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Opinión

Cristina Kirchner sermonea, Alberto Fernández derrapa y la Corte pone orden

El exaltado sermón que Cristina Kirchner, más como presidente que como vice, descargó sobre casi todo el mundo quiso parecer apuntado a la mala marcha del país, pero en realidad estuvo alimentado por la mala marcha de sus cuestiones con la Justicia.

Sabía, porque informantes no le faltan y, además, lee los diarios, que la Corte iba a rechazar uno por uno los planteos dilatorios que interpuso para voltear o cuando menos retrasar la causa Vialidad. Apeló como lo que ella considera que es: una persona especial. Somos todos iguales ante la ley pero algunos somos más iguales. Tan contundente como los miles de millones que se esfumaron con Lázaro Báez, fue el rechazo del Tribunal.

Se la vio venir y se la ve venir. El fallo es un símbolo. Para muchos, es también la esperanza de que el timón de los tribunales se tuerza hacia la dirección correcta en lugar de desviarse hacia la intrascendencia, el futuro interminable o directamente la nada cuando tratan casos de corrupción.

Cristina necesita cada vez más mohines, gestos ampulosos y medias palabras para intentar justificarse. Lo consigue, pero ante auditorios elegidos y cada vez más chicos. La vice puede estar a favor y en contra al mismo tiempo, ubicuidad que es la especialidad de Fernández. No parece consciente de que ahora está cerca de representar una minoría.

Si hasta atacó a Cavallo, omitiendo recordar las lisonjas que con Néstor Kirchner prodigaron a Menem y su neoliberalismo y sus privatizaciones, de las que ahora reniega. Con Fernández le pasan cosas parecidas: no lo puede ni ver, pero no se puede separar (a Fernández le pasa lo mismo). Sí puede atacarlo, a veces directamente, otras con discursos y gestos cada vez más agrios. Son actos de campaña anticipada con los que ha empezado a tantear cómo mantener para 2023 su jefatura del peronismo y, de paso, intentar aplacar jueces.

Algo profundo le impide ver que hoy por hoy muchos jueces de sus muchas causas están más comprometidos con las pruebas reunidas que atemorizados por sus amenazas. Fernández parece hacerle juego. Va, y en un acto colegial para saludar el Día de la Bandera, dice: “La Argentina no es ese país sin destino que algunos quieren plantearnos”. Entre esos “algunos” está su vice, que le contesta: “Este es un Estado estúpido”. Habla como si no tuviera nada que ver con ese Estado.

Dice también: “No nos faltan dólares, están afuera”. Sabrá por qué lo dice. Se estima que conoce mucho el tema. Justamente es parte de lo que se espera que aclare la Justicia.

Cristina reparte tantas culpas que se inculpa, pero no lo nota o hace como que no lo nota. Hay varios datos de su gestión que ha olvidado, como que tuvo récords históricos de importaciones en su gobierno: US$ 74.400 millones en 2013 y US$ 73.900 en 2011. Bastante más altos que los US$ 63.180 de 2021.

Para ser realmente justos habría que decir que los tres grandes récords le pertenecen: Cristina es, al fin, la vice. En 2015 cerró su mandato con las reservas netas en rojo y cuatro años antes, con Kicillof, había puesto fin al autoabastecimiento energético. Desde entonces todo fue rojo o súper rojo. Queda claro que, si la medida son los dólares escasos, Cristina no ha probado tener idea de economía que sirva. No tiene ningún precedente para andar dando cátedra. Pero lo hace.

Habló teniendo a un lado a Jorge Ferraresi, intendente de Avellaneda y ministro de Vivienda, y hasta hace poco un albertista que postulaba la reelección del presidente. Otros tiempos. Del otro lado estaba el gremialista Hugo Yasky, de la CTA, que organizó el plenario y lo tituló: “La vigencia de Belgrano, Estado, mercado y precios”. Todo a la medida de Cristina. No le piden tanto, Don Hugo.

Era día feriado: fue poca gente. Pero era el día de Belgrano, prócer preferido de Cristina del que ella dijo: “Yo hubiera sido su amante”. Casi a los 70 años dice cosas como ésta. Obvio: exaltar a los próceres no es nada igual a parecerse a ellos, por más que se pretenda. Belgrano jamás buscó un cargo ni el aplauso de quienes lo rodeaban ni tampoco hacer dinero: el que tenía, lo donó. Murió en la pobreza.

En el gobierno que no es su gobierno pero que sigue en él, Cristina dice: “La unidad del Frente de todos nunca estuvo en duda”. Menos mal. No romperá el frente, pero deja la sensación de que se retira del gobierno. Prueba de unidad: la barra coreando Cristina Presidente y acá estamos los pibes para la liberación. Habrá aumentado la expectativa de vida, pero la mayoría, que digamos, muy pibes ya no son.

Cristina se agarró de los planes sociales no para criticar a los planes sino al Movimiento Evita, del piqueterismo albertista. El Evita es la orga que compite con La Cámpora. Sus piquetes invaden y martirizan sobre todo a los porteños ante la impotencia y resignación del gobierno de Larreta.

Todo parece una película surrealista, del surrealismo italiano de De Sica o del de Armando Bó (Dios los tenga en su gloria), con algunos toques mágicos. Entre tanto vituperio a troche y moche, alguien zafa: Manzur, el jefe de ministros, al que Cristina ahora se acerca como a otros gobernadores peronistas, que se salvan de su diatriba. Por el momento.

Y por el momento, Fernández seguirá dándole el gusto a su jefa, de los modos menos pensados. Quiso lisonjear a un grupo afín y metió la pata feo. Dijo: “Ahí veo al compañero de Garganta Profunda. ¡No!, de Garganta Poderosa”. Estallaron los memes. Gargantas Profundas hubo dos. Una película porno pionera y por pionera, famosísima. Y la otra, la fuente que destapó el Watergate. Tal vez se hable más de este nuevo, pero no novedoso fallido presidencial que del contundente fallo de la Corte. Pero el problema de Cristina es que el fallo traerá mucha más cola.

Ricardo Roa

Alberto Fernández Argentina Cristina Kirchner CSJN Jueces de la Corte politica

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