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Opinión

Columna destacada: Enamorados de la mentira

Recuerdo cuando era chico, tendría siete u ocho años, el programa que se pasaba los sábados por la tarde y a mí me gustaba ver. Uno de esos sábados se peleaba por “la final del mundo” de Titanes en el Ring. Yo apoyaba a El Indio Comanche. Esa final era con Martín Karadagian. Uno de mis hermanos mayores me dijo que ganaría Martín K. Y yo le decía que no, que ganaría El Indio Comanche. Pero el argumento de mi hermano fue demoledor: “es que pelean de en chiste”, me dijo. Inmediatamente lo negué sustanciando mi tesis a partir de la dureza de los golpes y tomas que se infligían recíprocamente. Y fui a consultar a mi madre para que me confirmara en la verdad, que era mi ilusión. Ella le dio una vuelta para no desilusionarme del todo, pero entendí que no peleaban realmente. No obstante, mi apego a mi teoría luchaba para no claudicar ante la imposición de una noticia que me correría el velo. En mi inocencia, yo permanecía en mi verdad, quería permanecer en mi verdad, que era una mentira. Ganó Karadagian.

La verdad ha sido la motivación y la búsqueda de la filosofía desde los orígenes de la historia. Lamenté toda la vida que el pasaje de Juan 18, 38 en el que Pilato le pregunta a Jesús: ¿qué es la verdad? Y Jesús no contesta porque Pilato sale a declarar al pueblo la inocencia de Jesús; quedó sin respuesta. ¿Qué le hubiera dicho? Para Nietzsche la verdad no existe, todas son opiniones y se toma como verdad la opinión más convincente, la que se impone. Para Fernando Pessoa la literatura existe porque con la vida no alcanza, es decir: la realidad necesita del hombre, ser nombrada para que cobre pleno sentido. Y Borges dirá: la realidad es simple, compleja es la literaturalización que hacemos de ella (hace algún tiempo hice referencia a estas diferentes posiciones que no repetiré ahora). Esta última, la de Borges, en mi opinión, se acerca más a lo que el orden reclama. Lo que nos dice Borges es transparente; nos dice que el modo de contar las cosas difiere no por la complejidad de lo sucedido, sino por la oscuridad del lenguaje. Las cosas, los hechos, tienen existencia independiente y suceden de un solo modo; el hombre los interpreta.

Las dos fuentes de las que se nutre lo que llamamos cultura occidental, el mundo helénico y el mundo bíblico, comienzan sus narraciones con sendas mentiras: el engaño del primer hombre en el Génesis, y el engaño del chispazo creador en Prometeo, según nos lo narra Hesíodo en sus dos obras más importantes: “Teogonía” y “Trabajos y días”. Será en ésta donde desarrolla exhaustivamente el engaño que sufrió Zeus de parte de Prometeo en el primer sacrificio. Al primero lo llamamos pecado, al segundo astucia. El episodio narrado por el Génesis es por todos conocido. El segundo, no. Consistió en una trampa que le tendió Prometeo a Zeus para favorecer a los hombres (hay una incoherencia porque por un lado es creador del hombre y por otro en los inicios actúa en favor de ellos). Como no habían comenzado los sacrificios porque todo era nuevo, llaman a Prometeo, muy sabio, para que ayudara en el trazado del cómo de un sacrificio. Y Prometeo sacrifica una vaca y tiende el cuero de modo prolijo, mientras las vísceras y la carne en desordenado montón. Y le pide a Zeus que elija qué quiere para él. Zeus elije el cuero y desprecia lo más valioso: la carne. Luego viene la condena a Prometeo porque le roba el fuego a los dioses, ya que los hombres lo habían perdido como castigo. En conclusión: en el origen de las dos fuentes nutrientes de nuestra cultura está la mentira.

Creo que los modos que puede adquirir la mentira son inacabables, imposible de apuntar. Hay diversos tipos de mentiras; hay mentiras elaboradas, mentiras de paso. Mentiras con consecuencias graves y mentiras intrascendentes. Hay mentiras como estilo de vida y mentiras de circunstancia. Hay vidas de mentira; hay mentiras sociales, mentiras metafísicas (es la tergiversación de la propia identidad). Hay mentiras sicológicas (el mitómano, crea realidades paralelas). En todos los casos hay divergencia entre los hechos, las cosas y su literaturalización. Pero, en este caso, no por la opacidad intrínseca del lenguaje, sino por una voluntad distorsionadora de la realidad. La propensión a construir una realidad discursiva en paralelo con la verdad de los hechos, cuando se hace de modo voluntario y consciente, no hace otra cosa que mostrar la indocilidad, la rebeldía para aceptar la autoridad que los hechos tienen sobre la voluntad humana. Así planteado parece más raro de lo que realmente es. En ningún momento quiero darle una connotación moral, no tengo estatura para hacerlo; es una descripción ligada al proceso en el actuar humano, al proceso del mentiroso consciente de su mentira. Al responsable de sus mentiras e irresponsable de sus consecuencias.

Precisamente el responsable de sus mentiras, es decir el que se resiste a reconocer la realidad como la ordenadora, no se hará cargo de sus consecuencias. Buscará por cualquier método justificar su actuar o, en algún caso, desligar esas responsabilidades. En la figura que narra el Génesis, el hombre culpa a la mujer (como hizo Alberto Fernández), la mujer a la serpiente. Se establece una cadena de descargos de responsabilidades; es el clásico “yo no fui”.

También existe la mentira proactiva. Es la mentira que crea un mundo de valores, de símbolos, de fetiches, de héroes, por supuesto también de villanos. Toma características de varios de los tipos de mentiras señalados antes, pero con la particularidad que tiene crear un mundo paralelo para vivir en él. Crear un mundo en el que la felicidad esté garantizada en tanto el mito persista, los héroes continúen siendo considerados como tales y la mística no pierda intensidad. Generalmente los héroes pertenecen a épocas épicas (como Aquiles entre los griegos y Eneas entre los latinos. Hay una novela “La muerte de Virgilio” de H. Broch, que narra la desesperación de César Augusto ante la decisión de Virgilio de quemar su obra y dejar a la latinidad sin épica fundadora) pero pueden pertenecer al tiempo actual. En Corea del Norte existen los héroes ya muertos y el líder vivo (esta semana nadie podrá reírse por el aniversario de la muerte de Kim Jong Il).

El kirchnerismo nació como una mentira. Mentira fue el compromiso del matrimonio en La Plata con los movimientos guerrilleros; todos hemos visto fotos de N. K. al lado del gobernador militar en la dictadura del 76; mentira fue su compromiso con los derechos humanos. Nombró en su gobierno en Santa Cruz a gente que había estado en los gobiernos militares (Kirchner y los derechos humanos, La Nación, 29 de octubre de 2006). Su hermana Alicia fue funcionaria durante toda la dictadura, desde 1976 hasta 1983. Mentira fue su lucha por los pobres (es conocida su afición a desalojar a propietarios afectados por la circular 1050 del BCRA). Todo es mentira. Muchas veces me pregunto si Cristina Elizabet Fernández sentirá afecto por alguien. ¿Por los hijos? ¿Los hubiera expuesto y comprometido tanto en sus complejidades judiciales?  En su gobierno mintió con las instituciones, como el Indec, mintió con la pobreza, con la inflación, con los indicadores de crecimiento del PBI (en este momento hay un reclamo por 900 millones de dólares de varios fondos por el índice distorsionado de crecimiento en su segundo gobierno).

El presidente actual es un converso a la piedad de la mentira. Mintió con la fiesta en Olivos. El presidente tiene un problema con el dedo índice. Con él explica la gramática formalista, la clásica; indica el sujeto cuando lo dirige hacia sí, el objeto directo cuando nos señala a todos nosotros, el circunstancial de lugar cuando lo dirige hacia abajo. Pero en todos los casos es agresivo. Y en ninguna de las tres funciones gramaticales dice la verdad. Ni él tiene la autoridad al señalarse como sujeto (conmigo no, eh, conmigo no. A juzgar en perspectiva, con él sí, con él también), ni nosotros somos los chicos que merecemos el reto como si fuéramos niños insubordinados, ni tiene temple o autoridad para gobernar aquí y ahora. Miente y es desmentido hasta por los propios; esta semana Milagro Sala le salió al cruce y desenmascaró inclementemente. Miente(n) y mintieron al proponerse para el rol que hoy desempeñan. El discurso era: ella cambió, Alberto no es Cámpora, tiene personalidad; pues no, resultó todo mentira. Han perdido las elecciones y nos quieren hacer creer que ganaron. Han mentido con las vacunas. Y cuando se miente tanto y se conoce su mentira, el manto de duda, la sospecha sobre la verdad o mentira de lo que se dice en adelante estará siempre presente.

En filosofía se llama primeros principios a las verdades palmarias, a las que no pueden demostrarse; son las que saltan a la vista sin posibilidad de justificación, están ahí. El kirchnerismo las niega, las cuestiona, las resiste. Perdieron por cinco millones de votos, pero dirán que ganaron. Hicieron dos actos (hasta en esto reflejan inflación) para celebrar que ganaron. Tolosa Paz lo expresará al decir: “ganamos perdiendo”. Es como si ante un río alguien dijera que ve una ciudad. No hay diálogo posible. Esa también es mentira metafísica.

Toda construcción es resultado de la verdad. Si para construir una ruta se pagaron por diez bolsas de cemento y solo se usaron cuatro, lo que está es resultado de la verdad: las cuatro; podrán decir que usaron diez, pero la verdad es solo lo que queda, lo que no se esfumó. No toda nada es mentira, pero toda mentira es nada, es vacío. Ni Kirchner fue un estadista embanderado de los derechos humanos, ni Cristina Elizabet Fernández una abogada y presidente exitosa, ni el vástago, que no terminó la carrera de periodista deportivo, un cuadro político, líder encubierto, reservorio de valores democráticos.

Aquella tarde de hace muchos años sentí que había sido estafado, que me habían vendido un paquete cerrado con envoltorio de mentira; aquella tarde en que Karadagian salió campeón del mundo de Titanes en el Ring. Cada día que pasa, este gobierno recurre sin escrúpulos a la mentira si le es funcional. Sin escrúpulos y sin empacho.

Falta menos. Algún día terminará. En las últimas elecciones El Indio Comanche le ganó a M. Karadagian.

 

 

(*) El autor de la columna es Licenciado en Teología (UCA) y Licenciado en Letras (UBA)

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