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Opinión

Alberto y su tropa, dispuestos a dar otra guerra de humo

“Todo lo que obstruya la gestión va a ser neutralizado”. La frase comenzó a repetirse entre algunos de los ministros más cercanos a Alberto Fernández desde el martes de esta semana, cuando el Presidente hizo desde el barrio de Puerta de Hierro, en las afueras de Madrid, algunas de sus declaraciones más duras en contra de la vicepresidenta. En esas mismas dependencias, de a ratos, hasta se entusiasman diferenciando entre “buenos” –básicamente los albertistas o los pocos peronistas fieles dentro del gabinete– y “malos” –como el subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo, o el responsable del Ente Nacional Regulador del Gas, Federico Bernal–, con quienes se supone que el Gobierno ahora estaría dispuesto a ir al choque.

“El Presidente se paró en otro lugar, es un cambio que vas a seguir viendo”, auguraba a esta cronista uno de los funcionarios de mejor llegada a Fernández. “Lo vamos a ver en la discusión de las tarifas”, adelantaba. Pero no por repetición uno logra modificar la realidad. Los mismos interlocutores que esperan ver un Alberto Fernández más firme, no tardan demasiado dentro de una misma conversación en revelar sus dudas. No es la primera vez que el Presidente promete librar la batalla interna. No sería tampoco la primera vez en la que sus palabras se hacen humo a poco de ser verbalizadas. Fernández es rápido para las promesas y lento para ejecutarlas.

“El hombre tiene sus tiempos. Es Alberto el que tiene que marcar los momentos”, matizaba un mismo interlocutor. “Dice las cosas y no las ejecuta inmediatamente. Sí dijo: ‘yo no me entrego’”, afirmaba otro ministro, que en una misma conversación no demoraba en moderar sus ilusiones.

En Economía, el ministro Martín Guzmán está haciendo lo imposible por mostrar iniciativa. No sólo intentará avanzar con la suba de tarifas (cerca del ministro descuentan que el kirchnerismo no frenará la iniciativa aunque públicamente exprese su descontento), sino que también buscará plantear en los próximos días su propio proyecto de ley para fomentar las inversiones de gas y petróleo en Vaca Muerta. En un encuentro la semana pasada entre Guzmán, el embajador en Washington, Jorge Argüello, y el secretario de Energía, Darío Martínez –uno de los “malos”, que de a ratos se pone el traje de colaborador– se definió incluso la posibilidad de avanzar en algunos cambios normativos vía resolución –acá habría alguna resistencia del Banco Central de liberar más dólares– y hasta decreto. Se sabe que hoy el Congreso es un ámbito en donde existe prácticamente poco margen de acción.

La “renta inesperada”, en duda

También Guzmán, que recientemente encuentra en el empresariado un aliado que no tiene en la política, les adelantó a los hombres de negocios que no tendría previsto avanzar con el proyecto de ley para cobrarles un adicional a aquellos que hubieran obtenido “una renta inesperada”. Lo que fue hace un mes un mega anuncio para congraciarse con “los primos” –como también llaman dentro del albertismo a los kirchneristas más duros– no terminará de de ver la luz, o lo hará tan transformado que será prácticamente irreconocible. “A lo sumo será una modificación a lo Dujovne de la alícuota de Ganancias en detrimento de las empresas que inviertan menos”, confiaron.

Surtió efecto en Guzmán el consejo de Eduardo Elsztain, el dueño del Grupo Irsa, quien aprovechó la visita de ministro al Foro de Llao Llao, en Bariloche, para plantearle el tema. “Al menos, sería bueno usar otras palabras, la idea de ‘renta extraordinaria’ genera mucho rechazo”, le dijo entonces Elsztain. Pero no fue el único que planteó el tema. También lo hizo Paolo Rocca, de Techint, la semana pasada, entre otros. Guzmán tiene una agenda empresaria mucho más nutrida de la que publicita. En el Registro Único de Audiencias, el registro oficial donde los funcionarios deben volcar por ley con quienes se reúnen, el prolijo hombre de Columbia apenas si deja rastros de su relacionamiento. Sólo blanqueó seis encuentros en tres meses.

Por otro lado, en el Gobierno en privado reconocen algo que en público jamás dirán: el costo del bono de $18.000 y de $12.000 para los jubilados se paga en gran medida con la inflación. Por duro que sea, el dato del 6% de abril se llora en una habitación del Palacio de Hacienda, pero se festeja en otra.

Para los hombres y mujeres de negocios, Guzmán es el mal menor dentro de un menú de opciones poco atractivo. En el mundo empresario ya se hicieron a la idea de que no habrá en el Gobierno grandes definiciones. Quienes hace algunas semanas se reunieron con Eduardo ‘Wado’ de Pedro para coordinar el coloquio de IDEA –probablemente el evento empresario más importante del año– terminaron por convencerse de que no hay en el Gobierno respuestas para los problemas más básicos de la economía. No importa qué puerta se toque.

Las aspiraciones de reelección de Alberto Fernández están sustentadas en parte por una visión del equipo económico que lo acompaña, de que para fin de año el Presidente podrá mostrar una economía con crecimiento –“que lo vamos a tener que frenar un poco porque faltan dólares”–, con aumento del empleo y una inflación que, esperan, se irá desacelerando en el transcurso de los meses. “Desde 2010-2011 que la economía no crece dos años seguidos –se entusiasman en el equipo económico–. En el primer trimestre crecimos al 7%, y en el año el promedio estará casi en el 5%. Con una economía creciendo y la inflación bajando, Alberto se pone competitivo”, insisten.

Siempre suele suceder que en Economía hay una visión de la realidad que no termina de coincidir con lo que ven los especialistas del sector privado. Pasa en esta administración y pasaba en el macrismo, cuando insistían en los “brotes verdes”. ¿Un maleficio del quinto piso?

Pero los problemas vuelven a quedar a la vista en cuanto se evapora el humo. En el ámbito privado, faltan cada vez más insumos y hay más problemas para financiar importaciones, pese a que los dólares que libera el Banco Central para la supuesta compra de insumos sigue siendo récord (poco menos de US$7000 millones en abril). Desde el Instituto Patria, por su parte, están presionando para que el BCRA restrinja –una vez más– la venta de divisas para el pago de deudas en moneda extranjera por parte de empresas. Por ahora, el titular del BCRA, Miguel Pesce, resiste.

En el Gobierno admiten, no obstante, que las metas con el FMI deberán replantearse todas. Admiten que es imposible ya cumplir con la meta de acumulación de reservas –el BCRA está haciendo malabares para comprar dólares en la temporada más alta de liquidación del campo–, o con la meta fiscal, tras el aumento del costo de la energía. Ambas arrastrarían la tercera meta acordada con el FMI: la monetaria. Ya el BCRA emitió de hecho más de un tercio de lo que podría emitir en el año, según lo acordado en marzo con el Fondo. Y en el segundo semestre la necesidad de pesos siempre suele ser mayor.

Quienes participan de las negociaciones aseveran que hay una inusitada voluntad del Fondo por adaptarse a la situación de la Argentina. “Con la guerra, la Argentina dejó de ser una preocupación central para el FMI. Además, dentro de la administración Biden muchos están jugando a favor, lo que ayuda a neutralizar a los más duros, los del Tesoro, que piden lo que saben que no se puede cumplir”, explican. Esta semana en el Amcham Summit el embajador Arguello puso luz sobre ello: “fue determinante el realismo y el pragmatismo puesto en marcha por la Casa Blanca frente a los sectores dogmáticos de la administración”. Las nuevas necesidades geopolíticas hacen más condescendiente a los Estados Unidos, justamente para atenuar la influencia de los amigos (China y Rusia) de la Argentina que, como dijo el embajador Marc Stanley en ese mismo foro de negocios, son amistades que no comparten.

Florencia Donovan

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