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Opinión

Más relato, sin pan, pero con circo

Salteándose prolijamente todos los enunciados de Montesquieu sobre la división de poderes, el ministro de Justicia Martín Soria aprovechó su primera reunión con los integrantes de la Corte Suprema para convertirla en una visita aleccionadora. Con los deberes bien hechos, para evitar cualquier reprimenda de Cristina Kirchner, Soria los acusó de tener “una crisis de funcionamiento que atenta contra su legitimidad”, y les enrostró que “durante el gobierno de Macri se conformó una mesa judicial del Poder Ejecutivo que influía ilegalmente en la administración de justicia, se llevaban a cabo visitas obscenas entre funcionarios judiciales y las máximas autoridades del Ejecutivo en la Casa Rosada y en la Quinta de Olivos, y se desplegó un sistema de espionaje ilegal con participación de jueces y fiscales inédito en nuestra historia. Todo con el objetivo de llevar a cabo una persecución de dirigentes políticos sin precedentes”.

No se detuvo allí: acusó a la Corte de retrasar “durante años fallos de enorme trascendencia social, como el caso Blaquier o como hace ahora con el caso Maldonado” y completó sus críticas con una serie de tuits publicados al cabo del encuentro. Una verdadera lección de educación democrática. Algo de lo que había anticipado el diputado rionegrino Luis Di Giácomo, comprovinciano de Soria, cuando éste fue ungido por el presidente Alberto Fernández como reemplazante de Marcela Losardo, una de las “funcionarias que no funcionaban”, según la óptica de Cristina. Di Giácomo, a la sazón psiquiatra de la madre del ministro, detenida por el asesinato de su marido y ex gobernador de Río Negro, tildó a Soria de “pendenciero y provocativo”, dijo que “ha hecho de la confrontación, de la denuncia, del insulto fácil, de la chicana, su manera de proceder” y redondeó imaginando que su perfil “aparece como más acorde a intenciones de interferir y presionar a toda la Justicia”.

El diputado ultracristinista Leopoldo Moreau redobló la apuesta de Soria, tildando a la Corte de “mediocre”, y reclamando la renuncia de todos sus miembros para rematar: “La Corte no va más”.

En la Plaza del 10 de diciembre, que estuvo lejos de ser la proclamada celebración ecuménica por el aniversario del regreso de la democracia para convertirse en un festejo kirchnerista pagado por todos, la vicepresidenta volvió sobre ese, uno de sus tópicos favoritos. Dirigiéndose al ex presidente brasileño Lula da Silva, invitado al acto, lanzó: “... Esta vez no vinieron con uniformes ni con botas, vinieron con togas de jueces y medios hegemónicos para construir imágenes y juzgar no en los juzgados, sino primero en los medios. Se condena en los medios y se pone el sello en la Justicia”, para agregar que esos fueron los que “nos condenaron”. Y fue por más: “No era necesario desaparecer a nadie, no era necesario torturarlo con la picana, bastaba con hacerlo con tinta en los diarios o con micrófonos en la televisión...”.

Medios y Justicia, obsesiones de Cristina coronados, Montesquieu al margen, por las ganas de amedrentar y colonizar a un poder, de todas las formas posibles, en busca de impunidad para ella y sus hijos.

Nada es gratuito. Según el Índice de Estado de Derecho del World Justice Project -un informe anual basado en encuestas a 138 mil hogares y 4.200 especialistas alrededor del mundo -, la Argentina cayó una posición en la clasificación global este año: se observa un deterioro en lo que hace a límites al poder gubernamental, ausencia de corrupción, cumplimiento efectivo de regulaciones y acceso a la justicia civil.

El país se ubica así en el puesto 13 de 32 países de América latina y el Caribe. De la región, Uruguay es el mejor posicionado dentro del ranking mundial, en el puesto 25 de 139 países, seguido por Costa Rica y Chile. Argentina se ubica en el lugar 56, con un puntaje general que bajó 3,7% en el Índice 2021.

También en la Plaza del viernes 10, pero sin dedos levantados ni estridencias, el uruguayo Pepe Mujica convocó a recordar la fecha y valorar la democracia. Y cerró con un pedido: “Cuídenla y no la estropeen”. Quien quiera y deba oír, que oiga.

Silvia Fesquet

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