque, políticas  caprichosas, justicia lenta, narcotráfico y delincuencia, inseguridad, usurpación de la propiedad privada, la pucha y todavía queda una larga lista.

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