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Opinión

La nariz de Cleopatra

Columna destacada

Suceden hechos en la vida de cualquier persona que no teníamos previsto y que pueden cambiarnos el rumbo. Cuántas parejas se han formado a partir de un encuentro casual, una coincidencia en tiempo y lugar que permitió conocerse, lo que no hubiera sucedido si por una razón -contrafáctica-  uno de ellos no hubiera asistido.

Cuenta Víctor Hugo en Los Miserables una historia, a lo largo de cerca de un centenar de páginas, totalmente independiente del eje central construido en torno a Jean Valjean, Javert, Cosette y demás, la de la batalla en Waterloo, cerca de Bruselas. Es tan verosímil, tan dinámica la construcción del relato, que poco importa si guarda, o no, fidelidad con la realidad de los hechos tal cual sucedieron; para mí es imposible concebirlos de un modo distinto a como los describe Hugo. Y allí, entre otras cosas, nos dice que los franceses, Napoleón, perdió a manos de los ingleses comandado por el duque de Wellington porque esa noche llovió y los carros que transportaban las armas se encajaron al haber equivocado, el joven guía, el camino adecuado; y las armas llegaron tarde. Europa hubiera sido otra si Napoleón hubiera vencido.

No menos interesante es la historia de Cleopatra; también pequeños hechos con consecuencia enormes. Fue una mujer de una personalidad enorme. Plutarco, en Vidas Paralelas, nos cuenta que no fue una mujer de belleza deslumbrante, pero bastaba que comenzara a hablar para cautivar con lo sonora de su voz, la sugestiva actitud de seducción, la adaptación a la lengua del que tuviera enfrente –hablaba siete idiomas-, la cultura que poseía y la agudeza de sus análisis. Fue una persona brillante. Conocerla era quedarse prendado. A tal punto que sedujo a Julio César, con enorme astucia, junto a quien tuvo un hijo –Cesarión- al que quiso entronizar como emperador cuando su padre fue asesinado. Luego enamora a Marco Antonio con quien tuvo tres hijos. Sabemos que éste pierde en la batalla de Acció ante Octaviano César Augusto; se propuso seducir a este último, pero no. Famosa frase de Blaise Pascal que resume el repudio de Octaviano: tiene la nariz muy grande; finalmente, Cleopatra se hace picar por un áspid y muere en consecuencia. Otro hubiera sido el destino del Imperio Romano si hubiera sido exitosa su seducción a Octaviano. Esa mujer encontró un límite, se encontró con la impotencia de su voz. La misma que había seducido a dos grandes, ya no tenía destino. Su voz era la voz de la no-palabra. Podía hablar, y hacerlo bien, pero ya no decía. Una potencia largamente demostrada quedó sin fundamento. Al igual que Napoleón, un general admirado por las generaciones, encontró un límite; tuvo –tuvieron- por delante una muralla infranqueable. Ambos encontraron el final a su anterior exitosa vida.

Tal vez si aquel 17 de octubre hubiera llovido, en lugar de hacer tanto calor, Cipriano Reyes no hubiera podido organizar el levantamiento que entronizó a Perón. Tal vez si Solá hubiera aceptado la propuesta de Duhalde en 2003, los Kirchner tendrían un efecto de daño controlado. Pero no; la historia se construye sobre los hechos sucedidos y no sobre posibilidades que solo existen en la mente de Dios.

Llevamos la mayor parte del siglo en curso bajo gobierno de los Kirchner. Dejemos al finado que descanse en paz. Solo es comparable Cristina Elizabeth Fernández con Cleopatra en pocas cosas; ciertamente no en su cultura. De la egipcia continuamos hablando dos mil años después; culta, refinada, cautivante, estratega, hábil política. De la otra, una mujer que habla bastante bien; suele coordinar los verbos de la subordinada con el de la principal, habla con fluidez, construye el discurso con versatilidad; ahora: la impresión que causa cuando argumenta es que su cultura se nutre de las fuentes de Netflix y de El rincón del vago. Cita mal, habla en inglés -sin ser necesario- y lo hace pésimo (Harvard 2012; Dexter Filkins, New Yorker, 1915). Pero no es lo más grave; lo grave es que su discurso, hoy, es el de la no-palabra. Cuando la palabra de alguien ya no es escuchada, perdió la eficacia; es como dar una orden y que ninguno de los destinatarios la cumpla. Su mensaje es vacío y lo es porque los resultados obtenidos son los argumentos de ese vacío. Encontró el límite como Cleopatra lo encontró en Octaviano. O Napoleón cerca de Bruselas. El video de esta semana atacando a la Justicia, sobre todo a la Corte, no muestra otra cosa que la desesperación, creyendo que la agresión cargada de intensidad podrá modificar su situación particular. El objetivo es presentarse como víctima.  Es el discurso ineficaz. Tuvo un discurso eficaz; de hecho, ganó las elecciones y volvió con el poder, con todo el poder. Con esa palabra eficaz puso a quien se le antojó como presidente, echó funcionarios, aún bloquea decisiones, pero hacia afuera de su grupo su palabra ya es vacía, es la no-palabra. Y como el caprichoso que no logra que se haga lo que desea, se empecina como un chico o, lo dramático, como alguien que tuvo poder, mucho poder, pero ya no lo tiene, ya se lo disputan. Se encontró con su Octaviano. Pareciera que solo procura justificar el fracaso del gobierno que le pertenece por mediación de un personero.

El presidente nunca tuvo el poder, ya nadie lo duda: ¿por qué se quedó? ¿Tan poca dignidad tiene que al no recibir más que burlas, desprecios públicos, descalificaciones procaces, permanece de todas maneras? Recordemos los insultos que le propinó la diputada Vallejos. Las caras de hartazgo de Cristina Elizabeth Fernández en ocasión de los cien años de YPF. Un serio problema que tenemos todos los argentinos es que el presidente nació con la no-palabra en su boca. Nunca tuvo la autoridad; su palabra nació desflecada como las llamas de una fogata al viento. Ha mentido desprejuiciosamente. Los argumentos con los que proponía las responsabilidades de Cristina Elizabeth Fernández en los delitos por los que está encausada, antes de ser presidente, son neutralizados con otros argumentos como si los primeros los hubiera dicho otra persona; ¿ese hombre quiere que le creamos? Es alimento de burlas, insultos, constantemente. Si da un discurso, la impresión que causa es que no tiene ningún contenido; no solo por lo carente de sustancia, reducido a promesas, proyectos, sueños, sino por lo ineficaz de su palabra. Sabemos que si dos minutos después de hablar, la vicepresidente lo contradice, o lo desautoriza, eso es lo que vale. Todo su gobierno es provisional, ad referéndum de la aprobación de su segunda. Y faltan diecisiete meses todavía. No olvidemos que la propuesta de acuerdo con el FMI salió porque la oposición le dio los votos, no su propio partido.

Faltan muchos meses; no llegamos. No podemos vivir con un gobierno confundido, con discursos vacíos, con destino a “u-topos”, ningún lugar. La incertidumbre se convierte en angustia y la angustia en desaliento. El video del lunes fue el de alguien que vive de espaldas a las urgencias de una sociedad agotada. El discurso del presidente del viernes fue el del que habla porque sabe castellano, pero no dice nada, es la no-palabra. Repite constantemente que no le torcerán el brazo; pero si nació a la función con el brazo torcido. Desconozco cómo transitaremos estos meses hasta diciembre del próximo año; no creo que podamos vivir todo este tiempo como estas dos últimas semanas -y las anteriores-.

Lo más sensato sería adelantar las elecciones......

 

 

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

 

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