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Opinión

El servicial Trajano

Columna destacada

Recuerdo, cuando era un niño, que mi madre nos mandaba a mi hermano dos años mayor y otro dos años menor y a mí, al cine, los domingos por la tarde; seguramente para descomprimir una casa de muchos hijos. Lo cierto es que uno de esos días, tal vez fue un viernes santo, no recuerdo, fuimos a ver una película sobre la pasión de Cristo. Su desarrollo incluía la crucifixión y muerte. Al salir del cine, muy molesto por el desenlace, les dije a mis hermanos: -si yo hubiera sido Dios, habría bajado de la cruz, les habría dicho: ¿ven que puedo?, y después sí, volver a la cruz y seguir el derrotero conocido. Mi hermano mayor respondió:   -no, porque se hubieran dado cuenta. Sin saberlo, me faltaban algunos años de lecturas teológicas para comprenderlo, yo había tenido un gran acierto teológico y había incurrido en flagrante herejía. La respuesta de mi hermano había sido una síntesis perfecta del misterio de la redención, y una adecuada comprensión de la antropología cristiana. Mi acierto fue que lo que se dice de una naturaleza de Cristo se dice de la otra (la humana y la divina); Concilio de Nicea, 325, el primero de todos los ecuménicos. Y mi herejía fue formulada en el siglo XII por un calabrés (porque violaba la dinámica de la encarnación, que supone el ocultamiento de la divinidad en la humanidad); la clave es que no respetaba la economía de la salvación, es decir, los modos de actuar de Dios. Y mi hermano había hecho una síntesis perfecta del Evangelio: Jesús se encarna y propone, respeta la libertad, seduce, pero acepta el rechazo; convence, nunca impone. De aquí nace el respeto de Dios por las decisiones humanas. Dios quiere hablarnos como a adultos. Dios respeta nuestra dignidad de seres libres.

Estos pocos datos nos permiten percatarnos de que la democracia actual, que nace en Grecia, pero solo era para algunos, es subsidiaria de la antropología cristiana que respeta a cada hombre por su dignidad, su libertad y responsabilidad. La democracia contiene el respeto por el otro. Se convoca a elecciones sin discriminación alguna, y cada quien elige según su buen entender. Los políticos proponen, seducen y convencen. Lo que intentan es seducir al electorado con las propuestas que ofrecen como camino a recorrer. Y se proponen como servidores, como empleados en una enorme entrevista laboral. No se proponen ellos, lo que ofrecen son caminos, recursos para producir mejores condiciones de vida. Cada vez que un político no vive su función como servidor es un traidor; cada vez que hace uso de prebendas anejas a su honorable responsabilidad es un traidor al rol para el que se lo eligió.

En el primer siglo de la era cristiana, hubo un gran emperador, Trajano, que vivió su función como un gran político, entendido como un servidor de su pueblo. Amado por su administración de justicia, y divinizado después de la muerte. Tenía algunas oscuridades en su vida, pero no eran más que condiciones morales que ofrecía la época; también las tuvo Virgilio. Pero en el X canto del Purgatorio en la Comedia, Dante nos cuenta la respuesta piadosa y diligente que le da a una viuda que pedía justicia ante la muerte de su hijo. Y más adelante, en el canto XXV del Paraíso, notamos los esfuerzos que tuvo que hacer Dante para que fuera llevado con los salvados, siendo un hombre que no había conocido a Cristo; esto fue posible por la oración del Papa Gregorio, y siguiendo la tesis de un teólogo -San Pedro Damián- que sostenía que Dios era tan poderoso que podía hacer que el tiempo retrocediera y modificar la historia. La conclusión es que lo hace volver a la vida un tiempo, a Trajano, convertirse al cristianismo y así ser salvado. Como se ve, Dante no reparaba en gastos. Lo querría mucho a Trajano porque eso no lo hizo ni con el propio Virgilio, su guía en el camino del Inferno y Purgatorio, aunque lo reconociera como su maestro; tampoco alivió a Brunetto Latini, el otro al que llama maestro, que estaba en el infierno. Después de un diálogo en el que el emperador pretendía postergar hasta su vuelta la justicia reclamada, y ante el dolor y la insistencia de la mujer, le dice Trajano a la viuda desconsolada:

Consuélate, pues preciso es que cumpla con mi deber antes de irme. La justicia lo quiere y la piedad me detiene” (Purgatorio, X, 91).

Tenemos un principio –el que enunció mi hermano al salir del cine-, y un testimonio -el de Trajano-.

No es verdad que este gobierno no tuviera un plan. Habiendo recorrido más de dos años y medio del período constitucional, después de ser testigos del deterioro en cualquiera de las responsabilidades a considerar, queda manifiesto que el plan es el poder para ejercer presión en lo que les interesa, les preocupa, los enriquece.

Si reducimos la democracia a las elecciones, a derechos constitucionales, no todos, la tenemos viva; ahora, no recuerdo un gobierno que haya prohibido tantos otros derechos como éste. No creo justo olvidar las limitaciones absurdas durante la pandemia; pero hoy hay enormes prohibiciones, o limitaciones, o presiones, que amenazan la libertad para desenvolverse libremente. Y no me refiero a los productores del agro cobrando un tercio de lo que cobran los vecinos por los mismos bienes, gravísimo, por cierto; me refiero a algo más conceptual: cuando no se sabe qué hacer se prohíbe, se restringe, se limita. Hay una persistencia obsesiva en políticas que a la vista de las pruebas no han dado sino malos resultados. (¿Podrá, Massa, hacer algo transformador con semejante desconcierto político?)

La debilidad del gobierno no resiste la presión de las organizaciones sociales por el aumento de beneficios suplementarios, como el bono que se otorgará estos días. De paso: es patético el testimonio de la planera que llama giles a los que trabajan (Mariana Alfonzo). Pero, ¿después de tantos años de planes a cambio de nada, qué otro resultado podemos esperar? ¿Esto es democracia? Hace años que varias ciudades ven limitada la circulación por un grupo que cobra bonificaciones para cortar calles, avenidas, o bloquear la salida de camiones de diferentes empresas. Tampoco es democracia. Lejísimos de la concepción implícita en la propuesta, en la seducción, ligado a la búsqueda de consensos, de acercamientos por la vía de la argumentación. A penas vale la pena recordar la iniciativa, que en el debate de campaña el presidente prometió: que se pagaría a jubilados con el dinero de los bonos de la deuda en pesos (en dos años y medio, la deuda es una vez y media superior a la que contrajo el gobierno anterior).

Claramente la vicepresidente es una figura ordenadora de fuerzas en el gobierno y en el país; ya resulta claro que su interés es conservar poder debido a sus problemas con la justicia; parece que los resultados no se le dan; mañana comienza la ponencia del fiscal Luciani.

Cuando la calidad de quienes tienen responsabilidades no está a la altura de las demandas, los resultados no serán los adecuados. Trajano vivió en un momento en el que su voluntad era prácticamente absoluta; sin embargo, fue sensible a la demanda de una mujer común, y no por lo que ella podía ofrecerle, sino por la conciencia del deber que tenía. No fue motivado por un principio político, sino por un valor personal, que lo hizo sentirse obligado. No fue una estructura que se imponía, fue su virtud que lo motivaba.

En un país debe haber principios, normas, leyes, instituciones que regulen la vida de sus ciudadanos; y también debe haber virtuosos que las ejecuten.

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

 

 

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