Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
{{dayName}} {{day}} de {{monthName}} de {{year}} - {{hour}}:{{minute}} hs.
Dólar (BNA): $850,00 / $890,00
Dólar Blue: $995,00 / $1.015,00
Dólar CCL: $ / $
Dólar MEP: $1.024,17 / $1.026,47
Peso Chileno: $91,04 / $91,14
Opinión

La vigencia de Frankenstein

Columna destacada

 A comienzos del siglo XIX, un verano en el calendario, pero muy frío en la realidad, encontró a un grupo de amigos en Villa Diodati, Suiza, reunidos para pasar un período estival que les impuso la reclusión por sus inclemencias. Los había invitado Lord Byron y habían asistido su médico personal Polidori, Mary Shilley, su marido Percy Shilley, y algunos incluyen a Claire Clairmont (que merece una historia por sí misma), madre de la única hija reconocida de Byron (a quien se le atribuyen una tortuosa relación con su media hermana con quien habría tenido algunos de los hijos de ésta).

Reunidos en condiciones desventajosas para el paseo al aire libre, Lord Byron les propone la escritura de textos de terror. Solo Polidori termina la obra comenzada: El Vampiro; pero será Frankenstein o el Moderno Prometeo, que concluirá más tarde Mary Shilley, la que será popularmente conocida. La obra de Polidori quedará replegada en la historia como su autor que al comienzo deslumbró a Byron, aunque luego lo humillara de modo constante hasta el suicidio del médico. Si hay un personaje de la historia que es amable por su escritura y despreciable por los valores que rigió su vida, ese es Lord Byron. No es el tema.

Todos conocemos la historia de esta novela de terror gótico (habrá otra de igual renombre, pero escrita cincuenta años más tarde: Drácula, de Bram Stoker) que nos cuenta acerca del estudiante de medicina Víctor Frankenstein que, deslumbrado por los nuevos descubrimientos científicos, intenta crear vida a partir de descargas eléctricas. Era la época de las investigaciones y ensayos del doctor Galvani (de él proviene galvanizar) a partir de descargas eléctricas en el cuerpo de animales. Lo cierto es que el monstruo creado a partir de miembros de diferentes cadáveres cobra vida y horroriza y mata gente que lo rechaza por su deformidad.

Una de las tesis que subyace es la pretensión del hombre, el desafío del hombre, la aspiración del hombre de crear vida, de ser como dioses. Prometeo había sido aquel que burló y engañó a Zeus en favor de los hombres; es el creador del hombre, según Hesíodo en la Teogonía y Trabajos y Días. Prometeo fue una figura de carga simbólica enorme durante el renacimiento –y más tarde- que promovía la independencia del hombre respecto de Dios. El racionalismo lo asume como emblema de la rebelión del hombre que le ha robado el fuego sagrado a los dioses.

La vida es el alma, es la fuerza cohesionadora que identifica a la criatura. La pretensión creadora en los seres humanos a veces se expresa como el desconocimiento de los límites; desconocimiento en no reconocerlos, en negarlos, en autopercibirse (la palabra más de moda que conozco) como ilimitado. Nadie en sus cabales dirá ser capaz de crear el alma, de crear artificialmente seres humanos tal cual los conocemos; pero el desafío a los límites son experiencias diarias. La reescritura de los códigos de convivencia es otro desafío a la orden del día. Existe un cierto reduccionismo que concluye en que cualquiera puede hacer cualquier cosa en tanto no moleste a los demás. A riesgo de ser moralista: ¿no habremos perdido toda referencia con ciertos valores dados, de manera objetiva?

En el gobierno tenemos un modelo para armar al gusto de quien manda, o a disgusto, en tanto manda cada vez menos. Es una suerte de Frankenstein a quien pretendió insuflar vida. ¿O no creyó ser digna de temor como a Dios? Si la corte de cinco miembros no le cierra, pues hagámosla de veinticuatro miembros, una por provincia. Si el Consejo de la Magistratura no es el que le conviene, se hará otro. Si los fallos de los tribunales no son los que esperaba, solo confía en la historia...cuyo veredicto favorable ya conoce. Como Dios, que conoce lo venidero.

En el caso del gobierno que tenemos se materializan los dos principios presentes en el producto de Víctor Frankenstein: la materia y la forma, el cuerpo y el alma. Han creado un monstruo como el del laboratorio, el de la novela, que se los devora, los atemoriza, los desafía. El monstruo (un gobierno de partes que responde a cabezas diferentes) es resultado de la factura de retazos unidos en virtud de la capacidad insufladora de vida por la divinidad consagratoria de la Madre. La conclusión es que un subsecretario desautoriza a un ministro y un ministro al presidente. El presidente desgasta su palabra desautorizándose así mismo. Un embajador es condenado a ocho años de prisión, e inhabilitado de por vida para desempeñar cargos públicos, y sigue al frente de la representación diplomática por voluntad del que no firma el decreto de remoción; ahora, quien lo acusó en el juicio fue destituida de su cargo. El país se incendia y el responsable toca la guitarra en un acto partidario (confieso haber sentido vergüenza). No sabemos si somos amigos de Rusia o no, depende del día, o de la hora del día, o del viaje. Adalides de los derechos humanos y amigos de Cuba, Venezuela y Nicaragua en la cumbre de la Américas. Promotores de cumbres paralelas y mendicantes de apoyos económicos.

Todo es un rejunte arbitrario, caprichoso e improvisado. Es un monstruo armado artificialmente que dejó de responder a la voz de su creador/a.

El segundo principio: el alma; se rebela. Su creadora insufló vida en un cuerpo exangüe y lo llamó a la vida; y tiene vida, y anda y ya no responde a los comandos originantes y dadores de esa vida. El monstruo (en este caso el presidente) camina por sí mismo, aunque quiere seducir como el de la novela, todos huyen. No saben qué puede hacer, qué puede producir. No es lo esperado; y lo que sorprende asusta.

En la novela, Víctor se niega a construirle una novia con características similares a las del monstruo, pero se arrepiente y quiere acabar con él. Lo persigue por todos lados con el fin de terminar con su desilusionante creación. No solo no le crea una compañera proporcionada, sino que busca darle muerte, cerrar la historia de tragedia que su aventura pretenciosa de divinidad le hizo creer ser un dios, dueño y señor de la vida. En nuestra propia historia estuvimos y estamos a merced de la voluble voz de quien se siente dueña de la suerte de millones de personas normales, de nuestra vida y muerte (recordemos los caprichos por la Sputnik). Víctor Frankenstein muere antes que el monstruo, y éste queda desamparado; sus venganzas han llegado al fin. Ya no quiere más sangre. Es consciente de que hizo mucho daño. Se retira para no volver nunca más. Su capacidad destructiva, la de la criatura -el dios/la diosa, ha muerto antes- ya no tiene potencia, su voluntad de daño se ha cerrado.  Se ha cerrado con la muerte de su dios.

No tema usted, no cometeré más crímenes. Mi tarea ha terminado. Ni su vida ni la de ningún otro ser humano son necesarias ya para que se cumpla lo que debe cumplirse. Bastará con una sola existencia: la mía. Y no tardaré en efectuar esta inmolación.”

Estas son las palabras que le dice el monstruo al capitán del barco que lo recoge en altamar.

 

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

 

Argentina cabezas diferentes Catamarca Gobierno Nacional la materia y la forma La vigencia de Frankenstein monstruo opinión terror

Comentarios

Te puede interesar

Teclas de acceso