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Opinión

El peronismo y sus gobiernos inconclusos

Rossi afirmó anteayer: “Ningún gobierno peronista se va antes (de) que termine su gestión”. Es como si hubiera dicho que nunca existió un papa que no fuera italiano o que en Santa Fe jamás tuvieron inundaciones.

Con Alberto Fernández el peronismo va por diez presidentes, de los cuales tres se fueron antes de terminar. Es decir, el treinta por ciento. Desde luego, la cuenta no incluye a Perón, cuyo mandato resultó dos veces trunco, la primera porque lo derrocaron las Fuerzas Armadas y la segunda porque falleció antes de concluirlo. Tampoco a Isabel Perón, igualmente depuesta por los militares.

Rossi hablaba de irse antes, alusión a la imposibilidad de un presidente de seguir gobernando debido a que el sector político que lo llevó al poder le retira el apoyo o su debilitamiento irremontable tiene ese factor originario. De eso venía la cosa al ser entrevistado por Radio con vos a propósito del acto albertista que él organizó en Rosario el fin de semana. Del acecho kirchnerista que sufre Alberto Fernández. Aunque Rossi no lo llamó así. Tanto admitió la situación binaria del peronismo que hasta se pronunció por la estrategia de no debatir con el sector crítico. Si por él fuera, dejó entrever, a los compañeros oponentes, el kirchnerismo, preferiría responderles con un acto masivo de respaldo a Fernández, no con discusiones. Mencionó el 1º de mayo.

Los tres presidentes a los que el peronismo puso y sacó fueron Héctor Cámpora, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde. En ningún caso intervinieron en la caída los militares ni los opositores. A Cámpora lo removió Perón, su mentor, a los 49 días de gobierno, mediante un golpe de estado palaciego que implementó José López Rega, quien para sucesor seleccionó a su propio yerno, Raúl Lastiri. A Rodríguez Saá el peronismo le retiró el apoyo a los seis días de haberlo puesto a través de la asamblea legislativa (le había dado un mandato de 90 días), porque entendió que se quería quedar en el poder para siempre en lugar de llamar enseguida a elecciones como le exigía el contrato.

Duhalde no cayó, pero se tuvo que ir antes (gobernó 510 días en vez de 709), aunque es probable que mucha gente no lo recuerde. Tras los asesinatos de Kosteki y Santillán él mismo se recortó el mandato que le tocaba hasta el 10 de diciembre de 2003 (cuando debió terminar Fernando De la Rúa). Resolvió dejar el poder medio año antes, el 25 de mayo, porque se dio cuenta de que no llegaba a fin de año, lo iban a tumbar. Como la duración del mandato presidencial es rígida y, salvo renuncia o juicio político, no puede ser alterada por el beneficiario ni por nadie, Duhalde inventó un atajo: envió al Congreso su renuncia postdatada, dibujo jurídico frente al cual se hizo la vista gorda. La grave emergencia patrocinó el consenso político.

Cierto mito dice que los radicales nunca terminan sus gobiernos y que el peronismo es el único que puede garantizar la gobernabilidad. Obviamente, letra peronista. Quizás en los resabios gaseosos de esa legendaria falacia tomó aire Rossi para decir que ningún gobierno peronista se va antes de que termine su gestión.

La realidad es que desde la reinstauración de la democracia el peronismo y el radicalismo van dos a dos. Los presidentes peronistas Rodríguez Saá y Duhalde no consiguieron completar sus mandatos y los presidentes radicales Alfonsín y De la Rúa tampoco, cada cual con sus singularidades. Si se suma a Cámpora en los años setenta resulta que el peronismo es el sector político que tiene más presidentes inconclusos no derrocados por golpes de estado clásicos en toda la historia.

A la lista habría que agregarle los inconclusos anteriores a la creación de los movimientos de masas. Nada menos que el primer presidente, Bernardino Rivadavia, fue también la primera víctima de la falta de sostén político para gobernar, cosa que lo llevó a renunciar al año y medio. Algo parecido les sucedió a Derqui (a los 589 días, con un mandato de 2193), a Juárez Celman (a los 1397 días sobre 2193) y a Luis Sáenz Peña (a los 833 días, también sobre seis años, es decir 2193 días).

Con una sola palabra el peronismo fortaleció la leyenda de su autoría, le dio una vuelta de tuerca. Los presidentes no peronistas no sólo no terminan su mandato, sino que “huyen”. La palabra mágica: helicóptero. Como todo el mundo sabe, está tomada del último vuelo que hizo De la Rúa desde la terraza de la Casa Rosada minutos después de renunciar, mientras había serios incidentes en la Plaza de Mayo y en las inmediaciones. No sólo fue el último vuelo suyo, nunca más nadie aterrizó en ese helipuerto, que fue abolido. Por lo menos se pudo resolver el problema de la desestabilización, no la desestabilización de la república, pero sí de la vieja Casa Rosada que con cada aterrizaje soltaba en los despachos una carga de mampostería sobre las cabezas de los funcionarios. Un derroche de metáforas.

Tan icónico de la leyenda de presidentes no peronistas inconclusos se volvió el helicóptero a fuerza de repetición que el kirchnerismo llegó a confeccionar helicópteros de cartón en tiempos de Macri para repartirlos entre la militancia y sugerir la inminencia y/o el deseo de un final precipitado del presidente al que le espetaban “sos la dictadura”. En los hechos Macri resultaría el primer presidente no peronista que completa el mandato desde Agustín P. Justo en 1938.

Ahora bien, hay otro aspecto que surge del enunciado de Rossi sobre la supuesta fortaleza genética de los presidentes peronistas y es la indirecta autorización que él está dando a que se pueda hablar de un tema políticamente incorrecto. La hipótesis de que un presidente en ejercicio puede no llegar al final siempre fue tabú porque se suponía que sólo ponerla en letra de molde ya era desestabilizador.

Del lado kirchnerista esa habilitación la dieron primero voceros oficiosos del Instituto Patria al pronosticar una pronta explosión del país, agorería cuyas características y dimensiones no fueron detalladas pero que no impiden imaginar, en caso certero, daños colaterales sobre la estabilidad institucional.

En los corrillos políticos una hipotética salida prematura de la Casa Rosada de Alberto Fernández no aparece hoy en el centro de las conversaciones, pero tampoco está del todo ausente. Incluso circula un chiste: Alberto Fernández tiene tantos problemas para tomar decisiones que no hay riesgo de que alguna vez se decida a renunciar.

También hay especulaciones. De las que no deben privarse los embajadores extranjeros acreditados en Buenos Aires en los informes reservados a sus cancillerías, vista la tensión en paulatino ascenso del conflicto Fernández-Fernández. Por suerte ahora la vicepresidencia de la Nación está ocupada, cosa que no ocurrió cuando renunció De la Rúa, debido a que Chacho Álvarez 14 meses antes había inaugurado la crisis institucional, precisamente, con su renuncia. ¿Pero la vicepresidenta Cristina Kirchner podría asumir la presidencia en caso de vacancia presidencial? ¿Querría asumir la presidencia? Como se ve son dos preguntas distintas.

En primer lugar, desde el punto de vista constitucional no es que podría sino que debería. Caso contrario tendría que renunciar, porque ella es presidenta del Senado, pero no senadora. Distinto es el caso de quien le sigue en orden sucesorio, Claudia Ledesma Abdala, presidenta provisional del Senado, quien podría esquivar la responsabilidad del ascenso (por ejemplo, si así lo dispusiera su jefa política, Cristina Kirchner, con el fin de que asuma el siguiente de la línea de acefalía, Sergio Massa) sin perder la condición de senadora. Fue lo que sucedió con el senador cordobés Alejandro Díaz Bialet en 1973, enviado de urgencia a África para que pudiera gobernarnos Lastiri, el Massa de aquella época.

Se supone que en un hipotético escenario de conmoción en el que Cristina Kirchner se impusiera sobre un Alberto Fernández muy desgastado ella tendría amplio poder de decisión sobre la continuidad del gobierno. Entre otras cosas porque la senadora Abdala es una dócil subordinada y Massa un aliado estratégico.

En cuanto a la eventual mayor vulnerabilidad judicial de Cristina Kirchner ante una imaginaria renuncia suya a la vicepresidencia existen interpretaciones diversas. Sucede que formalmente la vicepresidenta no tiene fueros, pero una interpretación jurídica extendida de los fueros senatoriales la favorece. Otra cosa es la influencia política. No es lo mismo en la Argentina tenerla que perderla.

“El tema es cómo nos movemos en el marco de esta coalición”, afirmó Rossi en otra parte de la entrevista en la que habló sobre la durabilidad del presidente. Pero la radio a veces no se escucha bien. Quizás dijo que el tema es cómo nos movemos en el marco de esta colisión.

 

Pablo Mendelevich

 

Argentina gobierno historia peronismo

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