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Turismo

Las Papas, el pueblo catamarqueño que vive aislado casi tres meses al año

Por Mariana Otero – Diario LA NACIÓN.

 

En la Catamarca profunda, sorprendente y casi virgen, la travesía hacia la reserva natural Campo de Piedra Pómez desde Fiambalá (a 320 km de San Fernando del Valle de Catamarca) se ubica en el top ten de la aventura.

En vehículo 4×4, por cuenta propia, o con guía, es posible recorrer los 150 km en medio de la belleza apabullante de esta provincia del noroeste argentino. El viaje, que demanda un día completo de excursión, tiene un plus: la parada en un auténtico pueblo de montaña habitado por descendientes de diaguitas: Las Papas.

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Las Papas es un poblado de 50 habitantes de 12 familias que aparece en el camino de cornisa como un caserío escondido en las entrañas de la tierra. Cuando se llega a la base de la cordillera San Buenaventura, a 2.678 metros de altura, el vecindario se abre en una calle de tierra con veredas elevadas y viviendas de ventanas simétricas.

Este pequeño pueblo donde los guanacos caminan entre la gente con vista a la inmensidad es el paso obligado para quienes escogen la expedición todoterreno hacia la reserva natural Campo de Piedra Pómez, un paisaje de otro planeta surgido de las erupciones volcánicas de hace 150.000 años.

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La otra vía –y más cercana– hacia las formaciones geológicas únicas en el mundo es desde la localidad de El Peñón (a 40 km) o desde la capital del departamento Antofagasta de la Sierra por la RP 43, a unos 80 km.

 

Las Papas

Fiambalá es un buen lugar para hacer base, con más servicios que El Peñón, y es un punto neurálgico para otras excursiones fascinantes como las dunas de Tatón o el camino de los Seismiles. Además, se llega por RN 60, en perfecto estado. La RP 43, en cambio, es la ruta que trepa la puna: no siempre está transitable, ni se encuentra completamente asfaltada.

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Los aventureros que parten de Fiambalá tienen una parada obligada en Las Papas, un punto perdido en el mapa de las laderas de los cerros del departamento Tinogasta, que todos los veranos queda aislado por las crecidas del río.

“De marzo a diciembre tenemos camino. Quedamos aislados en enero, febrero y algunos días de diciembre y de marzo según el año. Se nos hace difícil. Salimos únicamente por Antofagasta, por el camino que va a El Peñón”, explica el delegado municipal Nicolás Fidel Caro (55), a quien todos conocen como “Jaime”. Ese “camino largo” hacia Fiambalá obliga a recorrer 616 km.

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“Nunca pasó una emergencia grande. Sería muy triste. Gracias a Dios y a la Virgen estamos alto en la montaña; tan cerca de Dios que nos ilumina, nos protege”, agrega.

 

Quebradas y cerros

El trayecto hacia Las Papas es majestuoso, apenas un anticipo de lo que se verá más arriba, a cuatro mil metros de altura, bordeando el abismo que desemboca en el Campo de Piedra Pómez, una extensión de 25 kilómetros de increíbles paisajes lunares, de olas petrificadas y hongos de piedras blancas, grises, ocres y rosadas, dibujadas por antiguas erupciones volcánicas.

Los primeros 98 km desde Fiambalá hasta Las Papas se transitan por asfalto, por tierra y por el cauce cristalino del río que lleva el nombre del pueblo. Los últimos 28 km son a pura adrenalina, bordeando y cruzando decenas de veces el curso del agua de vertientes que se desliza por quebradas y por un cañón montañoso de cerros de colores (Puerta del Telar, Corral de Baio o Echadero, entre tantos) desde los que sobresalen formaciones geológicas como moldes en arcilla que recuerdan a Capadocia, en Turquía.

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El curso de agua que se observa tan manso en la época de sequía es el mismo que se enfurece con las lluvias del verano y clausura el camino dejando al pueblo aislado y a sus habitantes, solos.

 

Tierra de diaguitas

Marcos Mamaní es uno de los pobladores más antiguos de Las Papas. Su figura es delgada y su rostro está curtido por el sol. “Ya nadie habla el cacán por aquí”, dice cuando se le consulta si conoce la lengua de los diaguitas.

Marcos se presenta primero con su apellido y luego con su nombre, como cuando toman lista en la escuela. “Antes vivía más gente en el pueblo”, subraya. En efecto, la población llegó a tener 150 habitantes unos 30 años atrás.

Mamaní oficia de guía por las escaleras que conducen a la terraza donde se levantan la escuela Ramón Antonio Sierralta, la capilla histórica, el parque de paneles solares y la construcción de una hostería de seis habitaciones con baño privado.

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“¿Me pregunta por qué se llama Las Papas?”, se asombra Marcos, para asegurarse. “Porque acá crecían unas papas así de grandes”, responde mientras dibuja en el aire un círculo del tamaño de una pelota de hándbol.

El anfitrión y el resto de los habitantes están acostumbrados a las visitas diarias. A los interesados, les enseñan sobre su pequeño paraíso de cerros: La Cruz, La Pachamama, El Cementerio y La Cuesta, entre tantos.

Para continuar por esta vía hacia el departamento Antofagasta de la Sierra hay que subir por Las Jarillas y atravesar, entre precipicios y despeñaderos, los “puestos” o viviendas solitarias como la Casa del Medio, Agua Hedionda, el Chuscho, La Muralla o el Morro.

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En línea recta, Las Papas se encuentra a 48 km del Campo de Piedra Pómez. Se transita lento, pero con sorpresas paisajísticas a cada instante. Al regreso, es recomendable desviarse hacia las piletas termales naturales de Los Baños (y comprar unos quesillos en el puesto de piedra), a Los Hornos, donde el agua brota a 45º y tiñe el paisaje de colores y bruma, o a La Lagunilla con sus flamencos rosados andinos.

 

Un imán para turistas

La escuela de Las Papas, que este año cumplió 78 años, tiene once alumnos (eran 30 en 2008), un director vecino de Saujíl, una profesora de la localidad de Palo Blanco y un maestro tucumano radicado en Fiambalá. No hay secundario y la posta sanitaria está sin personal de enfermería desde hace tres años.

“Jaime”, la autoridad municipal, cuenta que las cosas han cambiado mucho en los últimos tiempos. Llegó por primera vez al lugar en 1993 como empleado raso de la Municipalidad de Fiambalá junto con un vehículo Unimog de Gendarmería Nacional. No había una casa en pie, solo existía la escuela-albergue para los niños que bajaban de los cerros, y la capilla de piedra.

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En 2005 Las Papas se constituyó como pueblo. Hoy tiene 20 plazas para alojar turistas: dos cabañas y dos casas de familia. Pasar la noche cuesta 1.500 pesos con desayuno. Para almorzar hay cabritos, corderos o pollos criados por los lugareños. “Vienen muchos cordobeses y porteños. De todas partes de Argentina, y algunos extranjeros”, apunta Jaime.

Desde 2011 el pueblo se abastece con energía solar y hay wifi. Por las noches funciona un grupo electrógeno.

“Antes nos manejábamos con un sistema de mechero, una luz de grasa. No teníamos luz, paneles solares ni alumbrado público”, cuenta Cano, que nació en el corazón de los cerros, en el puesto de Loma Gorda.

 

La Pachamama y la Virgen

Los rituales se mantienen en las montañas cargadas de minerales y rodeadas de tierra fértil donde crecen duraznos y nogales.

La celebración de la Pachamama, cada 1° de agosto, es “la fiesta del pueblo” que atrae cada vez a más turistas. Cano explica que el 31 de julio a las 9 de la noche se prenden las antorchas que iluminan el cerro mientras se prepara el té de espinas y de ruda para la medianoche y se organizan las mesas con comida (locro, mazamorra o torrejas de papa) para ofrecerle a la tierra.

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Una hora antes de que finalicen las vísperas se inicia la escalada. “Hay que llevar una piedra pequeña e ir agrandando la apacheta”, cuenta Cano, en relación al montículo de piedras o altar en honor a la Madre Tierra.

“Es muy lindo cuando se prenden las antorchas con aceite; duran de tres a cinco horas. Iluminan todo el camino para el ritual”, explica. Cada familia ofrenda un animal. “Si le das de comer a la tierra con fe, el año próximo no encontrarás nada al destapar el hoyo. Eso significa que la tierra está agradecida”, remarca Jaime.

Los pobladores –explica– honran a sus antepasados pero también son “católicos, apostólicos y romanos”. San José es el patrono de Las Papas y el club de fútbol papense también lleva el nombre del santo. Por supuesto, como en toda Catamarca, veneran a la Virgen del Valle en una pequeña gruta construida hace tres décadas en medio del río que (¿milagrosamente?) nunca fue arrastrada por las fuertes crecidas estivales.

 

Fuente: www.lanacion.com.ar

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